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Reflexiones y lo de siempre

Rosa Belmonte el


 


Una de reflexión que nadie me ha pedido. El miércoles por la mañana, La Sexta emitió el último episodio de Turno de guardia. Uno de esos episodios rompedores en el que al final un narrador (Sully) va contando qué ha sido de todos los personajes. Y donde incluso vuelven a aparecer, aunque casi de figurantes, actores que ya se habían ido de la serie, como Kim Raver, Michael Beach o Aidan Quinn.


 


 Muchas veces trato de pensar que en realidad la televisión de ahora no es necesariamente mejor que la de antes, que solo hay más variedad porque hay más cadenas y más competencia (me refiero especialmente a las cadenas de cable USA) y que lo que pasa es que la televisión ha dejado de ser un placer culpable o vergonzante. Pero es verdad que aunque antes tuviéramos El prisionero, El detective cantante, La joya de la corona, Hill Street Blues, La Ley de los Ángeles o cien más que no voy a inventariar, el salto de calidad/cantidad ha sido grande desde, no sé, Los Soprano (alguna vez he escrito que habría que datar la tv con un ALS o un DLS, un antes o después de Los Soprano, aunque sólo fuera porque supuso la caída del caballo de muchos).


 


En esta época DLS a veces nos enfadamos porque desde la casa madre (NBC, ABC, lo que sea) dan finiquito a una serie. O porque una cadena nacional tarda en emitir la siguiente temporada. O porque de pronto deja de emitirla. Pero al final acabamos teniendo los mismos problemas que un fan de Winsconsin: que tu serie favorita se acabe definitivamente (¿Pushing Daisies?) o que enero tarde tanto en llegar (por Perdidos, por ejemplo). 


 


 Y entonces hay que recordar, ante esas pequeñas frustraciones, que algunos necesitaban una guerra (lo que aquí se traduce en la televisión previa a internet, otra datación posible). Antes, que las series acabasen  y nos las pusieran (como el caso de Turno de guardia, de ahí la introducción) no era ni mucho menos corriente. Por supuesto que sí acababan las miniseries pero no siempre las series. TVE hizo que nos engancháramos a Babylon 5 para dejarnos colgados en Z’Ha’Dum, el último y cliffhangueriano episodio de la tercera temporada. Luego la serie la rescató Canal Plus (no me acuerdo si fue AXN, que entonces no había Sci Fi), pero esa no es la cuestión.


 


 Otro ejemplo más mainstream es La ley de los Ángeles. Tanto sábado por la tarde dedicado a Mckenzie, Brackman & Cheney para que nos dejaran sin la serie completa. Años después se publicó que Antena 3 había comprado el final de La ley de Los Ángeles. No puedo asegurar que no llegaran a ponerla a las cuatro de la madrugada pero yo no llegué a ver a A. Martínez (el Cruz Castillo de Santa Bárbara) como abogado de la firma (sí lo había visto temporadas atrás como un cliente de Michael Kuzak que acababa en las silla eléctrica). Ahora nos daría igual si TVE o quien fuera nos dejara con la miel en los labios porque tenemos otras vías de acceder a las series. O sea, que hay muchas más razones de las obvias para hablar de la presunta edad de oro de la televisión.


 


 Y luego está lo de siempre. Está Pasando. Los tienen bien gordos. El miércoles, en su nueva faceta de servicio público (hasta buscan curro, como el Aquí hay trabajo de La 2, que tiene de presentador a uno de los actores de Mi gemela es hija única), decidieron poner en contacto a dos hermanos. La hermana estaba buscando al hermano para darle una noticia (mala). El hermano, Melendi lo llaman, que pide limosna en la puerta de un supermercado asturiano, es un homeless (de hecho, vive debajo de un puente, y no es metáfora). Bien, tras el paripé de la búsqueda con las cámaras presentes, los ponen en contacto. Pantalla partida, como en Pillow Talk o en Indiscreta. La reportera deja al homeless su teléfono móvil (vamos, no creo que volviera a usarlo) y escucha a su hermana, que desde el fijo de su casa, le da las malas nuevas a lo Diario Hablado de RNE (bueno, aquí llamaban para que se pusieran en contacto, que es lo que tendría que haber hecho Está pasando, pero, claro, ¿qué interés tendría eso?). Se trataba de la muerte de otro hermano. El pobre hombre se pone a gritar y llorar. “El caballo no, tu hermano”, aclara la mujer ante un comentario del hermano (fue el momento más bizarro). Lo mejor de todo es que después de esta desfachatez (de un drama familiar convertido en espectáculo lamentable) se ponen a hablar de Bertín Osborne y de su última exclusiva. Y plantean (¡moralmente!) la exposición que el cantante hace de sus hijos. El Tomate no lo habría hecho. Los tienen como la bola que perseguía a Indiana Jones. 

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