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La caja de herramientas de la economía

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Por Agustí Segarra Blasco – Universitat Rovira i Virgili

 

La incapacidad de los economistas para ofrecer una interpretación solvente de la crisis actual ha provocado un considerable descrédito de la economía. Por ello, no debería sorprendernos que se alcen, cada vez con más virulencia, voces que lamentan la escasa habilidad de los economistas para ofrecer soluciones a los problemas que azotan a la mayoría de la población desde los comienzos de la Gran Recesión en el año 2008. No nos corresponde a nosotros ejecutar las políticas públicas pero sí ofrecer propuestas concretas que sean útiles a los gobiernos, las empresas privadas y los agentes sociales. Para ello debemos recuperar una concepción de la economía practicada por autores de la talla de Adam Smith o Alfred Marshall, entre otros. Para ellos la economía era como una caja de herramientas o un método de análisis muy útil en el proceso de búsqueda de soluciones que permitan mayores cuotas de bienestar social. Hemos de recuperar este estilo de practicar la economía.

Propongo abordar esta reflexión desde una perspectiva histórica. Desde la obra de Adam Smith La riqueza de las naciones, publicada en el año 1776, el interés de los economistas por conocer los problemas reales de la sociedad nunca había alcanzado niveles tan bajos. Por fortuna, esto no siempre ha sido así. Como apunta Silvia Nasar en su sugerente La gran búsqueda. Una historia de la economía, Alfred Marshall es un buen exponente del economista que, sin renunciar al instrumental matemático de su época, pronto tomó consciencia de que el objetivo de la economía era ofrecer propuestas para mejorar el bienestar del conjunto de la sociedad. Ya en su juventud Marshall interpretaba la economía como un conjunto de instrumentos útiles para ofrecer soluciones prácticas a los problemas que recaían sobre la sociedad.

Posteriormente, en las primeras décadas del siglo XX, una serie de economistas de la talla de Hayeck, Fisher, Schumpeter y Keynes, armados con el material teórico y las herramientas estadísticas de la época, se propusieron ofrecer respuestas concretas a los problemas sociales del momento a lo largo de su obra. En sintonía con Marshall, para ellos la economía no era un fin sino una herramienta. En particular Keynes, discípulo de Marshall, interpretaba la economía como un «aparato de la mente» que permitía resolver los tres grandes problemas de la sociedad, esto es la eficiencia económica, la justicia social y la libertad individual.

Todos estos economistas vivieron y desarrollaron su obra en periodos de turbulencias y se enfrentaron a situaciones verdaderamente críticas. En particular, la Gran Depresión que comenzó en el año 1929 representó una clara fractura, en la mayoría de casos irreconciliable, entre aquellos que profesaban una fe casi ciega en el mercado y aquellos que defendían la necesidad de regular los mercados para garantizar un funcionamiento aceptable.

Desde Adam Smith hasta las aportaciones de los primeros economistas neoclásicos a finales del siglo XIX, el discurso de los economistas descansaba sobre una premisa aceptada por todos: que los mercados, excepto raras excepciones, funcionan bien. Sin embargo, esta fe en el funcionamiento correcto de los mercados quedó hecha trizas con la Gran Depresión de 1929. John Maynard Keynes fue uno de los primeros en ofrecer una explicación sobre qué había pasado y, lo que es más importante, ofreció una propuesta práctica y concreta para salir de esa crisis y de las posteriores. En su obra Teoría general del empleo, el interés y el dinero, que vio la luz en el año 1936, puso en entredicho que las economías de mercado pudieran funcionar satisfactoriamente sin un regulador que vigilara en todo momento la actuación correcta de los actores implicados. Con los efectos de la Gran Depresión sobre el empleo y la sociedad en general, Keynes tomó consciencia de la necesidad de abogar por la intervención de los gobiernos para combatir la caída de la producción y el aumento del desempleo.

En los años siguientes a la crisis del 29, las ideas keynesianas no solo fueron recibidas con gran entusiasmo por muchos gobiernos, sino que también irrumpieron con fuerza en las aulas de las universidades más prestigiosas. Ante la extensión de las nuevas ideas procedentes de la «revolución keynesiana», las universidades supeditadas a los intereses de los grandes centros de poder reaccionaron pronto. La contrarrevolución ortodoxa no tardaría en manifestarse.

El año 1945, el director del Departamento de Economía y Ciencia Social del MIT encargó a Paul Samuelson, entonces un brillante economista de treinta años, la redacción de un manual introductorio de economía. El encargo fue acogido con interés por Samuelson, pero pronto observaría que las dificultades de la empresa eran más considerables de lo que había pensado inicialmente. Si bien pensaba despachar su encargo en un curso tardó tres años en finalizarlo. A pesar de todo, el esfuerzo como demostraría la cálida recepción del texto valió la pena. El manual de Paul Samuelson, Economics: An Introductory Analysis (1948), cuya autoría desde 1985 fue compartida con William Nordhaus, pronto se convertiría en el mainstream del análisis económico moderno.

El manual de Samuelson pronto erradicó de las aulas de las universidades más influyentes el debate y la confrontación de las ideas. Cualquier referencia de índole doctrinaria quedó ignorada. Economics hace, por un lado, caso omiso al fundamentalismo de derechas, que abogaba por unos mercados libres con escasa o nula participación del sector público; por otro, ignora el doctrinarismo de izquierdas, que defendía la regulación y la intervención de los gobiernos en el terreno económico.

Ante estas dos posiciones, con frecuencia irreconciliables, Economics presenta un economista ecléctico que es capaz de decidir entre alternativas rivales. Con su aparición la operación de maquillaje ejecutada por Samuelson no deja lugar a dudas. Si para Alfred Marshall «la economía es la ciencia que examina la parte de la actividad individual y social especialmente consagrada a alcanzar y a utilizar las condiciones materiales del bienestar», Samuelson y Nordhaus definen la economía como «el estudio de la manera en que las sociedades utilizan los recursos escasos para producir mercancías valiosas y distribuirlas entre los diferentes individuos».

La economía impartida en las aulas se convirtió en una especie de puré aséptico que poco tenía que ver con la economía practicada entre 1890, año de aparición del manual de Alfred Marshall Principios de Economía, y 1948, año de la primera edición de Economics. Cuando los responsables del Departamento de Economía y Ciencia Social del MIT le confiaron al joven economista la confección de un texto académico innovador eran conscientes de que estaban pidiendo mucho más que un simple manual. Eran conscientes de la necesidad de cerrar la ventana por la que se introdujo en sus aulas la «revolución keynesiana».

Samuelson fue consciente de la naturaleza del encargo desde el principio. Prueba de ello es la aparición del concepto de «síntesis neoclásica» durante las primeras ediciones del manual. Más tarde, el término desapareció de Economics porque, según los autores, podía dar la falsa impresión de que la teoría económica había llegado a su estado de perfección. Samuelson con un término tan gráfico como «síntesis neoclásica» cumplió con holgura el encargo recibido en su día: contener la influencia de la teoría keynesiana en las aulas y evitar el choque entre las dos concepciones irreconciliables en las que se estaba atrincherando la economía. Al fin y al cabo, Samuelson nunca entendió el gran revuelo de la Teoría general (1936) de Keynes que, según él, estaba plagada de incoherencias y era más el trabajo de un genio polifacético que la obra de un economista brillante.

Desde mediados del siglo XX, la historia del pensamiento económico quedó limitada a una retirada del keynesianismo y un retorno al neoclasicismo. Milton Friedman, de la Universidad de Chicago, fue el principal ariete de esta involución hasta llegar a afirmar que la economía neoclásica constituye la vía más adecuada para describir cómo funciona realmente la economía, sin alusión alguna a las depresiones y los problemas como el paro o la inflación. Durante este período no solo se impuso prácticamente en exclusiva un único método de análisis, sino también una única forma de entender la economía como práctica de pensamiento científico.

 

Referencias:

Keynes, John Maynard (1936): General Theory of Employment, Interest and Money, Macmillan and Co., London (versión en español Teoría general del empleo, el interés y el dinero Teoría general, Fondo de Cultura Económica, 2001)

Marshall, Alfred (1890): Principles of Economics, Macmillan, London (versión en español Principios de Economía, Síntesis, 2 volúmenes, 2006)

Nasar, Silvia (2011): Grand Pursuit: The Story of Economic Genius, Simon & Schuster (version en español La gran búsqueda. Una historia de la economía, Debate, Barcelona, 2012),

Samuelson, Paul A. (1948): Economics: An Introductory Analysis, con William D. Nordhaus desde 1985, (versión en español Economía, McGraw-Hill, 18a edición, 2006)

Smith, Adam (1776): An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, W. Strahan & T. Cadell, London (versión en español Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones a riqueza de las naciones, Oikos-taus, Barcelona, 1988)

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