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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Lo que más falta hace hoy

José Manuel Otero Lastres el

“Lo que más falta hace hoy” es el título de la versión taquigráfica de una emisión por Radio Madrid a Buenos Aires realizada por Ortega y Gasset en mayo de 1935. Como con seguridad les pasaría a muchos de ustedes, el título atrajo mi atención inmediatamente no tanto para saber qué era lo que más falta hacía en 1935, cuanto para averiguar si podía extraer alguna conclusión de lo dicho entonces por tan brillante filósofo que pudiera aplicarse a los momentos tan convulsos por los que pasa la España de nuestros días.

Advertía Ortega en sus primeras líneas que lo que hacía falta entonces no era nada brillante. Subrayaba que “la situación de no saber en verdad qué hacer, de no tener un proyecto de vida claro, sincero, auténtico, dispara insensatamente un afán de actividad superlativa”. Añadía que “en todas partes se advierte una protesta, una urgencia por reformar todo y por reformarlo hasta la raíz, que contrasta ostensiblemente con la falta de ideas claras sobre la sociedad sobre el individuo”. Y concluía, en lo que ahora me interesa, recordando la pregunta que le hicieron a un gran pintor de qué había que hacer para ver bien un cuadro, a lo que éste respondió: “pues tomar una silla y sentarse delante”.

Pues bien, cuando me siento en mi silla para ver bien el cuadro de la “España” de hoy, lo que percibo con mayor preocupación es su situación política. Pero no es porque tengamos una Constitución problemática en el sentido de que sus normas dificulten la convivencia democrática, sino por la clase política que se está ocupando actualmente de administrar nuestros intereses públicos.

Aunque me duela decirlo y sea políticamente incorrecto, nuestros actuales dirigentes tienen el nivel de preparación más bajo de los últimos cuarenta años. Es sabido que en los primeros años del actual período democrático, los políticos –no había aun clase política- eran fundamentalmente profesionales liberales (abogados y médicos), miembros de los más altos cuerpos de la administración del Estado (catedráticos de Universidad y abogados del Estado), ingenieros, arquitectos, escritores etc. Era gente del máximo nivel que se había labrado su porvenir al margen de la política, y que con gran generosidad, ante los requerimientos de la naciente democracia, abandonaron temporalmente sus bien retribuidos puestos de trabajo para servir a España.

Pero, al tiempo que estos servidores ocasionales que cogían las riendas del Estado, muchos jóvenes sintieron por entonces la vocación política y, en lugar de prepararse profesionalmente para hacer una carrera política con la mejor de las formaciones posibles, se dedicaron a “calentar el banquillo” en espera de que les llegase su hora.

Y la hora les llegó. Y en ese momento -nuestros días- sin saber en verdad qué hacer, sin tener un proyecto de vida en común claro, sincero, auténtico, dispararon insensatamente un afán de actividad superlativa  (en las acertadas palabras de Ortega y Gasset) comenzando, unos porque maquillar sus poco brillantes currículums, otros por acusar a los demás de ser “una casta” para entrar en ella encantados en la primera oportunidad que tuvieron, y otros, en fin, los más nocivos para la convivencia democrática, se dedicaron a romper la unidad de España.

La clase política que hoy está en el poder será sustituida por una nueva que tomará su relevo para tratar de continuar engrandeciendo nuestra patria. Los que están no son, pues, propietarios de nada, sino meros continuadores de una obra colectiva que deben entregar mejorada a las próximas generaciones. Pero ya no hay tiempo de subsanar sus defectos: los Sánchez, Iglesias, Torras, Puigdemones y Rufianes, son lo que son y no tengo esperanza alguna de que puedan mejorar su escasa preparación para dirigir España.

Po eso, ante su falta de proyecto de vida en común claro, sincero y auténtico, les pido alto y claro que no hagan nada, que no estropeen el maravilloso legado que les dieron las generaciones anteriores. Simplemente que se sienten en su silla, que se acerquen bien para ver ese maravilloso cuadro que es España, que la dejen como está, y que la entreguen ¡entera!, salvo que el pueblo español en su conjunto haciendo uso de su soberanía decida otra cosa en nueva Carta Magna.

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