Mantengo una relación de amor-odio con las redes sociales, sobre todo porque nada es gratis en esta vida. Pero me distrae asomarme a Facebook en ratos vacíos o en la consulta del dentista. Intento restringirlo a un grupo “reducido” de no más de cien conocidos, con quienes intercambio videos que emocionan, que sorprenden o que enfadan. Comparto algunos de mis posts en ABC. Mantengo el contacto con amigas que viven lejos, en Miami, París, Camerún o La Coruña. Y me ha dado alguna satisfacción importante redescubrir a aquel antiguo noviete que me plantó de un día para otro, luciendo avanzado estado de calvicie y enorme barriga cervecera.
Hace unas semanas, por casualidad, encontré en Facebook a mi vieja amiga de la adolescencia a quien conocí cuando, con quince años, acababa de instalarse en Madrid por el nuevo destino de su padre. Le asignaron el pupitre a mi lado, en una clase de 30 que se mostraba francamente hostil a las recién llegadas. En pocas semanas nos hicimos amigas y a partir de entonces, disfrutamos juntas de nuestras primeras copas, nuestras primeras discotecas, nuestros primeros amores. Fuimos a la Universidad (ella económicas, yo ingeniería), votamos por primera vez, nos sacamos el carnet de conducir, organizamos nuestras primeras escapadas de amigas a la playa de Cádiz, nos graduamos, tuvimos nuestro primer empleo, pasamos nuestra primera crisis económica (la del 91), asistimos a las bodas de las amigas, nos casamos nosotras… Y entonces nuestra amistad se desvaneció. Habíamos llegado a otra etapa, con otro decorado, nuevos amigos, primer bebé, responsabilidades laborales, una vida diferente que organizar.
Veinte años después, Facebook organizó nuestro reencuentro: nos saludamos, intercambiamos mensajes, comentamos fotos. Después quedamos en un bar, para ponernos al día sobre todos estos años. Y nos preguntamos cómo entonces sobrevivíamos sin redes sociales, sin WhatsApp, sin smartphones, ni selfies, ni cámaras digitales. Sin contar nuestros pasos diarios ni monitorizar nuestro sueño por la noche. Llegando a los sitios sólo con las indicaciones que nos daban, sin navegador en el coche. Sin redes sociales.
Sólo han pasado veinte años.
“Jo, tía, estás igual…”
Otros temas