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Blogs Enciende y Vámonos por Rosa Belmonte

Defensa de los pesados

Rosa Belmonte el


 


En un comodín de la llamada, Antonio Garrido le dijo a su interlocutor: “Hola, te llamamos de ¿Quién quiere ser millonario? Soy Carlos…. Ay, es la costumbre”. Una gracieta. En el fondo, tanta costumbre como ver a Carlos Sobera presentando el quiz show es ver a Antonio Garrido en pantalla en los últimos años. Antes fue en TVE, ahora en Antena 3, donde compagina el concurso con La chica de ayer (¿sólo a mí me da la impresión de que aunque en España la serie esté fechada en el 78, la ropa  sigue siendo la del 73 como en el original británico?).


 


 Lo malo de presentar ¿Quién quiere ser millonario? es que vas directamente al matadero. Tienes que ser muy pesado. Aguantar y alargar el tiempo de respuesta, dilatar lo que en algo parecido a una partida rápida de ajedrez podría durar un cuarto del total. Pero bueno, esas son las técnicas de la televisión actual. Coger  a los espectadores de los eggs para que sigan atentos a sus pantallas. Eso pasa en Supervivientes antes de decir el expulsado (y encima con un margen de retraso añadido por el satélite); en los deportes de Noticias Cuatro con los titulares antes de publicidad, o en ese último intermedio que hacía el Tomate para volver con nada (Nacho Aranda en El día del fútbol también tiene uno de esos intermedios trampa pero se apresura a justificarse porque, oye, nosotros no somos el Tomate: “No te engaño. Cinco minutos de publicidad y volvemos sólo para despedirnos”. Y si una ya ha disfrutado lo suficiente con los cuellos de la camisa de Cañizares, con la chaqueta de Alkorta o con el tic del boli de Maldini, cuya mujer, Mayte Zúñiga, está en Supervivientes, pues ya no se queda, claro).


 


Carlos Sobera ya me resultaba pesado desde que hacía de padre de Nico y Miriam en Al salir de clase (anda, me acabo de dar cuenta de que Silvia Castro, el nombre del personaje de Marián Aguilera en Los hombres de Paco, era el mismo que tenía Lucía Jiménez en Al salir de clase). La pesadez de Carlos Sobera fue en aumento cuando lo conocimos como presentador de concursos (aunque en Date el bote tenía su gracia). Con ¿Quién quiere ser millonario? (o 50×15, o como se llamara) llegó a la cima y se hizo el personaje. A partir de entonces sólo los más viejos se acordaban de la ceja de Victor Mature. La ceja famosa era la de Sobera (sí, vale, luego vendrían los artistas de la ídem).


 


 Antonio Garrido no levanta la ceja pero sí las aletas de la nariz. En cualquier caso, aunque con menor intensidad, también hace de hombre plomo. Y ahora voy a gafapastear con Chesterton y su Defensa de los pesados. El pecado más imperdonable no es ser un pesado sino aburrirse. Dickens habría resultado un pelmazo satirizando la Oficina de Circunlocución de Pickwick a un interlocutor inadecuado. Quiero decir, tomando prestado a Chesterton, que lo que a mí me parece un coñazo a otros les gustará. Y, bueno, no es Antonio Garrido lo peor que nos puede pasar (y si sigue llevando camisas blancas se lo agradeceré). Yo con que ninguno de los dos vuelva a dar las campanadas con la Igartiburu me conformo.


 


Sólo una cosa de Eurovisión. Cuando el sábado llegué a casa después de estar todo el día en la Caja Mágica, puse la tele y justo salió Soraya (con ese pelo que, como dice David Gistau, es el que Guti lleva buscando toda su carrera pero no ha encontrado). A mí la chica me parece estupenda para este tipo de cosas en las que todavía participamos (anda y que les den). Sólo vi completa esa actuación pero en los pocos minutos que duró tuve muchas ganas de teletransportarme a la sala de realización moscovita y tomar rehenes. ¿Hay quien aguante ese mareo de planos sin estar sedado? Si ni siquiera era necesario que la cantante desapareciera tras los trapos. Estoy por promover la vuelta del Festival de Eurovisión Auténtico (cuando tampoco nos hacían ni caso pero por lo menos veías más de un segundo los pies de Sandie Shaw o los de Remedios Amaya).

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