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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Estraperlo chino en Hong Kong

Pablo M. Díez el

Arrastrando aparatosos maletones, miles de chinos cruzan cada día la frontera de Shenzhen a Hong Kong como si fueran turistas de vacaciones. Pero, en realidad, van en viajes de negocios que acaban a los pocos minutos en Sheng Shui, la primera estación de tren de la excolonia británica tras el puesto fronterizo de Luohu. Allí se apean y, formando hileras interminables que suben y bajan por la calle San Wan, se dirigen a unos vetustos almacenes de seis plantas en un bullicioso polígono industrial. Mientras unos se adentran en dichos edificios, plagados de tiendas, en sus callejones traseros se apiñan cientos de personas en torno a pilas de cajas llenas de botes de leche en polvo para bebés, pañales, pasta de dientes, mascarillas cosméticas y hasta tabletas de chocolate.

Miles de chinos del continente cruzan cada día la frontera con Hong Kong para comprar todo tipo de artículos que luego venden más caros en Shenzhen.

Traídos por los camiones de los distribuidores, y hasta de supermercados locales como PARKnSHOP, todos estos artículos acaban al otro lado de la frontera en la vecina ciudad de Shenzhen, donde son transportados por los miles de personas que cruzan desde China continental. Como Hong Kong es un puerto libre de impuestos al consumo, dichos productos son más baratos que en China y ofrecen una buena oportunidad de negocio para quien los pase al otro lado, donde se venden a un precio superior. Con el consumo chino disparado por su crecimiento económico y el mayor mercado del mundo aguardando, el beneficio está asegurado nada más pasar por la aduana sin pagar sus correspondientes tasas.

Debido a los escándalos alimentarios en China, la leche en polvo para bebé es uno de los productos más demandados en Hong Kong y hay hasta una cuota por persona.

A este fenómeno se le ha denominado “comercio paralelo”, pero no es más que una forma de estraperlo o contrabando como el que hay en España con Ceuta, Melilla o Gibraltar. Aprovechando la situación, en China han surgido numerosos particulares que compran en las tiendas de Hong Kong y se ganan la vida por su cuenta, pero también organizaciones clandestinas que contratan a legiones de porteadores, la mayoría parados, jubilados y estudiantes. Por 300 yuanes (45 euros) al día, dichos porteadores se dirigen a los puntos de entrega establecidos por sus respectivas redes, donde reciben la mercancía sin pagar nada por ella, tan solo mostrando su carné de identidad para que el proveedor apunte su nombre y su número. Evitando que el dinero se pierda de mano en mano, estos grupos organizados pagan directamente al suministrador por toda la mercancía cuando ha cruzado la frontera en Shenzhen.

Los estraperlistas que trabajan para las redes de contrabando recogen los productos en improvisados mercados callejeros.

El artículo más preciado es la leche en polvo para bebés, ya que los padres chinos no se fían de las marcas nacionales desde que, en 2008, se descubriera que añadían una sustancia química a su fórmula, la melamina, que mató a seis niños e intoxicó a más de 300.000. Como la demanda de esta leche era tan alta que agotaba las existencias, los chinos que salen de Hong Kong no pueden llevar consigo más de 1,8 kilos desde marzo de 2014. Aunque su contrabando está penado con multas de 500.000 dólares de Hong Kong (59.200 euros) y hasta dos años de cárcel, por la frontera pasan cada día tantos viajeros que los agentes de aduanas no pueden revisar todos sus equipajes. El riesgo, pequeño, compensa: por cada lata de 1,5 kilos, que cuesta 145 dólares de Hong Kong (17 euros), el beneficio es de 5 euros.

Para que el dinero no se pierda de manos, los porteadores no pagan por los artículos que recogen; solo tienen que mostrar su carné de identidad y su número de teléfono.

Debido a los frecuentes escándalos alimentarios y a la contaminación reinante en China, otros productos muy demandados son la pasta de dientes, las medicinas y los cosméticos de Hong Kong, que encima son más baratos y de mejor calidad. Como pude apreciar en el mercado callejero improvisado a espaldas del almacén Kerry, en el barrio de Sheng Shui, entre las cajas con que los porteadores llenaban sus maletas destacaban los perfumes de marca, las mascarillas faciales Gold Snail, los pañales Moony y hasta el alpiste Nutribird.

Como, desde abril, los residentes en Shenzhen solo pueden cruzar una vez a la semana la frontera, las redes de contrabando ya están contratando a vecinos de Hong Kong, que no tienen límites.

“Compro estuches de bombones Ferrero Rocher por 44 dólares de Hong Kong (5,2 euros) y cada día me saco unos 300 yuanes (45 euros)”, me explica Xin Xue, una mujer de Shenzhen que antes venía a Hong Kong cinco veces a la semana. Pero, debido a las protestas de los vecinos contra esta invasión de chinos del continente, el régimen de Pekín restringió a principios de abril las visitas de los residentes de Shenzhen, que antes eran ilimitadas, a solo una por semana. “No es justo; todos tenemos que ganarnos la vida y, además, tanto chinos como hongkoneses pertenecemos al mismo país”, protesta un porteador, que oculta su nombre.

Jubilados, parados, amas de casa y estudiantes se ganan la vida comprando artículos en Hong Kong y vendiéndolos luego en Shenzhen.

Aunque la antigua colonia británica de Hong Kong pertenece a China desde su devolución en 1997, el principio de “un país, dos sistemas” le permite conservar hasta 2047 su frontera, su moneda y su mayor libertad política, económica y fiscal. Pero la cada vez mayor presencia e influencia de los chinos del continente ha hecho saltar la tensión con los hongkoneses, como se vio en las protestas del año pasado que reclamaban sufragio universal al autoritario régimen de Pekín.

De compras o por turismo, la cada vez mayor presencia china en Hong Kong ha provocado choques con la comunidad local, como se vio en la “Revuelta de los Paraguas”.

Además del problema político de fondo, entre ambas comunidades afloraron sus enormes diferencias sociales y culturales, azuzadas por la presión demográfica china. En los últimos cinco años, se ha doblado el número de visitantes del continente hasta los 47,2 millones, buena parte de los cuales se dedican al “comercio paralelo” con China de joyas, medicinas, cosméticos y electrónica. “Se ha perdido el sabor local de los barrios de Hong Kong y los precios se han disparado por esta invasión”, critica Kit Loi, dueña de un restaurante, quien también se queja de las rudas formas de los visitantes chinos.

Los hongkoneses se quejan de que los chinos abarrotan las farmacias y droguerías y están cambiando la fisonomía comercial de sus barrios próximos a la frontera.

Para burlar la nueva prohibición, las redes de estraperlo ya están contratando a residentes de Hong Kong porque pueden cruzar la frontera tantas veces como quieran. Todo con tal de seguir alimentando a ese gigantesco mercado que, dispuesto a pagar lo que sea por artículos de mayor calidad, espera al otro lado de la frontera en China.

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