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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Vampiros de órganos en Nepal

Pablo M. Díez el

Ahora que acaba de ser detenido en Nepal el doctor Amit Kumar, cerebro de una importante red de tráfico de órganos, reproducimos aquí el reportaje que fue publicado el 21 de mayo de 2006 en el suplemento dominical D7 de ABC.

Cada cierto tiempo, los pueblos del valle de Katmandú, en los alrededores de la capital de Nepal, sufren unas misteriosas desapariciones. Un día, y de improviso, uno de sus vecinos se esfuma como por arte de magia y nadie, ni siquiera su familia, sabe absolutamente nada de él hasta que, al cabo de un par de meses, el perdido regresa al hogar. Aunque suele volver muy debilitado y hasta cojeando, la alegría por su retorno acalla las preguntas sobre su extraña marcha y desata el alborozo en la aldea, que celebra una gran fiesta en su honor en la que todos sus habitantes cantan, bailan y se emborrachan hasta el amanecer.

Después, la fortuna parece sonreír durante algún tiempo al desaparecido, que suele comprar un poco más de tierra, adquirir nuevos animales para su granja y reformar su humilde morada, muchas de las cuales no tienen ni luz ni agua. Pero, como la dicha no se prodiga demasiado en la casa del pobre, enseguida el taciturno errante pierde las fuerzas para arar sus cultivos o cae gravemente enfermo al más mínimo resfriado, llegando en ocasiones a morir de manera irremediable.

Es entonces cuando se resuelve el enigma. Al desnudar al fallecido para quemar su cuerpo junto a un río que fluya hasta el Ganges, tal y como manda la religión hinduista mayoritaria en el país, sus parientes y allegados descubren asombrados una larga cicatriz que recorre uno de sus costados y, a veces, se prolonga hasta la mitad de la espalda. Como si fuera la prueba de su sacrificio, dicha marca en la piel revela el auténtico motivo por el que el desdichado dejó a su familia sin dar más explicaciones y luego apareció con un buen fajo de rupias bajo el brazo.
Al menos, así descubrió la verdad Mohan Sapkota. Este campesino nacido hace 39 años en Hokse, un pequeño pueblo a 60 kilómetros de Katmandú, había acudido al funeral de un vecino y se dio cuenta de que la cicatriz que presentaba el cadáver un poco por encima de la cintura se parecía demasiado a la que él mismo tiene desde hace ya diez años. Tan curiosa coincidencia sólo podía indicar una cosa: que su paisano también había sido víctima de los traficantes de órganos que contactaron con él una década atrás.
Cuando me emancipé de mi familia y construí esta casa, tenía ya dos hijos y estaba asfixiado por las deudas, por lo que me hicieron una oferta que no pude rechazar, explicó Mohan a ABC sentado sobre una esterilla de esparto a las puertas de su vivienda, una rudimentaria construcción de piedra y barro rodeada por plantaciones de arroz. Si vas a la India y entregas uno de tus riñones, puedes conseguir un montón de dinero, le prometió su amigo Krishna Tamang, quien le aseguró que después no tendría ningún problema por el tratamiento médico que le iban a aplicar.

Podía ayudar a alguien que estaba enfermo y, al mismo tiempo, conseguir lo suficiente como para pagar lo que debía, intentó justificarse Mohan, quien no dudó en aceptar el trato tras hacerse una revisión en el Hospital Renal de Katmandú.
Acompañado por Krishna Tamang, emprendió después un viaje de cuatro días en tren hasta la ciudad india de Chennai (antigua Madrás), donde conoció a la persona que iba a recibir su riñón. Se llamaba Kumar Bar Joshi, era doctor y se mostró muy amable y conmovido cuando me dio las gracias por lo que iba a hacer por él. Además, me garantizó que me pagaría 60.000 rupias (655,46 euros), que es el triple de lo que gano yo cada año vendiendo en el mercado las patatas y los tomates que cultivamos en el huerto, relató Mohan, quien se sometió a la operación en un hospital privado del estado sureño de Tamilnadú.
Tras la intervención quirúrgica, el donante no volvió a ver nunca más al otro paciente. Apenas transcurrió el tiempo mínimo exigido para que Mohan se recuperara en el lujoso centro médico, fue trasladado a los pocos días a una cochambrosa pensión. Sólo me dieron unas cuantas pastillas para calmar los fuertes dolores que padecía y, a la semana de dejar el hospital, necesitaba de nuevo atención sanitaria porque la herida no paraba de sangrar y no me cicatrizaba, recordó el desventurado agricultor, quien pensó que iba a morir durante aquellos interminables e infernales días.
Pero Mohan, con un pellejo ya curtido por la dura vida del campo nepalí, sobrevivió y pudo regresar a su país. Lo hizo acompañado esta vez por un estudiante de Medicina de Bután que, tras confesarle que él también había vendido su riñón, le entregó el dinero prometido cuando llegaron a Katmandú.

De las 60.000 rupias recibidas, empleó casi la mitad en comprar nuevas tierras y destinó otras 12.000 a colocar un tejado de uralita en su casa. El resto me lo gasté en menos de un año en bebida y jugando a las cartas, confesó profundamente arrepentido.
Y es que, desde entonces, Mohan no ha podido trabajar como antaño porque se siente demasiado débil. Cuando regresé, me pasaba el día entero durmiendo y caí enfermo durante bastante tiempo, pero no me di cuenta de que había hecho una locura hasta que empecé a recibir la visita de varios periodistas nepalíes que se han encargado de airear estos casos en los medios nacionales, manifestó negando con la cabeza.
Por ese motivo, este humilde campesino, que ha tenido otras dos hijas desde que vendió su riñón, decidió fundar una asociación cuyos miembros van casa por casa advirtiendo a sus vecinos de los riesgos que conlleva sucumbir a los traficantes de órganos. Sólo en este pueblo hemos localizado a 25 personas que han vendido uno de sus riñones, mientras que en la cercana aldea de Jydian hay otras 15, indicó Mohan advirtiendo que esta zona del valle de Panchknal tiene una población de 10.000 habitantes.

En Nepal, uno de los países más pobres del mundo, la miseria y la falta de oportunidades llegan hasta tal punto que familias enteras peregrinan a la India con lo único que tienen, su salud y los órganos de su cuerpo, para venderlos a adinerados enfermos que necesitan urgentemente un trasplante.
Es el caso de Krishna Bor Bajagain, otro de los vecinos de Hokse que, junto a su mujer y su vástago de 20 años, entregó su riñón por un puñado de rupias. El primero en hacerlo fue mi hijo, que se fue a la India sin mi consentimiento y luego ni siquiera le pagaron nada del dinero que le habían prometido, por lo que tuvo que huir de allí después de que la mafia le diera una paliza y le amenazara de muerte, explicó este campesino de 45 años.

Aunque, al principio, se enfureció con su hijo y pensó en acudir a la Policía, Krishna enseguida se dio cuenta de que ésa era la única opción que tenía para poder alimentar a su familia. Dispongo de pocas tierras y había pedido prestadas 30.000 rupias (327,15 euros) que no podía devolver, por lo que acepté sin pensármelo dos veces cuando me ofrecieron 65.000 rupias (708,70 euros) por mi riñón. Total, si ya tengo uno, ¿por qué no me iba a poder desprender del otro?, argumentó apoyado en la azada con la que estaba labrando en su pequeño huerto.
El dinero apenas le dio para saldar sus deudas y comprar varias cabras, que murieron al cabo de poco tiempo, por lo que poco después convenció a su mujer para que siguiera su ejemplo. Aunque ambos sobrevivieron al exiguo proceso post-operatorio, que sólo duró unos cuantos días antes de regresar a Nepal, después sufrieron grandes dolores y calamidades que han marcado a Krishna para el resto de sus días.
Para olvidar nuestras penurias, una noche me emborraché con mi esposa y bebimos tanto que ella no volvió a despertarse a la mañana siguiente, balbuceó Krishna cabizbajo, convencido de que la falta de un riñón mató a su mujer y arruinó su vida para siempre. Ahora me arrepiento y no volvería a hacerlo, porque tengo las mismas deudas que antes, apostilló con amargura, evitando la mirada y contemplando las montañas que envuelven a su valle.
En una de ellas, a varios kilómetros de distancia de Hokse, el drama de Krishna se repite en la experiencia de Kenam Singh Lama. A sus 51 años, tampoco espera ya nada de la vida porque, pobre desde la cuna, perdió lo único que tenía, su salud, al malvender su riñón por 70.000 rupias (763,42 euros), de las que encima sólo recibió 50.000 (545,30 euros).

Además, y para colmo de males, tuvo que pagar la mitad de ese dinero en el hospital donde fue atendido después de caerse un día por un barranco de 20 metros de altura mientras subía a su casa, una destartalada vivienda sin luz ni agua enclavada en la cima de una escarpada colina a la que resulta difícil acceder incluso para una persona sana.
No pienso en ello. Lo hice y ya está, zanjó Kenam la cuestión aclarando que lo único que le interesa es poder seguir trabajando como jornalero para ganar al mes 1.000 míseras rupias (10,91 euros) con las que comprar el fuerte vino nepalí, famoso por su alta graduación. Sin beber no puedo conciliar el sueño, y estoy tan débil que eso es lo único que quiero dormir, concluyó ausente admirando el valle que se abre a sus pies, donde los vampiros de órganos ya deben estar buscando a otro desahuciado cuyo riñón salvará a un nuevo potentado enfermo de la India.
Perdido entre las cumbres del Himalaya, Nepal es desde los años 70 el paraíso de los hippies de todo el mundo. Con la cima más alta de la Tierra, el Everest, como principal reclamo natural, y con su exótica y mística capital, Katmandú, plagada de templos hinduistas y budistas, los mochileros y aficionados al trekking han encontrado en este pequeño país de 27 millones de habitantes el Shangrilá que tanto promocionan las agencias de viajes.

Pero existe otro Nepal que no aparece en los folletos turísticos: el que luce el dudoso honor de ser uno de los países más pobres del planeta con una renta per cápita de sólo 173,61 euros al año. Con un 95 por ciento de la población sobreviviendo a duras penas de la agricultura y un 40 por ciento bajo el umbral de la miseria, esta convulsa nación se desangró durante los últimos diez años en una guerra civil que se ha cobrado más de 12.000 vidas, ha dividido al país y ha provocado decenas de miles de desplazados internos.

Así, la guerrilla maoísta liderada por Prachanda El Feroz, que lucha por derrocar la última monarquía hindú del mundo para imponer una república comunista, controla hasta un tercio de las zonas rurales, donde ha expulsado a las tropas del Ejército e incluso ha impuesto su propia Administración. Sin electricidad en buena parte del campo y con el suministro de agua corriente limitado a un par de horas en las ciudades, la vida tampoco resulta fácil en las áreas dominadas por el Gobierno.
Pero la esperanza ha vuelto a renacer en Nepal después de que la revuelta popular de abril de 2006 doblegara al autoritario Rey Gyanendra y le obligara a restaurar el Parlamento elegido democráticamente, que ya ha abierto un proceso de paz con los rebeldes y tiene previsto eliminar la monarquía durante los próximos meses.

Por ello, Nepal, enclavado entre los gigantes de la India y China, confía en salir del atraso para convertirse de una vez por todas en el Shangrilá, el auténtico paraíso sobre la Tierra, que idealizara en 1933 el escritor inglés James Hilton con su célebre novela Horizontes perdidos.

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