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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

China: de Tiananmen al capitalismo salvaje

Pablo M. Díez el

Fundada por Mao Zedong el 1 de octubre de 1949, la República Popular China acaba de cumplir seis décadas con el objetivo de desbancar este año a Japón como segunda potencia económica del mundo. Tras su progresiva apertura al capitalismo, iniciada con las políticas reformistas emprendidas en 1978 por Deng Xiaoping, el gigante asiático ha vivido un extraordinario crecimiento económico que ha transformado radicalmente a la sociedad y ha sacado a cientos de millones de personas de la pobreza, constituyendo además una cuantiosa clase media urbana.

China ya no es un atrasado país de humildes campesinos, sino la potencia emergente que está llamada a rivalizar con la hegemonía de Estados Unidos durante el siglo XXI. En un novedoso modelo que combina el capitalismo salvaje con la autoridad dictatorial del comunismo, el régimen de Pekín se legitima de cara a su pueblo gracias al progreso y modernización que ha traído el crecimiento económico, que solapa, junto a la persecución y encarcelamiento de las minoritarias voces disidentes, cualquier debate interno sobre la instauración de un sistema democrático y multipartidista.
Pero este meteórico ascenso se paseó por la cuerda floja en 1989, cuando el régimen chino estuvo a punto de verse arrastrado por el desmoronamiento de los países comunistas en el Este de Europa.

Aunque el “dragón rojo” había apostado por un “socialismo con características chinas” para distinguirse de la Unión Soviética, los nuevos aires que se respiraban en todo el mundo hace dos décadas llevaron a Pekín una “primavera democrática” que acabaría aplastada por los tanques en la masacre de Tiananmen durante la madrugada del 4 de junio de 1989.

Las protestas democráticas de los estudiantes, espoleadas por la muerte del líder reformista Hu Yaobang en abril, pusieron en jaque al régimen chino, inmerso en una compleja apertura económica que había disparado la corrupción, los precios, el malestar social en las ciudades y las ansias de libertad. Tras el terror y la sinrazón de la “Revolución Cultural” (1966-76), una nueva generación de chinos educada en la crítica parcial a Mao (70 por ciento de gestión positiva, 30 por ciento negativa) se atrevía a tomar las calles y cuestionaba a los jerarcas del Partido Comunista.

Esta auténtica rebelión se producía en medio de un contexto histórico global marcado por el imparable resquebrajamiento del Telón de Acero y mientras Gorbachov predicaba la “perestroika” en la URSS. Pero el régimen comunista chino, que ya había dado muestras de su sagacidad al adelantarse una década en su apertura al capitalismo, no dudó en sacar el Ejército a la calle para sofocar a sangre y fuego una revuelta que amenazaba directamente al poder. Mientras Occidente condenaba a Pekín por la matanza de Tiananmen y aplaudía o contribuía directamente al desmoronamiento del bloque comunista y al desmembramiento de la URSS, el Gobierno chino seguía adelante con sus reformas económicas tras defenestrar a Zhao Ziyang, el secretario general del Partido que se había reunido con los estudiantes para evitar sin éxito un baño de sangre.

Para legitimar su poder tras la masacre, el régimen chino se volcó de lleno en el crecimiento económico y la mejora de la vida de sus ciudadanos, que empezaron a notarse a mediados de los 90 con la transformación de sus grandes ciudades en modernas megalópolis plagadas de futuristas rascacielos, imponentes galerías comerciales con centelleantes luces de neón y autopistas de varios niveles.

Aunque 800 millones de chinos aún siguen viviendo en el atrasado mundo rural y la “fábrica global” se nutre de obreros que ganan menos de 100 euros al mes por interminables jornadas laborales, este “milagro económico” es una realidad tangible para la mayoría del país. Por muy pobre que sea, hasta el más humilde campesino ha mejorado exponencialmente sus condiciones de vida en los últimos treinta años, ya que antes los chinos se las veían y se las deseaban para no pasar hambre.

En comparación con los otros países comunistas, China perdió en 1989 la batalla de la democracia, pero ganó la guerra de la economía y el desarrollo, lo que no deja de ser un triunfo sin paliativos para un pueblo eminementemente pragmático y regido por las enseñanzas de Confucio que ha vivido miles de años bajo el poder absoluto de los emperadores. El resto, desde el ingreso en la Organización Mundial del Comercio en 2001 hasta los Juegos Olímpicos de Pekín pasando por la devolución de Hong Kong o el lanzamiento de tres astronautas al espacio, es Historia.

FOTOS DEL DESFILE POR EL 60 ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN DE LA REPÚBLICA POPULAR CHINA: XINHUA, AP, REUTERS, AFP

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