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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Delhi, un caos embelesador

José Manuel Otero Lastres el

Al llegar en avión a Delhi lo primero que me llamó la atención fue la extensa capa de bruma que cubría la extensísima ciudad. Desde el aire parecía niebla, pero ya en tierra se caía pronto en la cuenta de que era una densa capa de polución. Durante el traslado desde el aeropuerto al hotel el tráfico estaba muy congestionado, con fuertes retenciones, tenía una peculiaridad que me recordó al de El Cairo: había un ruido ensordecedor debido a los pitidos de los vehículos que parecían hablarse entre sí componiendo un lenguaje tan difícil de entender para los forasteros como el hindi.

Por la mañana, protegidos con una máscaras como las del personal sanitario para defendernos de la polución, visitamos el casco viejo de Delhi. Y fue como si entráramos en un mundo caótico, pero lleno de encanto.

Transitamos por unas callejuelas un poco más amplias a la entrada que en pleno centro. Callejeaba por allí una multitud de gente que parecía dirigirse parsimoniosamente a ningún lugar y que caminaba a pie, en rickshaw (un triciclo manejado por un ciclista con un asiento cubierto para dos pasajeros), o en motocarros. Coches había muy pocos seguramente por la gran dificultad de moverse por vías tan estrechas y con tantos transeúntes caminando anárquicamente por ellas.

Lo que me maravilló fue la gran destreza con la que los conductores manejaban los rickshaw y los motocarros. Cuando iban en la misma dirección jamás chocaban, no vi ninguna colisión por alcance y cuando por venir en sentido contrario se cruzaban, aunque a veces apenas había unos centímetros entre ellos, nunca se tocaban. Durante la hora y media que vagamos por aquel lugar no presencié ni el más mínimo incidente de tráfico.

Las casas del casco antiguo son dos o tres plantas y están en muy mal estado de conservación. Los cables de la luz surcan los edificios de uno a otro a la altura del primer piso y, a veces, están tan caprichosamente enlazados abigarradamente que parecen obras de arte alternativo.

En cambio, los bajos de las destartaladas casas están en buen estado y ocupados por minúsculos establecimientos dedicados al comercio de los más variados productos, como flores, frutas, hortalizas, telas, repuestos para automóviles, y sobre todo frutos secos y especias. Las tiendas que ofrecían especias tenían un colorido especial ya que las presentaban cada una en su saco haciendo una especie de mosaico. El mercado de especias es considerado el más grande de Asia.

De Delhi merece especial mención, la Mezquita del Viernes (Jama Masjid) que es una de las mayores mezquitas de la India y constituye el principal centro de culto musulmán para los habitantes de la capital. Y, sobre todo, el Qutab Minar, que es el alminar más alto del mundo. Tiene una altura de 72,5 metros, está construido de ladrillos y está situado sobre las ruinas de la antigua Lal Kot.

La jornada finalizó con una cena de comida india en el Restaurante Bukhara que estaba exquisita aunque ciertamente picante para nuestros aburridos paladares.

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