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Navajeros en Madrid

Navajeros en Madrid
Santiago Isla el

 

Hace poco vi Navajeros, de Eloy de la Iglesia. Caí en ella de rebote, por lo de ser precursora del cine quinqui. Me sorprendió todo de la película: lo bestia que era Madrid por entonces, transicionando todavía, con sus macarras, su costo, y sus atracos de veinte duros; me fascinó el lenguaje entre amenazante y kitsch (nanay, maderos, dabuti, buga, gasofa); los pelos y las pintas de El Jaro y sus colegas; el erial, la crudeza, los señores fachas y la guardia civil. Sin embargo, lo que más me sorprendió fue la libertad.

 

¿Qué queda hoy de esa libertad? En 1980, año de estreno de la película, las artes tiraban paralante. La sociedad salía del bostezo negro y constrictor del nacionalcatolicismo: comenzaba el destape y a todo el mundo le apretaban los pantalones. El cine, como la música o la literatura, ampliaba continuamente los límites de la libertad, ya fuera sexual, religiosa o simplemente vital. Suena a chiste, pero mostrarse en pelotas era una auténtica reivindicación de la dignidad y la emoción de estar vivo. Hoy Facebook censura a Courbet y los pezones son como misiles. ¡Aguante París! Viva el libertinaje francés y abajo el yanqui mentecato.

 

Navajeros fue la película con la que Eloy de la Iglesia quiso documentar el lumpen madrileño. En una de las primeras escenas, El Jaro compartía cama con una prostituta mexicana que casi le triplica en edad. Se suceden los desnudos de ambos, frontales del todo, sin velos, sorprendente sobre todo en el caso del chaval, que apenas es adolescente. Todo es denso y color carne. Él se justifica muy fanfarrón diciendo que tiene quince años, “pero más rabo que la Pantera Rosa”. Ella se parte de la risa y termina la escena mordiéndose los labios. Y después atracos, farmacias, cubatas y mandanga.

 

El Jaro y su panda de colegas ya no serían posibles. Por suerte los chicos de su edad están en el colegio, no poniéndose hasta arriba. Los antiguos suburbios ahora son parques empresariales, o están gentrificados, o simplemente molan. No se reparten ni la mitad de hostias. Eso está bien, pero no sé. Me da la sensación de que Navajeros hoy no habría existido. Ya no somos tan libres para expresarnos. Lolita no se podría haber escrito. No habría cuadros de Courbet, ni Saturnos, ni Proserpinas. Tantas cosas que, además de acariciarnos los ojos, nos agitaban el coco.

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Santiago Isla el

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