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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Turistas del horror en Camboya

Pablo M. Díez el

Hoy son dos de las principales atracciones turísticas de Phnom Penh, la capital de Camboya, pero hace poco más de treinta años albergaban las mayores casas de los horrores que ha conocido el sureste asiático.
Se trata de la prisión de Tuol Sleng, también conocida como Oficina de Seguridad 21 (S-21), y el campo de la muerte de Choeung Ek, situado a 15 kilómetros de la capital de la capital camboyana y escenario de un genocidio comparable al Holocausto nazi o a los gulags de Stalin en la antigua Unión Soviética.

Ocurrió entre 1975 y 1979, cuando un grupo de visionarios formados en la Sorbona de París, con el siniestro Pol Pot a la cabeza, se empeñaron en llevar a cabo uno de los experimentos antropológicos más despiadados que ha conocido la Humanidad: apartarse por completo del capitalista consumismo occidental y construir una nueva y pura sociedad mediante una revolución agraria basada en las ya fracasadas comunas agrícolas del maoísmo y, muy de lejos, en los principios del buen salvaje de Rousseau.
Pero, por desgracia, no había nada de bueno en aquella igualitaria utopía comunista, que primero liquidó sistemáticamente a todo aquél que pertenecía a la afrancesada élite del momento y luego afectó a todos por igual.
Durante los oscuros años en que los Jemeres Rojos ocuparon el poder en Camboya, bautizada entonces como la República Democrática de Kampuchea, se calcula que perecieron unas dos millones de personas en los tristemente famosos campos de la muerte o de hambre y extenuación en las comunas agrícolas donde fue confinada la población tras ser expulsada de las ciudades. Las estimaciones más bajas calculan 1,7 millones de víctimas y las más altas llegan a los tres millones. Cualquiera de las tres cifras sirve para darse cuenta del genocidio que los Jemeres Rojos perpetraron en su propio país, que entonces tenía una población de unos siete millones de habitantes.
Darse un paseo por la cárcel de Tuol Sleng, una antigua escuela de Phnom Penh, supone descender a los infiernos de la sinrazón del brutal régimen de Pol Pot.

No en vano, por esta prisión pasaron entre 15.000 y 20.000 presos y apenas sobrevivieron una veintena. De los nueve oficialmente reconocidos, sólo quedan con vida cuatro hombres y una mujer, que están llamados a declarar como testigos en el juicio contra cinco altos mandos de los Jemeres Rojos.
El director de la cárcel S-21, Kaing Guek Eav, alias Duch, ha sido el primero en sentarse en el banquillo. Junto a él, serán juzgados en próximas sesiones Nuon Chea, el Hermano Número 2 y antiguo presidente de la Asamblea Nacional; Khieu Samphan, que fue presidente de la República Democrática de Kampuchea; Ieng Sary, ex titular de Asuntos Exteriores y cuñado de Pol Pot; y su esposa Ieng Thirith.
En total, sólo cinco acusados de avanzada edad para responder por el exterminio de millones de vidas, lo que ha frustrado a la sociedad camboyana porque Pol Pot falleció hace once años y el responsable militar de los Jemeres, Ta Mok El Carnicero, murió en 2006 mientras esperaba a ser juzgado. Además, en el actual Gobierno abundan los antiguos Jemeres, sobre todo los que desertaron tras la caída del régimen en enero de 1979 por la invasión de las tropas vietnamitas. Entre ellos, destaca el primer ministro, Hun Sen, en el poder desde 1985 y que ha intentado demorar este proceso judicial por todos los medios.
Finalmente, el juicio se ha abierto y comenzará por la prisión de Tuol Sleng.

En este surrealista lugar, un colegio convertido en centro de torturas e interrogatorios, un cartel pide a los visitantes que no se rían y guarden respeto por la memoria de las víctimas. Otra pancarta recuerda el decálogo de normas del recinto, en cuyo punto sexto se advierte de que no se chillará cuando se reciban latigazos o electroshocks.
En la entrada, llaman la atención unas fotografías de Pol Pot y sus secuaces. Pero no por sus sempiternas camisas negras de campesino, sus sandalias y sus kromas (los típicos pañuelos jemeres), sino por el coche oficial que aparece en la imagen, un Mercedes también negro, por supuesto que al parecer no era incompatible con su horrendo Año Cero. Una fecha simbólica, pero que efectivamente devolvió a Camboya a la Edad de Piedra.
La visita comienza por el pabellón donde vivían los responsables de la prisión y se realizaban los interrogatorios, en los que se practicaban todo tipo de crueles torturas para hacer confesar a los detenidos que pertenecían a la CIA, al KGB y, a veces, hasta a los dos servicios secretos al mismo tiempo. La paranoia del Jemer veía enemigos por todas partes y cualquier método era bueno para descubrir a los traidores, como propinar brutales palizas, arrancar con tenazas las uñas o los pezones de las mujeres, aplicar electroshocks en los oídos o colgar a los detenidos boca abajo en la barra de gimnasia del colegio y luego zambullirlos en tinajas llenas de agua.
En este primer edificio, de tres plantas, los soldados vietnamitas encontraron 14 cuerpos en descomposición salvajemente torturados y mutilados. Según los guías de la visita, se sospecha que eran antiguos Jemeres Rojos acusados de traición, ya que la mayoría de los 300 guardias de la prisión fueron ejectuados como sus propias víctimas.
De ellas se guarda un recuerdo muy especial en el museo del genocidio en que se ha transformado la cárcel: sus retratos.

En terrorífico blanco y negro, miles de detenidos fueron fotografiados al llegar a S-21, donde se les marcaba con un número y la fecha de detención. Estas fotografías son, al mismo tiempo, espeluznantes e hipnóticas porque muestran una amplia tipología humana, que va desde adultos hasta ancianos y niños, caracterizada por un sentimiento común: el miedo y la aniqulación absoluta de su individualidad.
Igual de sobrecogedores son los cuadros de torturas pintados por uno de los supervivientes, Van Nath. Este salvó la vida gracias a su habilidad con los pinceles, ya que el régimen lo escogió para que pintara los retratos de Pol Pot como consecuencia de esa otra característica común a toda dictadura: el culto a la personalidad.
La otra es la crueldad sin límites, como demuestra la alambrada que cubre un edificio de celdas para impedir el suicidio de los presos que no podían seguir resistiendo las torturas. Los Jemeres disponían sobre la vida y la muerte y nadie más que ellos podía decidir cuándo había llegado la hora.
Y la hora llegaba, una o dos veces por semana, al filo de la medianoche, cuando, después de seis meses de interrogatorios y palizas, los prisioneros eran montados en camiones y trasladados al campo de la muerte de Choeung Ek. Atados en fila india y con los ojos vendados, allí eran liquidados uno tras otro por los verdugos, que los golpeaban con una azada o una caña de bambú y luego los remataban cortándoles el cuello.

Mientras sonaban los himnos revolucionarios de Angkar, como se conocía popularmente en jemer a la desquiciada Organización liderada por Pol Pot, otros verdugos estrellaban los cuerpos de los bebés contra un árbol y luego los lanzaban a las fosas comunes.
En total, en Choeung Ek se han descubierto 129 fosas, de las cuales se han abierto 89, y se han hallado 8.895 cadáveres.
A fecha de 2001, por toda Camboya se habían localizado 343 campos de la muerte, 19.440 fosas comunes, once millones de minas y 167 prisiones.
Para honrar a las víctimas de esta locura, que terminó cuando el Ejército de Vietnam liberó Camboya y desalojó a los Jemeres del poder en enero de 1979, en Choueng Ek se ha levantado un tétrico mausoleo con forma de estupa repleto de calaveras.
En Camboya, hasta los homenajes huelen a muerte y destrucción.

Más información sobre el juicio a los Jemeres Rojos en:– Decepción en Camboya por la tardanza en juzgar a sólo cinco Jemeres Rojos– “Maté a miles de personas” – El juicio del horror– El torturador de los Jemeres Rojos pide perdón por el genocidio de Camboya– “Duch”, el matemático del horror

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