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Blogs Tiro al blanco por Tomás González-Martín

La idiosincrasia del Real Madrid; soy campeón, ya quiero más

Tomás González-Martín el

Pocos lo entienden. Solo quienes han jugado o trabajado en el Real Madrid. Este club es grande desde 1956 porque siempre quiere más. Es la ambición del ganador, de ese carácter que Bernabéu y Di Stéfano forjaron en la casa desde 1953 para convertirse en el mejor equipo del mundo. Alfredo, que venía de triunfar en Argentina y en Colombia, vio el anhelo empresarial de Don Santiago y se subió al tren para transformarse en el líder en el campo de un proyecto creado desde el despacho de Bernabéu, con olor a puro y una inteligencia descomunal labrada con desparpajo, gracia y decisiones inmejorables.
El Real Madrid ganó inmediatamente, de la mano de Bernabéu, Gento y Di Stéfano, la Pequeña Copa del Mundo, la Copa Latina y faltaba organizar una Copa de Europa para hacer oficial el título de número uno. Don Santiago vio el futuro.
Ganaron cinco Copas de Europa consecutivas, entre 1955 y 1960. Perdieron dos finales ante Benfica e Inter entre 1961 y 1965. Y conquistaron la sexta en 1966. La leyenda era ya eterna. Ha flagelado al club dese entonces. Es la misma empresa, Real Madrid, la que se ha flagelado para ser siempre, o intentarlo siempre, el mejor equipo del mundo.
Ese carácter ganador ha supuesto que el equipo nunca se conforme. Cuando l Real Madrid logró la primera Copa de Europa, en 1956, se cantó ya en el vestuario que ahora perseguían la segunda. Y estaban en junio. Cuando consiguieron la segunda, en junio de 1957, se gritó en el vestuario que ahora vamos a por la tercera. Y fueron a por ella desde septiembre. Y en junio de 1958 conquistaron la tercera. Y Muñoz gritó que ahora necesitaban la cuarta. Y en junio de 1959 ganaron la cuarta. Y Santamaría subrayó que ahora irían a por la quinta para ser leyenda eterna. Y en Glasgow, en el campo del Celtic, en junio de 1960, jugaron el mejor partido de la historia. Vencieron 7-3 al duro y correoso Eintracht de Francfort, que corría por los veintidós jugadores en el campo, incansable, que tenía figuras en ataque, pero que se sintió superado por la calidad del Real Madrid, con cuatro goles de Puskas y tres de Di Stéfano. Puskas se quedó tan pancho con su exhibición. Y pidió la sexta. No llegó al año siguiente por árbitros e intereses para derrocar al emperador blanco que ahora no vienen al caso. Pero el estigma positivo del Real Madrid había quedado patentado para siempre. Nada más ganar un título ya se persigue el siguiente.
Así ha sucedido desde entonces. Pirri gritó a por la Séptima desde que ganó en 1966 la sexta. Tardó 32 años en llegar. Mijatovic decididó la Séptima en 1998. Y cantó en el vestuario que irían a por la octava. Se consiguió en el año 2000, con el golazo de Raúl campo a través, con el exmadridista Cañizares como portero enfrente. Y Roberto Carlos cantó que ahora querían la Novena. Y Zidane la rubricó en 2002 con el golazo al Bayer Leverkusen, en el recordado estadio del Celtic, que define visualmente la gloria de la Champions.
Zizou gritó que ahora buscarían la Décima. Y la obtuvo ya como segundo entrenador, a la vera de Ancelotti, en 2014. Doce años después. Y Ramos dijo en el vestuario de Lisboa: ahora, a por la Undécima, nada más levantar la Décima. El propio Sergio expuso la idiosincrasia madridista que hoy relatamos: en el Real Madrid ganar significa que ya persigues el siguiente título, nunca descansas. Es el ADN blanco. Muchos no lo comprenden.
El Real Madrid, en efecto, solo disfruta de los títulos dos días. Y ya está pensando, en plenas celebraciones, en su responsabilidad de obtener el siguiente.
Ramos levantó esa Undécima deseada en Milán, el año pasado, y Florentino Pérez ya expuso en San Siro que el reto era la Duodécima, en pleno champán por la victoria.
Ahora, el Real Madrid ha ganado la Liga, la trigésimo tercera, y cuando la Cibeles era vestida de éxito el mismo capitán, Ramos, cantó que ahora querían la dudodecíma Champion prometida hace un año. Ya estaban trabajando por ella.
Es la idiosincrasia de esta casa. Los éxitos duran dos días y ya se exige el siguiente. El aburguesamiento no existe. No se permite. Poca fiesta y más responsabilidad. Así se ha labrado la leyenda y el presente triunfal de este club. Si no hubiera sido tan exigente consigo mismo, hoy no sería el mejor equipo del mundo. Y al que no le guste, la puerta está abierta. Y el que no lo entienda, no está en el Real Madrid. Es tan sencilo. Tan duramente fácil. Tan difícil de entender para los que nunca han llegado. Tan difícil de conseguir para los mejores. Y lo consiguen. Porque lo son. De Di Stéfano a Cristiano pasando por Santamaría, Puskas, Gento, Pirri, Amancio, Santillana, Hugo, Zidane, Ronaldo Nazario, Figo, Roberto Carlos, Xabi, Casillas, Ramos, Marcelo, Modric, Kroos, Benzema, Isco, Asensio, Bale, Pepe, Carvajal y tantos y tantos grandes futbolistas que han conseguido las once Copas de Europa. Es el ADN de la casa. Triunfar para pegarse latigazos en busca del siguiente título. Es tan fácil de entender y tan difícil de alcanzan. Pues lo alcanzan. Porque suelen ser los mejores. No solo por calidad, sino por espíritu ganador. Eso se tiene o se adquiere en el Real Madrid.

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