Hace apenas dos horas, Morante de la Puebla ha abandonado el hospital Quirón de Zaragoza. Sonriente, visiblemente más delgado, con barba y ese look tan morantiano, ha pisado la calle por su propio pie, ayudado de unas muletas.
Acompañado de su mujer, su apoderado y el doctor Val-Carreres, las puertas del centro médico se han abierto y, con ellas, un rayo de luz, la luz que necesitaba Morante. Me contaba el guardián de la salud de los toreros que José Antonio andaba loco por abandonar el hospital y respirar la libertad del campo en su casa de La Puebla del Río.
En el umbral de esa «puerta grande», aguardaban los medios de comunicación, ansiosos de la palabra de Morante, que en un gesto de reveladora torería ha dicho que la culpa «no se la vamos a echar al toro, será mía». Me cuenta mi compañera de la delegación de Zaragoza, Yolanda Aznar, que a la pregunta del millón, la de si podrá torear en Ronda, ha respondido que «ojalá», que hará todo lo posible y que no estar en la Goyesca le inundaría de «pena».
Su verbo y sus deseos por volver a los ruedos han alimentado la esperanza de la afición, de sus seguidores, que se ilusionan ya con el 7 de septiembre. Algunos sueñan más allá: ¿y el mano a mano de Mérida con Talavante?, se preguntan en las redes sociales.
Cuando aún ni se sabe qué día podrá reaparecer y cuando nadie quiere oír ni hablar de un adiós a la temporada por tan dura cornada, de repente el sueño nos traslada al 1 de septiembre, a un desafío en territorio romano, como ensayo general al plato estrella de Ronda.
Dice Morante que él tiene más pesadillas que sueños pero, con permiso del lema de los atléticos y firmado por una blanca, soñemos más fuerte…
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