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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Tsunami, año I

Pablo M. Díez el

Un año después del tsunami, he vuelto a Japón. A través de la Ruta 45, que serpentea entre hermosas bahías de aguas cristalinas y frondosos bosques de cedros, he recorrido la costa que fue devastada por las olas gigantes. Otsuchi, Rikuzentakata, Kesennuma, Minamisanriku… Pueblos enteros borrados, literalmente, del mapa. Hace un año, eran montañas de escombros arrastrados por la fuerza del mar. Hoy son desoladoras explanadas donde sólo quedan en pie un puñado de edificios de cemento que aguantaron las embestidas de las olas, y esperan a ser demolidos. O están en silencio, porque ya nadie vive allí, o envueltas en el ensordecedor ruido de las grúas y máquinas excavadoras. Y, por supuesto, entre las ruinas siguen apareciendo barcos varados y coches en los tejados de algunos edificios.

A dos kilómetros de la costa, varado entre las ruinas, el Kyotoku Maru 18 es ya una parte del paisaje en Kesennuma.

En casas prefabricadas para los damnificados o evacuados nucleares, vuelvo a hablar con las mismas personas que entrevisté tras el tsunami. Como la abuela Masako Sugawara, que perdió a marido, dos hermanos, nietos y sobrinos, o Kazuyuki Suenaga, que se jugó la vida para salvar a su gato en la zona evacuada de Fukushima y sigue viviendo bajo la nube radiactiva en Minamisoma.

Un año después, Japón lucha por la reconstrucción y contra el peor desastre nuclear desde Chernóbil. Los escombros pueden limpiarse, pero la radiactividad permanecerá durante décadas o, quizás para siempre. Tras la catástrofe, fueron evacuadas 80.000 personas que vivían a 20 kilómetros de la siniestrada central. Lo más probable es que nunca puedan volver a sus hogares.

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