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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Alabanzas engañosas al perdedor

José Manuel Otero Lastres el

Desde hace algunos años parece observarse un cambio en la actitud que muestra cierta progresía hacia el perdedor; palabra ésta que empleo estrictamente para referirme a aquel que por flojera o descuido no consigue lo que desea o no obtiene lo que disputa en una libre y leal competencia. El cambio que percibo es que se está pasando sutilmente del respetuoso consuelo al perdedor a celebrar una especie de mística de la derrota, en la que se le muestra una falsa admiración por soportar la dureza del fracaso.

Este tránsito no sería preocupante de no ser porque encierra un engaño y refleja un cierto abandono en el deseable camino hacia la excelencia. Digo que alabar al perdedor oculta un engaño porque los que lo hacen le manifiestan un sentimiento en cierto modo fraudulento: envuelven en el papel dorado del elogio lo que en realidad es una invitación a desprenderse de toda preocupación por no alcanzar el éxito. Es verdad que en la sociedad competitiva en la que vivimos fomentar en exceso el deseo de ser el mejor lleva aparejado el riesgo de frustrarse al no alcanzar la meta deseada.

Pero una cosa es aplaudir al ganador y ponerlo como único ejemplo a imitar y otra muy diferente infundir a los perdedores el sentimiento de que casi es mejor perder que ganar. Porque para perder hace falta poco esfuerzo, todo lo contrario que para ganar. Y es que como somos muchos más los que perdemos que los que ganan hay quien piensa que conviene entronizar lo mayoritario, aunque sea mediocre, antes que lo minoritario o singular que es esforzarse para alcanzar la meta. O dicho menos sutilmente, fomentar la envía y el rencor hacia los que consiguen con denuedo lo que ansían. 

Las sociedades están formadas por individuos y solo fomentando la excelencia lograremos que surjan los pocos sobresalientes que harán de fermento para mejorarnos a los demás. Entre el extremo poco conveniente de censurar al perdedor o el más preferible de alabarlo en exceso hay un ancho espacio en el que parece más conveniente el silencio respetuoso a la componenda de la falsa alabanza.

Y es que en nuestros días parece más progresista fomentar la desidia para que nadie sobresalga que incentivar el duro camino hacia la excelencia. Es preferible que todos seamos iguales, a poder ser en la ignorancia, que fomentar la existencia de élites que nos ayuden a mejorar. En la política de igualar, hay a quienes les parece más conveniente repartir la ignorancia (es lo más fácil, sobre todo si es a los demás) que la trabajosa sabiduría, que a poder ser debe seguir en manos de unos pocos.      

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