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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Los guardianes inquisitoriales de la uniformidad de pensamiento

José Manuel Otero Lastres el

En los tiempos que vivimos, existe una presión en los medios, difusa pero no por eso menos beligerante, que trata de conducir las libertades de pensamiento y de expresión por unos cauces uniformadores, convirtiendo de manera exagerada en casos de machismo opiniones que son simplemente expresión de la libertad indiscutible con la que se configura el pensamiento libre sobre aspectos de la diferencia de sexos que existe en la realidad.

Un ejemplo servirá para ayudarme a exponer mi pensamiento. En el diario digital El País de hoy publica una crónica, firmada por Eneko Ruiz Jiménez, en la que tras criticar a Pablo Motos por preguntar a las “chicas del cable” si bailaban “reggaetón” y afirmar “ahora las chicas se dividen entre las que saben “perrear” o no”, concluye “tres millones de personas (y muchos niños) ven y aprenden de este espacio afable, blanco y para toda la familia. No demos alas al machismo. A ninguno, por pequeño que parezca. El machismo mata. Y eso no es cosa de broma. En 2016 asesinó a 44 mujeres. En 2017 lleva ya 24”.

Es decir, que la afirmación de Pablo Motos de que hoy las chicas de dividen entre las que practican el estilo de baile del “perreo” (bailar tratando de seducir a la pareja con movimientos sensuales imitando la mímica de posiciones sexuales) y las que no lo practican, lleva al columnista a hablar nada más y nada menos que del “machismo que mata” y a dar las cifras de las mujeres asesinadas en 2016 y en lo que va de 2017.

Con todos los respetos para ese (supongo) bienintencionado periodista, su columna es, en mi opinión, un ejemplo de crítica exagerada que, tomando el rábano por las hojas, convierte una afirmación sobre un tipo de baile existente en la realidad en germen del “machismo asesino”.

Y es que al reflexionar sobre la cuestión debatida la primera pregunta que surge es ¿quién decidió bailar por primera vez de ese modo seductor? ¿Fue una imposición de un “macho” que obligó a la mujer a contorsionarse de esa manera o se trató, por el contrario, de un acto plenamente voluntario de la “mujer” para atraer sexualmente al “macho”?

Si la respuesta es, como parece, que se trata de una actitud iniciada voluntariamente por  la mujer, ¿cómo es posible que se tache de machista a un hombre por hablar de ese tipo de baile en el que los hombres son meras marionetas a las que trata de atraerse manejando los hilos de la seducción?

Para que nadie me tome por lo que no soy, en todos mis escritos he defendido siempre la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Y en los demás ámbitos de la vida, creo que, en lugar de machista o feminista, lo que hay que ser es “personista”, cosa que supone defender a la persona con independencia de su sexo frente a cualquier acto de discriminación.

Por lo que antecede, creo que entre las críticas inquisidoras y exageradas que defienden a ultranza el “uniformismo”, de un lado, y la libertad de pensamiento y de expresión referida a un tipo de baile que es una realidad originada por las propias mujeres en las que el hombre juega el papel de “seducido”, de otro, me inclino por estas últimas libertades.

 

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