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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

China y la Expo de Shanghai

Pablo M. Díez el

Cuenta atrás para la Exposición Universal de Shanghai, que abre sus puertas al público este sábado 1 de mayo. Como aperitivo, el viernes por la noche tendrá lugar una gala de inauguración que las autoridades chinas han envuelto en el mayor de los secretismos, pero en la que destacará una traca de fuegos artificiales que promete ser espectacular.

El impresionante pabellón de China es uno de los mayores en la Expo de Shanghai

En plena crisis, y sólo dos años después de los Juegos Olímpicos de Pekín, China volverá a lucirse ante el mundo con la mayor Expo de la Historia: 190 países participantes (42 con pabellón propio), 50 organizaciones internacionales, un recinto de 520 hectáreas de superficie (20 veces la extensión de Zaragoza 2008), 20.000 actos programados (una media de 100 al día) y una previsión de 70 millones de visitas hasta que concluya el próximo 31 de octubre.

Bajo el lema “Mejor ciudad, mejor vida”, serán 184 días intensos en los que la Expo tratará de responder a los retos que tienen ante sí las grandes megalópolis del siglo XXI. Un tema especialmente apropiado para Shanghai, la ciudad más moderna y cosmopolita de China con casi 20 millones de habitantes y 4.000 futuristas rascacielos que parecen sacados de la película de ciencia-ficción “Blade Runner”. Y un asunto de vital trascendencia para un país en vías de desarrollo como China, que ha vivido la mayor transformación económica y social de su Historia desde que se abriera al capitalismo hace ya tres décadas.

Aunque el gigante asiático es la tercera economía del planeta en términos brutos y una superpotencia emergente, su progreso ha sido asim

étrico y esconde graves desigualdades entre ricos y pobres, entre las ciudades y el campo y entre la industrializada costa y el interior rural. En este país de grandes contrastes, el lujo más obscenamente ostentoso convive con una pobreza propia del Tercer Mundo, que pocos visitantes de la Expo podrán ver. A menos, claro, que se tomen la molestia de viajar no ya a las provincias de Gansu o Qinghai, a más de 3.000 kilómetros de distancia, sino a las afueras de Shanghai en un sencillo viaje en tren.

Mientras el Producto Interior Bruto (PIB) per cápita es de 2.951 euros y se encuentra en torno al puesto 100 del mundo, a la altura de Albania y Jordania, el régimen chino se gasta 28.600 millones de yuanes (3.135 millones de euros) en la Expo. Eso, al menos, oficialmente, porque otros cálculos que circulan en internet, y que han sido negados por las autoridades, disparan el presupuesto hasta los 400.000 millones de yuanes (43.861 millones de euros).

Con independencia de la cifra real, la Expo de Shanghai es la nueva fachada de progreso y desarrollo que el Gobierno de Pekín quiere mostrar al mundo y, lo que es más importante, a su propio pueblo, al que bombardea con este tipo de eventos propagandísticos para reforzar su nacionalismo y recuperar el orgullo de ser chino.

Para ello, China deslumbrará con un gigantesco pabellón con forma de pirámide invertida de color rojo imperial que, apodado la “Corona de Oriente”, se basa en la estructura de los “dougong”, los tradicionales capiteles de madera entrelazados que sobresalen entre las columnas y las vigas de los templos asiáticos, y que tienen más de 2.000 años de antigüedad.

Con una altura de 63 metros y una superficie de 60.000 metros cuadrados, ha costado 1.500 millones de yuanes (164,4 millones de euros) y acogerá a las provincias y regiones chinas y a las antiguas colonias de Hong Kong y Macao. Gracias a su singular forma y a que la mayoría de los visitantes de la Expo serán nacionales, se convertirá en el pabellón más popular del recinto y la cara visible de esta nueva China del siglo XXI.

Tras Pekín, le toca el turno de lucirse a la segunda ciudad del país y su verdadero corazón económico y financiero, Shanghai.

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