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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

La cena en las dunas del desierto

José Manuel Otero Lastres el

En la última entrada, avanzaba que tendríamos un cena en el desierto. Y después de haberla disfrutado creo que merece un capítulo para ella sola.

Salimos del hotel a media tarde con un tráfico aparentemente anárquico pero sin que hubiera la más mínima incidencia. Y tras una media hora nos detuvimos al borde de un camino para que nos arreglaran para la cena: no pusieron a cada uno un turbante, un collar de flores y un punto en la frente de bienvenida.

Seguidamente, nos montamos por parejas en carros tirados por dromedarios que nos llevaron, tras un tortuoso camino, al lugar donde iba a tener lugar la cena. Era una explanada rodeada en semicírculo por antorchas y en el medio una gran hoguera constantemente alimentada de leños para que se mantuviera el fuego. Hacia las dunas estaba la cocina (se habían trasladado cocineros del hotel) y mirando hacia la hoguera estaban las mesas con las sillas dispuestas mirando hacia ella.

Nos recibieron con su habitual amabilidad, un gesto con las palmas juntas en la mitad del pecho y la palabra “namasté”. Mientras llegábamos todos observé que había un grupo de músicos sentados en el semicírculo y como me parecía que algunos de ellos no eran nativos de la India, les pregunté de dónde venían. Y me respondieron que uno de ellos era de Méjico y las otras dos chicas, una de Argentina y la otra francesa de Toulouse. Estuvimos hablando el tiempo suficiente para darme cuenta de que eran jóvenes trotamundos que iban de país en país tocando música de percusión.

Mientras se asaba un cabrito al espeto, nos fueron sirviendo el aperitivo y comenzó la música y la danza. El director del grupo nos dijo en su deficiente español que había tocado con Jarabe de Palo. Los percusionistas tocaban muy acompasados, acelerando de un modo  progresivo el ritmo lo cual obligaba a las bailarinas a moverse con más rapidez. Los números principales fueron una chica turca que danzaba con antorchas de fuego y un cantante faquir que pisaba sobre clavos y jugaba con el fuego con la boca. Algunos de los comensales tocamos los tambores al ritmo que nos marcaba el director y casi todos bailamos en torno a la hoguera. Para        que no faltara de nada hasta hubo fuegos artificiales.

La noche era espléndida y mirando hacia Venus pensé que si alguien habitara allí diría: otra fiesta de humanos comiendo, bebiendo, tocando y danzando entorno al fuego.

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