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Madrid es romanticista

Madrid es romanticista
Santiago Isla el

 

Don Juan sigue vivo. Lo comprueba cualquiera que pise el Madrid universitario. Los estudios –que son tan solo una prolongación más libre de la vida colegial– no tienen apenas valor académico; ni las clases enseñan, ni los profesores explican, ni los alumnos atienden. Cualquier conocimiento adquirido es apenas un proceso de erosión, un arañazo en la capa de superficialidad tan bella de quien es joven y solo vive para despreocuparse. Lo verdaderamente excitante sucede fuera. Es un experimento social: se cogen miles de jóvenes, se les embotella y se les agita; luego solo queda observar y anotar las reacciones.

 

Esta frivolidad tan sana no nació ayer. Antes de nuestro siglo XXI democrático y social ya pululaban por aquí jóvenes y airados vendedores de motos. Escribía Pío Baroja en 1911: “El estudiante madrileño, sobre todo el venido de provincias, llegaba a la corte con un espíritu donjuanesco, con la idea de divertirse, jugar, perseguir a las mujeres, pensando, como decía el profesor de Química con su solemnidad habitual, quemarse pronto en un ambiente demasiado oxigenado”. Muchas veces la historia es tan cíclica que asusta.

 

El peso de la realidad solo llega a los dos o tres años. Los padres –que quieren la felicidad de sus retoños pero no de forma gratuita– cierran el grifo de golpe y regresaban de un capón a la oveja descarriada. ¡Cuántos alegres donjuanes desaparecieron callando de mi vida, volviendo atrás en el tiempo al cuarto de la infancia y las calles conocidas! De repente el gesto de galán se convertía en una mueca penosa, y el aire de muchacho somnoliento del que hablaba Gil de Biedma resultaba truculento.

 

Todo esto seguirá pasando. Cada año llegan a Madrid ríos de adolescentes nuevos, seguros de gustar, con el bagaje de un cachorro y un ímpetu infinito. Veremos odios y enemistades mortales entre colegios mayores (Mendel y San Pablo, Montescos y Capuletos, qué más da, Shakespeare se actualiza); romances de balcón, lágrimas de cocodrilo, seductores de pelo despeinado y curras de bandolero; muchachas indecisas, cuernos, noches de agravios, alcohol y existencialismo prematuro; veremos pues de todo menos estudios. Y qué bonito. Que siga el juego. Madrid es romanticista.

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