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Blogs Entre barreras por Ángel González Abad

Talavante, cuéntenos otra vez el toreo

Rosario Pérez el


Cuando nos arrojábamos al abismo, apareció Talavante de dentro hacia fuera, que es como nace todo lo que cala hondo. Alejandro, el mar; el tendido, la orilla. Y los oles, como olas salvajes que desgarraban las rocas del alma. Caía el sol, caían los toros, caían los sobreros, caía la paciencia, caía el pañuelo verde por el palco de Trinidad… Solo parecía conservarse la santísima esperanza del torero, que esperó con fe el remiendo “tris” de Conde de Mayalde. Ni un atisbo de fe al ver sus hechuras en el público. Pero la fe del torero convirtió a la plaza a la religión talavantista.
Cuando parecía que todo era de noche, nació la leyenda de la luz. La luz de Talavante, sabedor de que una retirada a tiempo es siempre una derrota. Alejandro no se rindió, se creció ante el número de fatalidad que ya se había montado, con razón en el abonado. En la vida, como en las tardes de toros, hay que rodearse de gente que sepa hacer bello el desastre, porque un desastre estaba siendo la Corrida de la Prensa. ¿O no tanto? A vuelapluma de llenazo, o a “buenavista”, no tanto…
En medio de aquel jardín de (des)casta y fuerzas inconexas, del murmullo mosqueado del graderío, Talavante hizo bello hasta lo horroroso.
En lo más profundo de la mirada de su muleta solo se veía el reflejo de la naturalidad, de la nada que es todo. La pureza de látigo y seda, de un cambio de mano en el que el reloj mintió: no dura lo mismo un segundo en sus muletazos que en los demás. Ahí se desató el huracán de los oles, con las gargantas sin aliento, con los dedos temblorosos para trazar versos que solo el cielo podría regalar, por las lágrimas que caían de quien desde allá seguirá siendo su partidario inmortal, verdad, ¿José Luis? “¡Majestuosos los pases de pecho!”
Torero, cuéntenos otra vez, más allá de flores del bien y del mal, de naturales de puño y letra, de esa oreja de oro, la primera de pura ley de la feria, cuéntenos el toreo, interrumpa otra vez lo cotidiano, porque el arte debería ser todo menos cotidiano.

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