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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

¿Lloran de verdad o fingen los norcoreanos?

Pablo M. Díez el

¿Qué está pasando en Corea del Norte? ¿Cuenta Kim Jong-un, el “Gran Sucesor” del difunto Kim Jong-il, con el apoyo de los militares? ¿Hará caso un grupo de generales octogenarios y cargados de medallas en las solapas a un jovenzuelo imberbe y rechoncho cuyo único mérito militar es ser el hijo del “Querido Líder”?

Adiós, Kim, adiós, descansa en paz, la misma que tú negaste a tu propio pueblo

Es difícil, por no decir imposible, saberlo. Las noticias que llegan de Corea del Norte, el país más hermético y aislado del mundo, nos plantean más dudas y preguntas que certidumbres. Alienados por la propaganda y subyugados por la represión, ni siquiera los propios norcoreanos pueden conocer la verdad. Mucho menos ellos. Desde la cuna a la tumba, y totalmente aislados del exterior, un lavado de cerebro colectivo les ha convencido de que los Kim, primero el abuelo, luego el padre y ahora el hijo, son auténticos dioses vivientes que saben de todo y sin los cuales el país se hundiría. ¿Aún más?, nos preguntamos en Occidente. Al menos nosotros podemos comparar la miseria que reina en Corea del Norte con la prosperidad que disfruta el Sur, pero muchos de ellos no tienen absolutamente ni idea de lo que acontece en el extranjero.

Cuando estuve en Corea del Norte en abril de 2007, nadie tenía acceso a internet y los dos únicos canales de televisión estatales sólo emitían canciones patrióticas ensalzando a Kim Jong-il y Kim Il-sung y propagandísticas películas de guerra donde los malos eran siempre los americanos. Con fotos fijas y nunca con imágenes en movimiento, los telediarios únicamente hablaban de las visitas que hacía Kim Jong-il por todo el país y sus sabias decisiones. Cada sábado, noticias internacionales con hasta dos meses de retraso recordaban la amenaza militar de Estados Unidos y Japón y lo mal que estaba el mundo en comparación con lo bien que el “Querido Líder” dirigía a sus súbditos como si fuera un padre bondadoso y preocupado por su prole.

Sometidos a apagones constantes, todo tipo de precariedades y malviviendo con cartillas de racionamiento que limitan la ingesta diaria a un puñado de arroz y unas pocas verduras, ¿puede alguien creerse semejante patraña? La culpa de todos los males la tienen siempre los “imperialistas americanos” y a quien se atreve a ponerlo en duda le aguarda el paredón o, peor aún, el infierno de los campos de trabajos forzados donde agonizan unos 200.000 presos, según las organizaciones defensoras de los derechos humanos.

En un espectacular desfile militar presidido por Kim Jong-il, la multitud congregada en la plaza central de Pyongyang aplaudía y se desgañitaba mientras él saludaba desde la tribuna. De repente, todos se callaron al unísono en cuanto desapareció del palco, como si fueran autómatas a los que les hubieran desconectado el interruptor. Tras la muerte del “Querido Líder”, toda Corea del Norte llora desconsolada entre impactantes muestras de dolor. Pero, ¿hasta qué punto son reales, y no exagerados, tan desgarradores llantos?

No lo sabremos hasta que caiga la dinastía de los Kim y, al igual que ocurrió antes en otros países sometidos bajo el yugo de la dictadura, nos lo cuenten los propios norcoreanos.

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