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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

China: el mundo de mañana, hoy

Pablo M. Díez el

China quiere ser un país normal. Un país en el que, como en Estados Unidos, Japón, Alemania o la propia España a pesar de la crisis, la mayoría de su población conforme una clase media “modestamente acomodada”, como le gusta repetir a los dirigentes chinos. Un país en el que sus habitantes disfruten de la vida que hoy se considera “normal” en el mundo civilizado, donde tengan un trabajo con un sueldo razonable, una casa, un coche, vacaciones, buena educación para sus hijos y atención médica en caso de que caigan enfermos. Todos esas cosas que nos parecen tan normales a los que procedemos de países desarrollados, pero que son tan extrañas para la mayoría de la gente que vive en este planeta.

Los rascacielos de Pudong, en Shanghái, son el escaparate de la nueva China, pero el resto del país es muy distinto.

China quiere ser un país normal, pero no puede. Con más de 1.350 millones de habitantes, el concepto de normalidad salta por los aires en cuanto se aplican las gigantescas dimensiones chinas. Si, con solo 45 millones de habitantes, en España ya resulta difícil entrar en la universidad que uno quiere, encontrar trabajo y pagar la hipoteca, imagínense cómo es la vida para un chino. Cuando haga la selectividad, se presente a unas oposiciones o busque empleo, tendrá que competir contra no decenas o cientos de miles, sino millones de rivales. Cada día, tendrá que ir al trabajo en un metro donde los pasajeros son metidos a presión en las horas punta o se pasará varias horas en atascos kilométricos. O incluso días, como yo mismo pude presenciar en agosto de 2010 en una retención a 200 kilómetros al noreste de Pekín que duró más de dos semanas. Si tiene la suerte de poder irse de vacaciones, coincidirá con miles de personas en aviones o trenes abarrotados que harán que el viaje sea de todo menos placentero.

Así ocurre, por ejemplo, durante el año nuevo chino, que, dependiendo del calendario lunar, cae entre finales de enero y principios de febrero. Al ser la festividad más importante de China, cientos de millones de personas se desplazan durante esas fechas para celebrar la entrada del año nuevo con sus familias. Este año, el Ministerio de Transportes chino calculó que durante los 40 días que duraba dicho periodo vacacional se efectuaron 3.620 millones de desplazamientos. El medio más utilizado fue el tren, que tomaron más de 258 millones de pasajeros, la mayoría emigrantes rurales que trabajan en las ciudades y vuelven a sus casas en sus únicas vacaciones del año.

Acarreando pesados fardos, los campesinos que emigran a las ciudades pueblan las estaciones chinas.

La línea de alta velocidad más larga del mundo, que une en nueve horas los 2.300 kilómetros que separan Pekín de la ciudad sureña de Cantón, fue tomada por casi dos millones y medio de pasajeros. Además de los viajes en coche, que colapsaron las carreteras, circularon 860.000 autobuses por todo el país y zarparon 21.000 barcos, mientras que 400.000 chinos volaron en avión durante estas fechas.

Las astronómicas cifras de tan masiva “Operación Salida” nos llevan a muchos a preguntarnos: ¿qué pasará cuando los chinos coman tanta carne como los europeos o tengan tantos coches como los americanos? Pues que seguramente no habrá terneras, pollos ni cerdos para alimentar a todo el mundo ni gasolina ni carreteras para que esos vehículos circulen. Y es que, como en cualquier otro país en vías de desarrollo, el coche se ha convertido en un símbolo de estatus social.

Pero en Pekín, donde la nube de contaminación eclipsa el sol, hay que tener la suerte de ganar una lotería para conseguir la matrícula de un coche nuevo. Con el fin de reducir las emisiones de los tubos de escape de los más de cinco millones de automóviles que colapsan sus avenidas, que provocan un tercio de la polución, el Ayuntamiento recortará el número anual de matrículas a sortear: de 240.000 ahora a 150.000 en 2017. En cada sorteo, que es mensual, participan casi dos millones de personas. En caso de ganar una matrícula, el conductor verá restringida su circulación. Pero no con un sistema de números par o impar, sino por el veto diario que tienen dos dígitos finales de cada matrícula (1 y 6 el lunes, 2 y 7 el martes, el 3 y el 8 el miércoles…), so pena de una multa de 100 yuanes (12 euros). A los tres meses se cambia el día que tienen prohibido salir a la calle estas parejas de números.

La vida bajo la nube de contaminación, el apocalíptico paisaje urbano de Pekín.

Superpoblación, contaminación, desarrollo insostenible y megalópolis plagadas de futuristas rascacielos con anuncios de neón, galerías comerciales de lujo y autopistas de hasta siete niveles. Así es el mundo del mañana, que ya se vislumbra hoy en China, paradigma de las potencias emergentes del siglo XXI. Después de más de tres décadas de extraordinario crecimiento económico, que han provocado la mayor transformación de su historia, China se enfrenta a unos retos trascendentales no solo para su futuro, sino también para el resto del planeta por su cada vez mayor influencia global. Como segunda economía mundial tras Estados Unidos, su ejemplo será observado al detalle, y probablemente también seguido, por el resto de países de vías en desarrollo.

Todo dependerá de cómo se cuente esta “gran historia china” que nos ha tocado vivir.

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