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Blogs Un poco de silencio, por favor... por Israel Viana

SOS 4.8, pop de clase(s)

SOS 4.8, pop de clase(s)
Algunos de los artistas que participaron en la jornada del viernes del festival SOS 4.8 de 2015 / EFE
Israel Viana el

«No sé de dónde viene ese sonido», comentaba sarcásticamente el guitarrista de Luna, Sean Eden, desde el escenario pequeño, el de Radio 3. Todavía no habían empezado a tocar ninguna canción, pero parecía imposible que se les fuera a escuchar, a juzgar por el ruido que llegaba desde el escenario grande, el de Estrella de Levante, donde Supersubmarina comenzanban a dar sus primeros guitarrazos. Pop de clases: el de los pequeños y el de los grandes.

Lo que ocurre aquí es que cualquier aficionado a la música con 15 o 20 años de conciertos a sus espaldas se preguntará cuál de los dos grupos es el merecedor del apelativo de «pequeño» y, por lo tanto, de convertirse en la víctima de la mala planificación del espacio en el SOS 4.8, bajo castigo de ser oído con dificultad. Si Supersumarina, una de las bandas «indie» de moda en España, con una legión de fieles seguidores jóvenes detrás desde que, hace cinco años, sacaran su primer LP, «Electroviral», con Sony Music; o Luna, el grupo de Nueva York formado de las cenizas de Galaxie 500 en 1991, que, con siete discos de estudio, además de varios EP’s, un disco recopilatorio y otro en directo, la mayoría con muy buenas críticas, pero esquivos a las ventas, se convirtió en una pieza esencial del desarrollo de la escena alternativa de los 90. Esa escena a la que tanto deben la mayoría de los grupos de este SOS 4.8 y del resto de los festivales veraniegos.

Juzguen ustedes mismos, porque para gustos… canciones. Cuando suenan las de Supersubmarina, el público más joven entra en estado de gracia, como si nada más importara. José Chino y compañía dejan escapar los primeros acordes de «Kevin Mcalister» o «Hermética» y la histeria sube rápidamente entre sus seguidores. Llega el estribillo de «En mis venas» y miles de fans, algunos adolescentes, otros veinteñaeros, no paran de corearlo y saltar. El sonido ayuda, el del escenario grande es impecable, omniprente. Cuestión de clases, las que impone la moda… qué importa lo que pase en el otro escenario, el pequeño.

Pues lo que pasaba en ese otro escenario es que Luna empezaba su concierto con «Slide». Su pequeño ejército de seguidores, en este caso treintañeros avanzados, también se viene arriba. «¿Quién coj… son esos?», bromeaba de nuevo Sean Eden, señalando al escenario de Estrella de Levante, mientras Dean Wareham trataba de imponer su dulce voz sobre el lejano barullo de fondo. Sonaba «Chinatown», con una de esas melodías tan elegantes y calidas con las que Luna se ganó el respeto de dos generaciones y de Lou Reed, que los escogió para abrir la gira de reunión de Velvet Underground en 1993. Y fueron cayendo sus clásicos (que no hits, de esos no tienen, aunque algunos de sus discos fueran escogidos entre los más importantes de la década de los 90 por revistas como «Rolling Stone»), como «Sideshow by the Seashore», «Malibu Love Nest», «Tracy, I Love You», «Slash Your Tires» o el clásico de Beat Happening «Indian Summer». El público se quejaba del poco tiempo, tras diez años esperando esta reunión, producida precisamente por la llamada de un promotor español. Es lo que tienen los festivales.

Hubo más pop en el SOS 4.8 y el tiempo acompañaba. Como el que desplegó Xoel López, que de estribillos también sabe un rato, y puso a todo el mundo a gritar eso de «Que no, que no, que no, que no…», a pleno sol del día en el escenario grande. O Bigott, que se la vio y deseó en el escenario Radio 3. Víctima número dos. A pesar de ello, se metió al público en el bolsillo con temazos como «Dead Mun Walking», y puso a cantar a todo el mundo con su «Carnival Dinner».

Morrissey, «nuestro maestro»

Pero para pop de clases, el de Morrissey, «nuestro santo, nuestro maestro», tal y como le presentaban los miembros de su banda, que aparecían puntuales sobre el escenario grande, ataviados con camisetas con el nombre del cantante. Pero es fácil olvidarse de su enorme ego en el momento en que comienza la actuación y suena «I’m So Sorry», uno de los muchos himnos de The Smiths. Pop de clase, de mucha clase.

El problema de Morrissey es que, además de que sus últimas actuaciones en España sean un calco unas de otras, se mueven como una montaña rusa. Como si cada dos o tres canciones, el bueno de «Moz», empapado en sudor, necesitara otras dos o tres para coger fuerzas. Tan pronto entras en una especia de sopor con «World Peace Is None On Your Business», «The Bullfighter Dies», «Scandinavia» o una mala versión de «Meat Is Murder», con medio auditorio cerrando los ojos ante las terribles y explícitas imágenes del sacrificio de animales, como te vienes arriba y gritas con «Stop Me, If You Think You’ve Heard This One Before», «First Of The Gang To Die», «I’m Throwing My Arms Around Paris» o «Everyday Is Like Sunday». Una bipolaridad emocional que bien podría funcionar como una metáfora de su propia persona, el ídolo extravagante y controvertido, con una voz descomunal, tan amado como odiado. Pop de clases… y con clase.

Unos pocos abandonaron la actuación de Morrissey hacia el final, para poder ver a Palma Violet, a los que no parecía importarles el volumen del escenario grande, ni nada. Ellos a lo suyo, con su desparpajo, sus guitarras a todo volumen, su distorsión continua y sus melodías pegadizas, haciendo vibrar a unos cuantos miles… en lo que era el primer momento del resto de la noche.

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