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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Hangzhou, la Venecia verde de Oriente

Pablo M. Díez el

Un viejo proverbio chino reza que “en el cielo está el paraíso, mientras que en la Tierra están Suzhou y Hangzhou”. La primera, enclavada en la provincia de Jiangsu, es una bellísima ciudad plagada de canales que aún conserva su encanto del pasado, mientras que la segunda ya se ha convertido en uno de los destinos turísticos más solicitados del país.
Capital de la provincia de Zhejiang, al sur de Shangai, Hangzhou ofrece como principal reclamo sus numerosos parques y jardines y el Gran Lago del Oeste, ubicado en el centro de esta urbe de seis millones de habitantes que es una de las más elegantes, coquetas y prósperas del coloso oriental.

Por ese motivo, muchos ya la han bautizado como la “Venecia de ojos rasgados” o la “Venecia de Oriente”, aunque también se podría comparar con la aristocrática Ginebra por el gran parecido que el Gran Lago tiene con el enorme estanque de la ciudad suiza.

Pero el refinamiento de Hangzhou no se debe sólo al extraordinario crecimiento que está experimentando el país, especialmente notable en esta laboriosa e industrial provincia situada en la franja costera, sino que hunde sus raíces en las dinastías más brillantes del dragón rojo.
Como una de las siete ciudades más antiguas de China, Hangzhou remonta sus orígenes a la estirpe Qin (221-207 antes de Cristo), la primera que unificó el Reino del Centro bajo la figura del poderoso pero despótico emperador Qin Shi Huang. A pesar de su temprana fundación, Hangzhou no vivió su primer gran momento de esplendor hasta el año 610, cuando entró en funcionamiento el faraónico Gran Canal que la comunicaba a través de 1.794 kilómetros navegables con Pekín y que enlazaba el río Amarillo con el Yangtsé.

Esta precursora obra de ingeniería, que aún hoy sigue estando operativa como reclamo turístico, fue construida durante la dinastía Sui entre los años 605 y 609, permitiendo a partir de ese momento el transporte de mercancías, fundamentalmente cultivos agrícolas y objetos de artesanía, desde el fértil sur del gigante asiático hasta el norte.
Precisamente de esa época data el Lago del Oeste, el más famoso de los 36 emplazamientos que llevan el mismo nombre en China. En el siglo VII comenzó el dragado de esta laguna del río Qiantang que, con los diferentes diques levantados con el paso de los años, ha quedado totalmente separada del mismo.

En la actualidad, el lago ocupa una superficie de 6,38 kilómetros cuadrados y cuenta con varios lugares de interés para el viajero, que no debe perderse un paseo en barca por sus mansas aguas. En la orilla norte se encuentra la isla de la colina Gu, a la que se puede llegar paseando por el puente de Baidi.
En lo que antes fue el palacio de verano del emperador Qianlong durante el siglo XVIII, hoy se erige un impresionante complejo turístico que comprende el Museo Provincial de Zhejiang, el parque de Zhongshan y el famoso restaurante Louwailou Caiguan, que abrió sus puertas en 1848.
Tras deleitarse con alguna de las especialidades de este establecimiento, como la carpa con salsa agridulce o las gambas con té verde, se puede tomar un bote en el embarcadero para navegar hasta la pequeña isla de Yingzhou, en pleno centro del lago y donde destacan los tres estanques que reflejan la Luna.

A continuación, la travesía debe seguir por las isletas del Pabellón en Medio del Lago y de la tumba del señor de Ruan.
Otras escalas ineludibles de este recorrido, como el puente de Su, el estanque de loto en los jardines de Quyuan o la pagoda de Leifeng, se remontan a la época en que Hangzhou se convirtió en la capital de China. Y es que en 1126, cuando los jurchen (invasores del norte predecesores de los manchúes) apresaron a la corte imperial en Kaifeng, la dinastía Song se trasladó al sur y se instaló en esta ciudad, protegida por el Gran Lago y las colinas que hay que atravesar antes de llegar a ella.

Precisamente, fue durante los últimos años de la dinastía Song Meridional (1127-1279) cuando el más célebre aventurero occidental, Marco Polo, llegó a China en 1271. Como consta en su Libro de Viajes, el navegante italiano se quedó prendado con Hangzhou, que definió como un paraíso en la Tierra porque la grandeza y elegancia de esta ciudad son incomparables en todo el mundo.

Pero no sólo de su Gran Lago y de sus abundantes parques y jardines vive Hangzhou, donde también se puede visitar el monumental templo de Lingyin, construido en el año 326 y restaurado hasta en 16 ocasiones por los destrozos sufridos a lo largo de numerosas guerras y desastres naturales. Aunque ya no tiene los cientos de capillas ni los 3.000 monjes con que llegó a contar en su momento de auge, este recinto aún atesora la mayor figura de un Buda sentado esculpida en madera de China, con casi 25 metros de altura.

Además de las distintas salas del complejo, que los fieles recorren quemando incienso mientras oran pidiendo buena suerte y prosperidad, el visitante puede disfrutar con el paseo hasta el contiguo pico del Norte, en el que podrá encontrar más de 340 esculturas labradas en la piedra de las rocas.

La cima de esta montaña ofrece unas vistas tan espectaculares de la ciudad, donde han proliferado los rascacielos, como las panorámicas que regala la pagoda de Liuhe, que se alza imponente junto al puente que cruza el río Qiantang hasta la nueva zona de expansión de Hangzhou. Erigida en el año 970, sus 13 pisos de madera ascienden hasta los 60 metros de altura, por lo que sirvió de faro en los momentos de máxima actividad de la ciudad como uno de los principales puertos del gigante asiático.
Y es que Hangzhou se ha destacado por el comercio de productos locales tales como su exquisito té verde, su finísima seda y sus afiladas tijeras. Por eso, no hay que olvidar comprar alguna de estas especialidades en la calle vieja de Qinhefang, que ha sido remodelada por completo para recuperar, curiosamente, todo el esplendor de su pasado.

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