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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Ideología y verdad en ciertas profesiones

José Manuel Otero Lastres el

Utilizo la palabra ideología en el siguiente sentido extraído de la primera acepción gramatical del diccionario de la RAE “conjunto de ideas fundamentales que caracterizan el pensamiento de una persona o colectividad de un movimiento político”. Empleo verdad en el sentido de la primera acepción de dicho diccionario “conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente”. Y entiendo la profesión como “empleo, facultad u oficio que una persona tiene y ejerce con derecho a retribución”. Pues bien, en las distintas profesiones la ideología y la verdad no juegan el papel que deberían desempeñar.

Así, en el ejercicio de su profesión, el médico busca decididamente la verdad sin que ésta sea vea interferida por la ideología. Para devolver la salud al enfermo, es imprescindible que el médico acierte en su diagnóstico. Lo cual le obliga a estudiar con minuciosidad y rigor el estado del paciente y a componer un cuadro lo más completo posible de sus síntomas. De tal suerte que cuanto más se acerque a la verdad, en mayor medida podrá aplicar el remedio más conveniente. En la profesión médica, no tiene sentido disfrazar o encubrir la verdad con el conjunto de ideas políticas del galeno de turno, porque el éxito del médico pasa necesariamente por su acierto en descubrir la realidad del estado de los pacientes.

Hay otras tres profesiones, en cambio, en las que se «juega» más con la verdad a través de la ideología. Me refiero a la abogacía, a la política y al periodismo. En el ejercicio de la abogacía ante los Tribunales, no es fácil que reluzca la verdad de lo sucedido. Hay, por lo general, cuando menos, dos versiones contrapuestas sobre la realidad de los hechos sometidos a la decisión judicial. Una parte relata lo que, según ella, ha sucedido y, frente a esta postura, se opone otra una versión en todo o en parte diferente. Y ambas con la misma intención de convencer al que ha de juzgar, cuya convicción se forma generalmente a través del resultado de la prueba: el juzgador considerará como realmente sucedido aquello cuya realidad considere demostrada. Lo cual no significa, sin embargo, que se haya alcanzado la verdad. Porque la verdad que se somete a juicio se cubre de tantos velos –muchos de los cuales provienen de la ideología de los sujetos intervinientes- que no es fácil descubrirla. Y esto es particularmente cierto en nuestros días en los que se hace constantemente política a través del acceso a los tribunales.  

Pero donde más interfiere la ideología en la verdad es, como no podía ser de oro modo, en la política, que tiende a convertirse más en el ejercicio de una profesión que en el de un servicio temporal en defensa de los intereses de los ciudadanos. Tampoco en el ejercicio diario de la actividad política se trata de buscar la verdad de las cosas. Porque la conquista del poder político depende del voto de los ciudadanos. Y para captar el voto, el político tiende a desfigurar la realidad de lo que le perjudica, a exagerar la verdad de lo que le beneficia, y a resaltar, incluso faltando a la verdad, la realidad negativa de su adversario político. En política, el fin de la conquista del voto parece justificar los medios empleados a tal efecto, incluidos las más innobles. Y en este estado de cosas, queda muy poco espacio para la verdad.

Finalmente, en el ejercicio del periodismo, como escribió Manuel Adrio, se cubre la verdad con un cristal de aumento. Aquí, el perfil exacto de la verdad interesa menos que la deformación agrandada que se refleja tras la lupa.

Lo peor de todo es que nos hemos acostumbrado a este maltrato de la verdad y que el pueblo en el que, según la Constitución, reside la soberanía nacional y expresa la voluntad que se plasma en la ley, lejos de recibir libremente información veraz, se ve asediado por las verdades a medias y las mentiras con apariencia de verdad que maquillan las ideologías.  

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