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Blogs Entre barreras por Ángel González Abad

Terrazas para perros, la última moda

Rosario Pérez el

 

Vivo con miedo a pisar una hormiga por la calle, a que el balón de mi sobrina aplaste una oruga en el Retiro. Sí, vivo con miedo. Vivo con miedo a que alguien me pille con un matamosquitos una noche de verano y un animalista me denuncie. Con lo majos que son deberíamos acondicionarlos una habitación de casa, con todos sus comodidades e invitarles a café y pastas. Y por su puesto que nos peguen los picotazos que quieran. Oiga, que son animales y he de mirar por su bienestar. ¿Que hay personas sin hogar? ¡Qué más da! Lo primordial son los bichos, de la especie que sean.

Vivo con miedo a que a algún cafre se le ocurra matar una de las ratas que se ven alrededor de la basura que ha inundado Madrid. Con la majas que son, tenemos que subirlas a casa, invitarlas a pan y queso, y por supuesto enfundarlas en uno de esos jerséis carísimos y de marca que muchos ponen a sus mascotas. Si algunos apenas tienen recursos ni para lo básico, qué más da. Los animales ante todo.

Vivo con miedo a ir a una de esas terrazas que se han creado para que los perros tomen su piscolabis, y colarme sin darme cuenta a la hora de pedir la ídem en la barra. Pues sí, en Galicia mismamente, una terraza sirve su cañita, su refresco o su agua, acompañado de una tapa. Es el bar para los CAN y demás mascotas. Si pueden tomar alcohol o no, no tengo el gusto de saberlo, ni si la ley lo permite o si luego le plantan el alcoholímetro para denunciar a su dueño. Porque claro, los animales tienen derechos, todos los del mundo que ustedes quieran, incluso los más absurdos que puedan ocurrírseles, pero deberes ninguno. No me extrañaría que se votara una proposición para poner una cafetería en las ganaderías de toros de lidia para los días de invierno y una piscina climatizada, con su socorrista y todo, para las tardes veraniegas. A ver si Victorino se anima y contrata a un animalista para que ponga cremas a sus morlacos, no se vayan a quemar bajo el sol.

Hace unos días Joselito me contó una anécdota reveladora: fue a comer a un “restaurante de pitiminí” y  le pusieron “pegas” para que sus hijas accedieran al salón: “Decían que como eran pequeñas armarían alboroto y molestarían a los otros comensales, pero sí dejaban que una familia tuviese a su perro en el restaurante“. Preferencia del caniche sobre dos niñas… “Hay cosas que rozan la demencia”, comentaba el maestro.

Parte de la sociedad parece haber perdido hasta tal punto el norte que no les extrañe que acabe siendo mayor la pena de aplastar una araña que atacar a una persona, o de abandonar una mascota que abandonar a un padre o a un abuelo, o de no darse ni la vuelta si ven a un niño solo llorando en mitad de la calle… Esa es la repugnante doble moral de muchos de los Mister Demagogia que intentan imponer su ley de pensamiento único. Gente capaz de «defender» en chistes y redes antes al mosquito del virus zika que a una persona. Las animaladas de los animalistas.

Ningún animalista va a darnos lecciones a los aficionados a los toros de cómo tratar a los animales. Probablemente (y sin el adverbio), los cuidemos mejor que ellos, incluso con más dignidad que los cursilandia, ni tampoco los dejamos abandonados en carreteras...  No conozco a los millones de espectadores que ejercen su libertad de ir a los toros, pero entre los que sí conozco me consta que cuidan y miman a sus perros, gatos, caballos… ¿Caballos? ¡No se le ocurra a usted montar a caballo! ¡Ni llevar a un perro de caza! ¡Válgame Dios! Señores animalistas, no nos den lecciones de bienestar animal, y menos aún sobre el toro de lidia. Partiendo de la base de que el primer bienestar es el de las personas, de bienestar animal podrían darle los profesionales del toro y los aficionados unas cuantas lecciones a ustedes. Pero su prepotencia, su falta de respeto y su pensamiento único no es el estilo de los ecologistas del toro y el toreo, que nadie ni nada hay más ecologista. Pásense ustedes por una finca, por una ganadería brava, y descúbranlo ustedes mismos, sin necesidad de que nadie se lo cuente de manera tergiversada. No hablen desde la ignorancia -como acaba de subrayar Joaquín Sabina– y con las malas artes con la que lo hacen, por no usar otra expresión malsonante, que estamos en horario infantil…

Ironías al margen, sí, vivo con «miedo, temor, recelo, rescoldo, aprehensión, cuidado, sospecha, desconfianza, cerote, medrana, pánico, cangui, canguelo, julepe, jindama, pavor, mieditis, espanto, terror, susto, horror y repullo», que diría Juncal. Miedo a ustedes, a sus acosos en las redes sociales, a sus deseos de muerte… Sus insultos no son agradables, pero no ofende quien quiere sino quien puede. ¿Y saben a lo que vivo con miedo? A pisar una de las cacas de esos perros -algunos sin parar de rascarse las pulgas- que veo pasear a algunos con carnet de animalistas. O que se extienda la moda de los bares CAN y me coloquen el mismo vaso que a un perro pulgoso. Cuiden a sus animales, límpienlos y limpien lo que plantan en las calles. Y cuando sean ejemplo den lecciones, sin olvidar algo esencial: antes que los animales están las personas.

FOTO: Rocky, el esplendoroso perro de un aficionado a los toros, en la libertad de la naturaleza

 

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Rosario Pérez el

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