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Independentismo: juicios de emoción contra juicios de razón

José Manuel Otero Lastres el

En el ejemplar del diario ABC del 14 de junio de 1922, el conocido periodista y escritor Sinesio Delgado publicó un artículo titulado “Murmuraciones de actualidad” en el que muestra su cansancio con el tema de Cataluña. Comienza diciendo “Nos vamos poniendo todos un poco pesados con el problema catalán, que, con sospechosas alternativas, se esfuma en el silencio o hace gemir las prensas y apasionar los ánimos”.

Hasta tal punto estaba harto de la cuestión catalana, que propone un plebiscito “para acabar de una vez con esta enojosa cuestión catalana, causa perenne de peleas y disgustos”. Y afirma “Si ellos quieren irse para ser felices y nosotros queremos que se vayan para vivir tranquilos, ¿qué misteriosa influencia del diablo es la que impide una solución beneficiosa para todos”.

Hoy, 85 años después, una parte minoritaria de los catalanes vuelve a plantear nuevamente -pero ahora con extraordinaria virulencia- su recurrente deseo de independizarse de España. Hace algunos días publiqué en este blog unas cartas escritas en octubre de 1922 por el diputado catalán Joan Caballé y Goyeneche en las que abordaba el problema del independentismo en términos que recuerdan de un modo extraordinario al de nuestros días. ¿Qué cabe deducir del que parece un planteamiento recurrente de la cuestión catalana? Varias cosas, pero ahora me interesan las dos siguientes.

La primera es que el resto de los españoles no independentistas tropezamos una y otra vez en la misma piedra: no resolver de manera definitiva el problema del independentismo catalán. Si cada cierto tiempo una parte de los catalanes manifiesta públicamente que desea separarse de España, es obvio que el problema no está resuelto. Cada vez que se suscita, se atenúa por cierto tiempo, pero nunca llega a desaparecer. Ni siquiera en la época de la República tras la insurrección de Luis Companys y la intervención del General Domingo Batet sofocando con las armas la insurrección del coronel Escofet.

La segunda es que ser independentista es un juicio esencialmente de emoción, que, como tal, es irrelevante que se base en la verdad, ya que lo que se persigue es excitar los sentimientos nacionales. Exaltar en exceso las condiciones de un pueblo atribuyéndoles un carácter propio y exclusivo de mayor altura y valor que el de los demás, altera intensamente el ánimo de los destinatarios del mensaje “nacionalista” que acaban creyéndose superiores a aquellos que no tienen la suerte de ser como ellos. De ahí a querer separarse de los “inferiores” hay un trecho tan delgado como un cabello.

En el último trimestre del año 2017 volvemos a tener planteado el tema de la independencia de Cataluña. Lo cual debería hacernos pensar, de una vez por todas, en buscar una solución definitiva, que podría fundamentarse en lo que propongo seguidamente.

En primer lugar, hay que oponer un juicio de razón al juicio de emoción. O dicho de otro modo, hay que imponer la verdad de la razón frente al mensaje falseado de la emoción. Para lo cual es absolutamente necesario controlar las vías a través de las se difunden esos juicios de emoción: la enseñanza adoctrinadora y la televisión manipuladora. Esta primera medida supondría, además de paralizar mediante una vacuna de realidad la difusión del virus infeccioso de la emoción nacionalista, impedir que se volviera a propagar en el futuro entre las nueva generaciones.

Y, en segundo lugar, y para los que ya estén infectados por el virus de la emoción falseada, hay que efectuar un saneamiento del clima independentista, abriendo de par en par las ventanas de la verdad y destinando todos los recursos que hagan falta para sustituir las emociones falseadas por las verdades de la razón.

Admito la dificultad de la tarea porque la emoción nacionalista debe ser parecida a la que se siente por el equipo de fútbol de nuestros colores. Pero, aunque ahora se paralice una vez más el brote independentista, deberíamos estar definitivamente avisados y, al tiempo que empezamos a vacunar a los escolares contra la emoción falseada del “ser nacionalista superior”, deberíamos ir suavizando todo lo que se pueda el “forofismo” de los que ye tienen inoculado hasta la médula el juicio de emoción.

Lo que no podemos hacer es que el cansancio nos lleve a proponer un juicio de emoción como el de Sinesio Delgado que por evitar la tabarra nacionalista llegó a plantearse que se votara en toda España sobre la independencia de Cataluña.

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