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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Tópico político mágico: diálogo

José Manuel Otero Lastres el

Como recordarán muchos de ustedes, en el cuento de “Alí Babá y los 40 ladrones”, la roca que taponaba la cueva en la que éstos guardaban los objetos robados se abría gritando las palabras mágicas “¡Sésamo ábrete!”. Hoy algunos de nuestros políticos confían en nuevas palabras mágicas para hacernos creer en que con ellas saldremos de los problemas que nos atosigan. De entre tales palabras (como “sostenible”, “renovable”, etc), es “diálogo” la que más se utiliza en política con efectos “mágicos”.

En efecto, en su primera acepción, diálogo significa «plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos». Según esta significación, hay diálogo en un mero intercambio de ideas entre dos sujetos, que pretenden hacerse saber mutuamente sus ideas o sus sentimientos.

Sin embargo, esta palabra significa también «discusión o trato en busca de su avenencia». Basta la simple lectura de esta acepción para reparar de inmediato que aquí no se trata simplemente de que cada uno exponga alternativamente al otro lo que piensa o siente, se exige algo más: hay diálogo si se discute o se conviene para transigir entre posiciones diferentes.

En política pueden darse diálogos con cualquiera de las dos acepciones reseñadas. Hay veces en que los representantes de dos formaciones políticas se entrevistan con el único objeto de que cada uno exponga al otro su postura sobre determinada cuestión. Este diálogo sólo parece útil y conveniente cuando los interlocutores desconocen la respectiva posición de cada uno. Pero parece que tiene menos sentido cuando las posturas son de sobra conocidas y, además, invariables.

Desde luego, no es admisible la postura del político que se niega por sistema a cualquier tipo de diálogo con sus adversarios. Pero cabe decir lo mismo cuando se solicita el diálogo sobre cuestiones sobre las que no se quiere, no se puede o, simplemente, no conviene transigir. En estas hipótesis, la disposición a dialogar, sabiendo que no es posible la avenencia, parece más una postura para la galería que una verdadera actitud dialogante. Esto es lo que ha sucedido recientemente con el procés de Cataluña en el que había políticos que hablaban constantemente de diálogo cuando sabían a ciencia cierta que a una de las partes, los sediciosos, solo le interesaba ir quemando etapas hasta llegar a la declaración unilateral de independencia.

De lo que antecede se desprende que convendría que nuestros políticos cayeran en la cuenta de que la sociedad española tiene tal grado de madurez que no parece dispuesta a comprar palabras tan llenas de esperanza como es dialogo cuando son usadas con el carácter mágico que le dan los que la utilizan con fines electoralistas.

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