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Costumbres por defecto

Maria C. Orellana el

Durante mi último año en la universidad accedí, junto con un compañero de curso, a una beca en prácticas para una industria de celulosa en Galicia. El trabajo requería desplazamientos continuos por la región, por lo que nos asignaron un Land-Rover destartalado para los dos meses que duraban las prácticas. El primer día nuestro responsable en la empresa nos explicó el trabajo y acto seguido entregó las llaves del coche a mi compañero, sin molestarse en preguntar si yo también conducía.

Por encima del disfrute de conducir un todoterreno por el monte cuando tienes veintitrés años, llevar el Land-Rover suponía tomar decisiones sobre el itinerario, la hora de salida y de regreso, y marcaba cierto “status” jerárquico ante los trabajadores forestales que habían puesto a nuestras órdenes. Aún siendo consciente de todo esto, nunca le pedí el coche y adopté una postura sumisa por defecto, por temor a un posible conflicto en una asignación profesional donde yo era la única mujer. Y él nunca tuvo la ecuanimidad o la cortesía de ofrecerme conducirlo. Era lo normal.

Hoy, muchos años después de aquello, tengo varios amigos a los que no calificaría en absoluto de  machistas y que valoran a las mujeres en el ámbito laboral, pero que se auto-asignan en exclusiva el coche familiar sin discusión. Sus mujeres conducen un coche “más práctico para la ciudad”, “más fácil de aparcar” y ni siquiera en un viaje de seiscientos kilómetros consienten que ellas les releven al volante durante una hora. Es lo normal.

Hay muchas costumbres “por defecto” similares a la de los coches en las parejas, que no nos cuestionamos ni siquiera hoy. Pequeños detalles que asignan a priori diferentes roles sociales a hombres y mujeres. Cuando mi padre tiene que tomar una decisión referente a sus ahorros, le pregunta sin duda a mi hermano. Cuando nos invitan a cenar, las mujeres nos ofrecemos para ayudar a recoger la cocina mientras el anfitrión ofrece las copas. Pequeños gestos en la oficina que otorgan en un momento a cualquier empleada el papel de secretaria (por ejemplo, hacer el acta tras una reunión). Y podría citar muchos ejemplos  en parejas en las que ambos cónyuges trabajan, respecto a la asignación tácita a tareas relativas al cuidado de los niños. Las cosas normales.

Quizá es esta misma cultura de diferenciación de género por defecto la que  a cambio ha privilegiado a las mujeres para la custodia de los hijos desde que se legalizó el divorcio, para tristeza de muchos buenos padres. Por eso creo que si entre todos ayudamos a cambiarla, el beneficio será también para todos.

Cuestionémonos lo que parece normal.  

 

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Maria C. Orellana el

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