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El acuerdo comercial del Pacífico, ¿héroe o villano?

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José Villaverde Castro

Catedrático de Fundamentos del Análisis Económico. Universidad de Cantabria

 

Tras el fracaso de las rondas de liberalización comercial auspiciadas por la Organización Mundial de Comercio y en especial la última de ellas, la conocida como Ronda Doha, un buen número de países ha buscado una salida digna a la situación (los economistas llamamos a esto “óptimo de segunda preferencia”) en la firma e implementación de acuerdos comerciales de carácter multilateral.

 

En un post anterior me referí al acuerdo que se sigue negociando entre la Unión Europea y los Estados Unidos, poniendo de relieve no sólo algunas dudas importantes que surgen acerca del mismo sino, también, el más que probable aumento de las disparidades regionales que el mismo acarreará. Aun cuando es cierto que aquí la pelota todavía está en el tejado, los interrogantes surgidos al respecto son tantos que, por puro egoísmo, más vale que vayamos con cuidado, con mucho cuidado, a la hora de firmar tal acuerdo.

 

Donde las cosas han avanzado más rápido es en relación con el denominado Acuerdo de Asociación del Pacífico, conocido por sus siglas en inglés como TTP. Considerado como la puesta al día y ampliación de un tratado previo, firmado en 2005 entre Brunei, Chile, Nueva Zelanda y Singapur, el TTP amplía el número de países participantes hasta doce, entre los que destacan potencias del calibre de Australia, Canadá, Japón, Méjico y Estados Unidos; los tres países restantes, de menor entidad, son Perú, Malasia y Vietnam. El TIP es, de momento, el mayor acuerdo comercial multilateral de la historia.

 

En teoría, este acuerdo busca fomentar el libre comercio entre las partes signatarias y, como consecuencia, ampliar el volumen de intercambios y promover el crecimiento económico. Dado que, a priori, nada hay que oponer a esto, el acuerdo alcanzado debería saludarse como un gran logro. Pues bien, aunque es posible que así sea, ya se levantan voces en contra del mismo, entre las que destaca la del premio Nobel de Economía Joseph Stiglizt, que, al igual que hizo en su momento en relación con el potencial acuerdo entre la UE y Estados Unidos, advierte de los efectos negativos del TTP, subrayando, en particular, que es “muy malo para los trabajadores comunes, el medio ambiente y la salud”.

 

El principal problema con este tipo de acuerdos es que, por su propia naturaleza, son discriminatorios, lo que hace que algunos salgan beneficiados y otros perjudicados. Los beneficiados son, naturalmente, las grandes corporaciones, que encuentran terreno abonado para sus negocios; los principales perjudicados son, también de forma natural, aquellas empresas y trabajadores que, por las circunstancias que fuere, no están en condiciones de competir con las citadas grandes corporaciones.

 

Amén de esto el TTP, como cualquier tratado comercial (de índole bilateral o multilateral) discrimina en contra de los que se quedan al margen; en este caso son numerosos los países latinoamericanos que no se han unido al pacto, lo cual hace pensar a muchos que, si el acuerdo realmente logra sus objetivos (un comercio más libre y voluminoso), contribuirá también a agrandar las diferencias que existen entre los distintos países ribereños del Pacífico.

 

La vertiente discriminatoria se manifiesta, asimismo, en que no todos los firmantes podrán beneficiarse en igual medida de los esperados logros del tratado. Según parece, los más beneficiados serán los países asiáticos, habiendo aquí opiniones para todos los gustos: hay quien piensa que Japón se llevará una gran tajada, pues su nivel de protección comercial es de los más elevados, mientras que otros, por el contrario, piensan que los países más pobres (Vietnam y Malasia) serán los mejor parados, porque el acuerdo prevé para ellos periodos transitorios más largos.

 

Como no podía ser de otra manera, son todavía muchas las interrogantes pendientes de resolver en el TTP, no siendo la menor de ellas la ya mencionada desigual distribución de beneficios y costes potenciales y, por lo tanto, el probable aumento de los desequilibrios económicos entre los signatarios del acuerdo y entre estos y los que, al menos por ahora, se han quedado fuera del mismo. Si el acuerdo incluyera también algunas fórmulas para compensar a los más perjudicados y/o menos beneficiados, su nivel de aceptación entre los ciudadanos de los doce países firmantes sería, sin lugar a dudas, mucho mayor.

 

En todo caso, y tal y como están las cosas en el mundo, mejor que se firmen este tipo de acuerdos que encerrarse comercialmente dentro de las propias fronteras. Si, además, el acuerdo incluye a enemigos no tan antiguos como Vietnam y Estados Unidos, entonces los motivos de regocijo tienen que ser mayores. Aun así, no sacralizar este tipo de tratados, como por desgracia se hace en algunos ámbitos, y analizarlos siempre con un punto de crítica, me parece, intelectualmente, muy saludable.

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