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De banderas y niños

De banderas y niños
Maria C. Orellana el

 

Estos días cualquiera se creería de nuevo ante la final del mundial en Sudáfrica, por las banderas españolas que adornan los balcones aquí y allá. Camino por la calle con mi hija adolescente, que en 2010 no se interesaba en absoluto por el fútbol ni miraba más allá de sus juguetes y parece que fuera la primera vez que ve banderas de su país.

Le llama la atención el escudo y me pregunta qué significa. Aunque soy capaz de explicarle que representa la unificación de los reinos cuando se constituyó España, reconocemos por obvio Castilla, León, Aragón y Granada… pero fallo en la representación de Navarra, que nos resuelve una rápida consulta en Google.

Claramente, nunca en su colegio le han hablado a mi hija de la bandera ni del escudo de España. Buscando en los resquicios de mi memoria me doy cuenta de que en toda mi vida escolar yo tampoco estudié el origen de nuestra bandera y peor aún, en el bachillerato no me hablaron de la república, ni de la guerra civil, ni de Companys, ni por supuesto la entonces reciente dictadura de Franco que había terminado en el 75. Ni siquiera me contaron la segunda guerra mundial o el holocausto.

Yo también fui a EGB. Aunque nos hicieron memorizar los artículos de la Constitución, nuestra historia acababa prácticamente en Alfonso XII y se corría un tupido velo sobre el siglo XX, no fuera a levantar ampollas. Pregunto a amigos en torno a los 50 y me recuerdan que no era solo en el colegio: en las casas nuestros padres jamás tocaban cuestiones políticas. Llevaban marcada la posguerra de su infancia y habían oído demasiadas historias de sus padres, horrores mezclados de ambos bandos que todos querían olvidar.

Tan distinto de lo que veo en Cataluña, donde padres exaltados utilizan a sus hijos como arietes en las manifestaciones o escudos en los colegios, aleccionándoles sobre agravios imaginarios e inoculando en sus pequeñas mentes el germen del odio. Qué pena.

 

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Maria C. Orellana el

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