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Kevin Juan: no sin mi pelo y mi abanico

Rosa Belmonte el

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A esos niñatos de mechas y piercings no hay que mandarlos a un internado del 63, hay que mandarlos a Guantánamo (a algunos padres también). Qué gran idea no sé si desperdiciada, pero la primera entrega no me convenció. La mano dura no es ese circo, que encima tampoco lo es tanto como para destacar en la tele. Porque televisivamente no está demasiado bien explotado el conflicto (y no voy a acabar en el lugar común de si fuera de Telecinco…).


 


 El tinglado de Curso del 63 resulta bastante falso, muy de perro ladrador. Cielos, si los levantan a las ocho, menudo madrugón. La profesora de Matilda da más miedo que Doña Alicia, la del marcado que dice pompis (y que es profesora de verdad). Las posturas exageradas de ambas partes rebotan en una pared. La adustez de los profesores o del director no se corresponde con castigos y represalias (¿limpiar el dormitorio, aunque sea de rodillas, es un castigo?). Y sí, ya sé que no estoy hablando de televisión. De momento, no hay disciplina que valga. Aguantan las inenarrables contestaciones de los chicos sin muchos aspavientos: “Que no me llame tío”. “¿Y cómo quiere que le llame, tía?”. En mi colegio, y yo en el 63 no había nacido, habría sido mandada al espacio exterior de un guantazo de supermonja por algo semejante. Eso para empezar. Y luego hay cosas como los paños (“un cacho de algodón con una gasa”) que tienen que utilizar las chicas cuando están con la regla que me parecen un pasote.


 


El programa no tuvo el hilo habitual de presentaciones, llegada al colegio… Las presentaciones iban llegando según el cromo tenía algún protagonismo. Como cuando a Kevin Juan, repito, Kevin Juan (un Falete delgado con la melena en moldeador) le quisieron cortar el pelo (ya había sido mandado a quitarse el maquillaje). Acabó yéndose del colegio (“no soy yo sin mi pelo”). Lo de las chicas en la peluquería también fue un drama. La mejor, la que soltó: “Que me hagan las trenzas de Pipi pero que no me corten que llevo extensiones de queratina”. Con la ropa interior que les suministraron tampoco estaban contentas. Carmen, un demonio de Tasmania con acento andaluz, dijo que ella llevaba pendientes en los pezones y que con ese sujetador se le iban a enganchar. Cuando le quisieron quitar un piercing del cuello armó una buena. De su boquita salía lindezas del tipo Lo mismo lo llevo en la teta o lo llevo en el chichi” o expresiones como “las aletas del coño”. Quiero decir que Belén Esteban al lado de estas es una Sloane Ranger. Eso además de contar, Carmen, que en su instituto ya había pegado a la maestra (según su madre, es falso, pero califica a su nena como ‘una niña de hoy en día’). Los padres aparecen para comentar jugadas. Algunos  justifican a sus joyas, como los de Joshua, reprendido por llamar tío al profesor (“Si se me escapa tío tampoco es una falta de respeto”).


 


 En la comida les pondrían lentejas en plato de duralex y en clase les preguntaban las tablas, que no se sabían (“7×8, 57”, dice uno) o dónde estaba Lérida, que pusieron en Zaragoza. Ni educados ni instruidos. Los de ‘Física o Química’ parecen de Eton en el XIX. Al acabar el reality hubo debate. No estaba Cabrera pero sí Javier Urra (¿pero es que no le da vergüenza salir tanto en la tele y a los de la tele no les da vergüenza llamarlo?). Y también Atxon Urrusolo, la persona, animal o cosa más pesada del mundo. En lugar de los preceptores de cartón piedra les ponía yo a los chicos a Urrusolo a comerles la oreja a ver cuánto aguantaban sin tomar rehenes.

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