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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

El “exótico paisaje” de Corea del Norte

Pablo M. Díez el

En Dandong, la principal ciudad de la larga frontera entre China y Corea del Norte, son bien conscientes de la curiosidad que despiertan sus vecinos. Gracias a vivir junto al país más hermético y aislado del mundo, del que sólo les separa un kilómetro en el tramo del río Yalu a su paso por la ciudad, los chinos hacen negocio a costa del estalinismo trasnochado del régimen dirigido por Kim Jong-un.

Un puente de hierro sobre el río Yalu une China con Corea del Norte en Dandong.

Antes de que el Crowne abriera sus puertas a las afueras de Dandong, el hotel más caro de la ciudad – que no el mejor – era el Zhonglian, situado justo enfrente del puente de hierro destruido por los americanos en la guerra de Corea a principios de los 50 y de la nueva pasarela que cruza a Sinuiju, la primera localidad al otro lado del río. Aprovechando tan estratégica ubicación, todas las habitaciones de su fachada ofrecen unas inmejorables vistas a Corea del Norte y, para disfrutar de cerca tan “exótico paisaje”, disponen de prismáticos con los que otear las lúgubres calles de Sinuiju.

Barcos desvencijados y grúas herrumbrosas en Sinuiju, el primer pueblo norcoreano al otro lado de la frontera.

Entre sus grises fábricas con largas chimeneas y viejos bloques de estilo soviético, sobresalen una pequeña noria y la torre con la llama del “juche”, la ideología alumbrada por Kim Il-sung, el fundador de la patria y de la primera dinastía comunista del mundo, que va ya por su tercera generación tras la muerte en diciembre de 2011 del “Querido Líder” Kim Jong-il.

Una noria destaca entre los tétricos edificios de estilo soviético y las fábricas abandonadas de Sinuiju.

Por 50 yuanes (6 euros), un barco chino pasea a los turistas por la orilla norcoreana, plagada de grúas herrumbrosas y cascos oxidados de barcos que esperan el desguace. Entre las patrulleras de la Armada norcoreana pululan soldados armados con “Kalashnikov”, que enseguida se dan la vuelta para no aparecer en las fotos que toman los pasajeros desde el barco.

Con sus fusiles al hombro, los militares norcoreanos patrullan por el muelle de Sinuiju.

Algunos desvencijados contenedores de mercancías se amontonan bajo los carteles de la propaganda que proclaman al difunto Kim Jong-il “el hijo del Sol”. A pesar del embargo por las sanciones internacionales contra el programa nuclear de Pyongyang, las mercancías procedentes de China siguen llegando a Corea del Norte a través de los camiones que cruzan el puente y de los cargueros que navegan por el río Yalu.

Un carguero transporta mercancías chinas a Corea del Norte por el río Yalu.

En el lado chino, los turistas se retratan ante el mural que recuerda el apoyo prestado por Mao Zedong al régimen amigo de Pyongyang durante la guerra de Corea y compran “merchandising” rojo, probablemente falsificado en alguna fábrica de Dandong, como “pins” con la efigie de Kim Il-sung y Kim Jong-il, que los miembros del Partido de los Trabajadores lucen con orgullo en sus solapas para distinguir a la élite del populacho.

Monumento que recuerda la ayuda militar que Mao prestó a Kim Il-sung durante la Guerra de Corea.

A las afueras de Dandong, lanchas con turistas chinos sin visado se cuelan hasta cinco kilómetros dentro de Corea del Norte. A menos de diez metros de la orilla, pueden ver de cerca la dura vida de los campesinos mientras los militares no sólo hacen la vista gorda, sino que incluso los llaman para pedirles dinero o cigarrillos. Por 100 yuanes (12 euros), los furtivos visitantes hasta pueden comprar “souvenirs” norcoreanos, como sellos, billetes y palillos de metal, que los pescadores esconden en sus barcas con la permisividad del Ejército.

Un soldado norcoreano tiende unas mantas en un puesto fronterizo con China.

En el nuevo distrito construido junto al puerto, un puesto fronterizo aún montado con casetas espera a ser inaugurado. Por increíble que parezca, la puerta está abierta de par en par y no hay soldados chinos que lo vigilen, sólo un militar norcoreano que combate el frío con sus interminables guardias de un lado a otro de la verja. ¿Pensará acaso que queremos emigrar a su país? Me extraña; la diferencia entre China y Corea del Norte no podía ser aquí más evidente. Mientras en la parte china proliferan los rascacielos de nueva construcción alrededor de tres futuristas estadios cubiertos, en la norcoreana sólo se vislumbran chamizos entre sus campos baldíos.

Un militar norcoreano hace guardia en un puesto fronterizo con China aún en construcción.

Al anochecer, la oscuridad engulle Sinuiju, un pueblo fantasma cuyos habitantes sólo tienen luz de cinco a siete de la mañana y de cinco a diez de la noche. Y nunca de forma conjunta con el agua del grifo, cortada a esas horas. Mientras en la orilla norcoreana no se ven más que una docena de luces mortecinas, que alumbran algún que otro edificio oficial, un cartel de la propaganda y la torre de la ideología “juche”, la china refulge con los neones de sus karaokes y restaurantes. Incluyendo la tradicional carne de perro, los más caros sirven comida coreana y son regentados por el régimen de Pyongyang, que envía a jóvenes y atractivas camareras y cantantes para amenizar a los clientes.

Una orquesta norcoreana toca en el Restaurante Pyongyang de Dandong.

Aunque sólo separados por un kilómetro, dos mundos distintos se erigen a ambos lados de la frontera a una distancia insalvable, la que va del desarrollo al estancamiento, de la opulencia al hambre. De la luz a la oscuridad.

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