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Blogs Un poco de silencio, por favor... por Israel Viana

La música no cura a los músicos

La música no cura a los músicos
Imagen de archivo de Jason Molina, fallecido el 16 de marzo a los 39 años
Israel Viana el

Jason Molina se suma a la lista de artistas muertos en Estados Unidos por carecer de seguro médico con el que tratar su enfermedad, junto a otros como Vic Chesnutt o Chuck Schuldiner.

La reciente muerte de Jason Molina, además de conmovido, me dejó una cosa clara: la primera entrada de este blog de música no iba a ser estrictamente sobre música, sino sobre el drama que tienen que afrontar muchos músicos de Estados Unidos cuando tienen que enfrentarse a la cruda realidad de su sistema de salud.

El fundador y cerebro de bandas como Songs: Ohia o Magnolia Electric Co. fallecía el pasado 16 de marzo en Indianápolis, a los 39 años, como consecuencia de un fallo cardiaco producido por sus muchos años de alcoholismo y la falta de un seguro médico que cubriera los altos costes de su tratamiento. Molina llevaba grabando discos y haciendo giras mundiales bajo diferentes nombres desde 1997, ganándose un puesto entre los diez más grandes del folk americano junto a músicos como Jeff Tweedy, Will Oldham, Bill Callahan, Damien Jurado, Matt Ward, Mark Kozelek o Vic Chesnutt. Pero el respeto no es suficiente si de salud se trata en Estados Unidos.

Tras 12 años ininterrumpidamente en la carretera, en 2009 tuvo que cancelar su gira con Will Johnson. Ya no podía más. Su mejor momento profesional coincidía con su derrumbe físico y emocional a causa de su adicción. Y para un hombre acostumbrado a depender de cobrar cada dos noches, el parón le llevó rápidamente a la quiebra.

Tuvo que acudir a varios hospitales con el ánimo de superar su enfermedad, pero tal y como le ocurre hoy en día a millones de personas en Estados Unidos, Jason Molina no tenía seguro. Las facturas hospitalarias se fueron acumulando y su tratamiento médico se vio muy perjudicado, hasta el punto de que la familia tuvo que acudir a amigos y fans en busca de ayuda, y su sello discográfico, Secretly Canadian, abrir una cuenta de Paypal para hacer donaciones con las que ayudarle a sufragar los gastos médicos.

Pero como suele ocurrir, las donaciones no fueron suficientes o no llegaron a tiempo, y Jason Molina acabó muriendo sin el dichoso seguro médico con el que tratar sus problemas de salud y dejando a su familia prácticamente arruinada.

Chesnutt y otros 44.789 estadounidenses

Esos mismos gastos hospitalarios fueron los que ahogaron al grandísimo Vic Chesnutt, hasta llevarle al suicidio hace poco más de tres años.

No quisiera parecer frívolo, porque obviamente éste no es solo un problema de los músicos, aunque sea lo que aborde este nuevo rincón. Según un estudio divulgado en la revista «American Journal Public Health» dos meses antes de la muerte de Chesnutt, una media de 44.789 trabajadores estadounidenses morían cada año por no tener seguro médico (y es probable que la cifra haya aumentado con la crisis).  Una cantidad esta superior al número de estadounidenses que fallecían como resultado de enfermedades hepáticas, según la investigación, que añadía que los que carecen de seguro médico tienen un 40% más posibilidades de morir que quienes sí cuentan con él.

Chesnutt, el músico que descubrió Michael Stipe y que se hizo famoso en 1996 después de que grupos como R.E.M., Smashing Pumpkins, Garbage o Soul Asylum le hicieran un disco tributo, había quedado parapléjico y con un uso limitado de sus manos a raíz de un accidente de tráfico en 1983, cuando tenía 18 años. Esto no le impidió firmar, tocando su guitarra acústica con apenas dos dedos, algunos de los discos más conmovedores, sinceros y desgarradores de los últimos cincuenta años, como «At The Cut» o «North Star Deserter».

Pero los beneficios no eran suficientes para cubrir sus necesarias operaciones, lo que le provocó más de una depresión. Un par de meses antes de suicidarse comentaba en «The Huffington Post» con respecto al sistema de salud estadounidense: «He sufrido varias intervenciones en un periodo corto de tiempo, un par de años, y ahora debo 50.000 dólares. No es un sistema de libre mercado, es un sistema de empresa privada y es terriblemente burocrático». Y apenas unos días antes confesaba en «Los Angeles Times»: «He pagado pero ya no puedo, y la verdad es que no tengo ni idea de lo qué voy a hacer. Parece absurdo que puedan encarecer tanto esto. Cuando pienso en ello, me pongo muy furioso. Podría morirme mañana por no poder pagar las operaciones que necesito. Podría morirme ahora en cualquier momento, cualquier día, pero no quiero pagar ni un céntimo más».

Chessnutt no dio tiempo a que su salud se lo llevara. Agobiado por las deudas, el 25 de diciembre de 2009, el día de Navidad, se atiborraba de los relajantes musculares que le habían recetado para calmar sus espasmos (los mismos contra los que luchaba sobre el escenario encima de su silla de ruedas) y ponía fin a su vida a los 45 años. «He flirteado contigo toda mi vida, incluso te he besado una o dos veces», confesaba metafóricamente con respecto a la muerte en el tema «Flirted with you all my life».

Del punk a la música clásica

La lista de músicos –esa profesión tan vocacional como inestable para el 95 por cierto de ellos– que tienen que batallar contra el sistema sanitario estadounidense sin seguro médico no es pequeña. Los fanáticos del metal aún recuerdan con tristeza la muerte, en diciembre de 2001, de Chuck Schuldiner, guitarrista y fundador de la banda Death. Para muchos de ellos, el verdadero responsable de su fallecimiento no fue el cáncer o la neumonía, sino las complicaciones causadas por no contar con el seguro, la falta de recursos para cubrir su tratamiento o la negativa por parte del hospital a realizarle una cirugía por no poder sufragarla. Las colectas organizadas por sus compañeros no fueron suficientes y aún hoy, una década después, el fabricante de guitarras B. C. Rich tiene en su catálogo un modelo dedicado a la memoria de Schuldiner, parte de cuyos beneficios van para la familia del que muchos dicen que es el «padre del Death Metal».

J. Robbins, productor y músico de bandas como Government Issue, Jawbox, Burning Airlines, durante un concierto reciente

En la actualidad, otros músicos estadounidenses siguen batallando contra su sistema de salud. James Murphy, compañero precisamente de Schuldiner en Death, también tuvo que recurrir a la caridad para costearse el tratamiento de un tumor en el cerebro. Y aunque tenía la opción de combatirlo con el uso de medicamentos, el tratamiento costaba más de 1000 dólares mensuales que el guitarrista no tenía. Y tampoco podía trabajar mientras tanto para costeárselos, debido a los efectos secundarios.

El omnipresente productor y exmiembro de bandas de punk míticas de Chicago como Government Issue, Jawbox o Burning Airlines, James Robbins, es otro caso. El sello barcelonés B-Core y bandas como Aina le han organizado incluso conciertos benéficos en España para recaudar dinero con el que pueda sufragar los enormes gastos que le genera la enfermedad genética degenerativa de su hijo Callum, de ocho años.

Dez Fafara, vocalista de Coal Chamber, tuvo que grabar una canción hace poco para ayudar a pagar el tratamiento de cáncer de pecho de su hermana, ya que su seguro médico no alcanzaba para cubrir los gastos de las cirugías y demás tratamientos. O Les Claypool, el cerebro de Primus, que ha tenido que vender varios de sus instrumentos para sufragar los gastos de la leucemia y el trasplante de médula ósea que necesita su sobrino de dos años.

Hace apenas unos cinco meses, los músicos de la Orquesta Sifónica de Chicago dirigida por el gran Riccardo Muti –antiguo director musical de La Scala de Milan hasta 2005– se ponían en huelga, negándose a actuar, porque se les obligaba a pagar tres veces más de los que ya pagaban de su sueldo para sufragar este seguro médico, en un país donde la sanidad no es, como en España y otros países del mundo, pública, universal y gratuita.

No sé si será cierto eso de que la música cura la salud, pero si vives en Estados Unidos parece más complicado… mientras Obama marea la perdiz con una reforma sanitaria que pretende seguir conservando el seguro privado como columna vertebral del sistema, aunque estableciendo un régimen alternativo en el que los precios sean más asequibles o donde ninguna compañía pueda rechazar a pacientes por condiciones médicas predeterminadas, cobrarles más caro por sus problemas de salud, ni negarles servicios por su enfermedad. ¿Pan para hoy y hambre para mañana?

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