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El alma luminosa de los mendigos

José Manuel Otero Lastres el

Subo la reseña de mi última novela EL AFEITADOR DE MUERTOS, realizada por Juan Ángel Juristo, que se publica hoy en el ABC CULTURAL.

Galicia aparece, y desaparece, como un personaje más en las novelas de José Manuel Otero Lastres. Su último trabajo incide en ello“.

“Sigo la obra narrativa de este prestigioso abogado desde que me fue dado leer Sombras de Ningurán, a la que siguieron dos novelas publicadas anteriormente y dotadas de cierta carga autobiográfica, La niña de gris y El campo de Bucéfalo. La principal característica de su forma de enfrentarse a la escritura en José Manuel Otero Lastres (Cee, La Coruña. 1947) consiste en una sofisticada, y digo esto por rara, tendencia a revelar cierta nostalgia apoyada en la memoria pero donde la incidencia en lo oculto, en el misterio es esencial para entender esa proclividad. Ni que decir tiene que esa proclividad a indagar en el misterio es una manera de profundizar en la infancia, que en primer lugar es el lenguaje, sí, pero también el paisaje, y en Otero Lastres ese paisaje, Galicia, condiciona por ahora todo lo que tengo leído de su obra narrativa que va para tres libros de relatos y cuatro novelas.

El afeitador de muertos, su última narración, es el intento más logrado por dotar a ese misterio de un alma. El personaje de esta novela, un prestigioso cirujano, Jorge Lavandeira  “Toliño”, a consecuencia de un accidente de tráfico en el que mueren su mujer, Soledad, y el hijo que espera, desaparece, “se desvanece”, de su tierra natal, y reaparece, movido por una admiración manifiesta por el almirante Blas de Lezo, en Cartagena de Indias. En la ciudad colombiana trabaja en un restaurante, hasta que es despedido, y al acabársele los ahorros que traía de España, su vida, esa segunda vida que lleva, se convierte en la d eun vagabundo abandonado a la suerte de las cosas. La soledad se le palía con la amistad que le profesa una vagabunda de origen gallego, Maruxa, que muere de repente. Por último, o eso creemos, Grelo, un perro es lo único que le queda ya a Toliño para acceder a los últimos escaños en que puede caer una persona, pero hete aquí que, al final, las almas de los muertos que afeitaba en un trabajo que consiguió en el Tanatorio Municipal le arrebatan el último hálito en una bellísima secuencia en una playa donde el alma asciende junto al agua que le rodea mintras un haz de luz que sale de ésta hace que Toliño se despida acompañado de la música de Mahler, Borodin, Tchaikovski…

Ni que decir tiene  que esta escena final es un guiño a la terrible Santa Compaña, a las leyendas de San Andrés de Teixido, con ese hálito de la procesión de los muertos que recuerdan tanto a las leyendas artúricas… Otero Lastres ha conseguido aunar en feliz resolución una profunda descripción de la vida de los vagabundos con el tono de su tierra natal. La novela, en este sentido, es un hallazgo. Como nota final añadir que el dibujo de Eduardo Arroyo, que ya había realizado la portada de Sombras de Ningurán,  que aparece en el libro hubiera sido idóneo como portada de la novela: en cierta manera la explica.

José Manuel Otero Lastres. El afeitador de muertos. Almuzara. Córdoba. 2018. 135 pp”.

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