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Warhol contra Warhol

Warhol contra Warhol
Santiago Isla el

 

Domingo. Fuimos a ver la exposición de Warhol, un poco prevenidos ya, por lo menos precavidos a la hora de hacernos ilusiones; sabedores los tres de que el valor estético, en sí una maravilla, no tiene por qué corresponderse con el impacto estético. Creo que a ARCO fui con un trote más ligero, aunque con una resaca mayor. En ambos casos el resultado fue el mismo.

 

Me pasa con el arte contemporáneo –aunque Warhol lleve ya muerto un ratete– que intento predisponerme para recibir una iluminación nueva y al final acabo más pendiente de la gente que de los cuadros; no es de extrañar, en la medida en que para apreciar el arte contemporáneo hay que ser por lo menos medio guapo. Por supuesto con Andy no hubo excepciones: viva España y la belleza de sus gentes más modernas.

 

Al llegar, aguantamos la cola y fuimos muy felices. Cada uno eligió su particular amor platónico y lo siguió pudorosamente por la sala, haciendo que miraba el montaje audiovisual de la Velvet Underground. Sin duda el mejor sitio para encontrar pareja es un museo: todo el mundo está ahí con ganas de fascinarse, por lo que es mucho más fácil entrar con buen pie. Siempre confío en que en el Prado haya por lo menos seis o siete chicas francesas que hayan visto exactamente las mismas pelis de Woody Allen que yo, pudiendo vivir así el amor absurdo y pequeñoburgués que ambos merecemos.

 

A los tres nos flipó –y a Warhol fijo que también– la cantidad de selfies que se sacaron en el corto espacio de tiempo que nos llevó recorrer la exposición. Al final, donde mejor luce el genio de la Factory es en Google Imágenes. La metáfora más sorprendente la encontramos en el último cuadro del recorrido, cuando nuestras musas se empapaban el polvo de hadas con la lluvia de la calle. Una pareja se acercó a él, deteniéndose con solemnidad. En el cuadro, un lienzo en blanco y una única y gran mancha de óxido, con la tonalidad amarillenta de las páginas de un libro viejo.

 

–Es mi favorito –dijo ella–. Me recuerda a un castillo antiguo.

 

Él se rio y puso cara de niño pequeño.

 

–Pues es pis.

Vida
Santiago Isla el

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