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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Una maravillosa página amarillenta

José Manuel Otero Lastres el

Hace poco al abrir un libro que llevaba varios años olvidado en un estante de mi librería cayó al suelo una página de un periódico doblada en cuatro. Al desplegarla comprobé que era una Tercera de ABC, del sábado 18 de febrero de 1984, titulada “Garrigues, el Maestro”, que había sido escrita por Miguel Delibes.

No recordaba haberla guardado, pero que lo hubiera hecho estaba del todo justificado. Eran unas líneas de despedida (así las califica el propio Delibes) del insigne mercantilista don Joaquín Garrigues Díaz de Cañabate, que fue Maestro de todos los cultivadores del Derecho Mercantil contemporáneos.

Intrigado por su contenido, dejé sobre la mesa el libro y leí –o, para ser más exacto, volví a leer- lo que había escrito otro de nuestros Maestros de la Literatura española del siglo XX. Y debo confesar que disfruté muchísimo con su lectura.

Con una prosa brillantísima, afirma Delibes que Garrigues consiguió interesarlo por la palabra escrita, seducirlo con sus múltiples combinaciones y, en consecuencia, ganarlo para un mundo, el de las letras, en el que él nunca había soñado en entrar. Y seguidamente añade: “alguno imaginará al leer lo escrito que don Joaquín era un preciosista, un campeón de lo barroco, un pirotécnico de la palabra, cuando, en rigor, era todo lo contrario. Su prosa era sencilla, directa, casi ascética. Garrigues era castellano en el decir: lleno y desnudo. Pero ¡qué admirablemente exacto! ¡Qué adjetivación inesperada la suya!”.

Toda la Tercera de ABC es un relato maravillosamente escrito sobre la figura profesional y humana de don Joaquín Guarrigues. Y si hoy aprovecho para recordar a tan ingente figura -como dice Delibes “estos hombres esenciales no se van nunca”- es para hacer un sentido homenaje a mi Maestro, el Profesor Carlos Fernández-Nóvoa, discípulo directo de don Joaquín, que me hizo sentir, aunque con muchísimo menor éxito exclusivamente por mi culpa, el mismo gusto por la palabra.

Y es que, a pesar de tener, como Miguel Delibes, un Maestro del Derecho Mercantil que despertó en mí el amor por las palabras, no he podido conseguir, al contrario que el gran novelista vallisoletano, que éstas me correspondieran. Sin duda porque carezco de la suficiente capacidad de seducción para lograr que las palabras se enamoren de mí.

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