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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Presentación por María Canosa de “Sombras de Nigurán”

José Manuel Otero Lastres el

Permítanme que suba a mi blog esta excelente presentación que hizo de mi última novela en Cée (Ningurán) mi paisana la escritora Maria Canosa

“SOMBRAS DE NINGURÁN (Cée 15-12-2015)

Se podrían decir muchas cosas de este libro, porque en él se cuenta mucho, y se analizan distintos aspectos de la vida, del mundo… y de los distintos mundos que vivimos las personas por ser diferentes, y contar con circunstancias dispares. Y todos ellos caben aquí.

Además, no se debe contar más de lo debido, porque lo importante para los libros no es lo que digamos de ellos, sino lo que los libros nos cuenten a cada uno de nosotros, como lectores.

Con todo, quisiera empezar por donde comienzan las cosas, es decir, por el principio, por las primeras páginas, por lo que se dice y deja de decir (que es igualmente –o más- determinante).

 ¿Cómo empieza este libro?

Pues con una declaración de intenciones de lo que nos vamos a encontrar. En las primeras líneas, en la primera página, ya muestra el estilo de prosa que nos va a hacer caminar a lo largo del volumen. Una prosa que se lee con tranquilidad, sin excesos, apetecible, calmada. Escribir con cierta sencillez no es tarea sencilla, así que podemos presentir, desde la primera letra, un ejercicio de trabajo para ponernos al otro lado del libro, el del lector, y escribir conscientemente para él.

No sólo es eso, es que, en el primer capítulo, se explica el objetivo de la historia. Desvela el problema que motiva Sombras de Ningurán. Esto no es complicado. Lo complejo es mantener la atención y la necesidad de avanzar en la historia una vez descubierta desde el principio la desaparición del cuerpo de Romualdo del cementerio. Pero el autor lo hace. ¡Vaya si lo hace!

Veamos, pues, esta primera parte.

Para facilitar el hilo al lector, el autor sitúa, no solo en el lugar, sino que también presenta a los asistentes todos, y hasta indica su procedencia.

No lo hace en un lugar cualquiera o un espacio independiente, no. Lo hace en un entorno que nos mantenga la atención enganchada a él. No es otro que un cementerio. Además de ser un reclamo para el lector, hay que reconocer que también es el lugar más importante del asunto a tratar por el libro, ya que se trata de la desaparición de un cuerpo de uno de los nichos.

Para agilizar el momento, el autor realiza una presentación sin prolegómenos, echando mano de la acción desde el inicio.

Y para mantener el equilibrio, sin acelerar en exceso el ritmo de la novela, y así confundirla con un thriller a secas, utiliza un lenguaje cuidado, trabajado, buscado… pero sin ser sofisticado en exceso. Por todo esto sabemos que estamos más que nada ante una novela “de la vida”, o mejor debería decir de la vida y de la muerte, que no se circunscribe a un género concreto. Yo diría que es de esas novelas “en general”, que son las más difíciles de lograr, pues abarcan todo un universo. En este caso, podría asegurar que de nuestro universo en concreto, pues el autor, pese a vivir lejos, se presenta como un gran conocedor de Ningurán, dejándolo patente en la descripción del clima o la relación que las personas mantienen con el tránsito al otro mundo.

Podríamos pensar que, si en la primera página ya se desvela el misterio a tratar… ¿como salvar esa información ofrecida? Pues de la mejor manera posible, que es contando hacia atrás. Volviendo la vista al pasado, que es el único que nos puede mostrar la dirección a seguir. Para saber hacia dónde vamos ande debemos conocer de dónde venimos.

La complejidad que conlleva es la de mantener la coherencia temporal, y para ayudar al lector, a cada poco se apoya en una contextualización de la época, acompañada también de acertadas y bien medidas descripciones de los lugares. Aunque, sin duda, para mí el mayor acierto es la creación de los personajes, no solo físicamente, sino la creación de personalidades distintas y bien definidas para cada uno de los integrantes del libro.

(Por poner un ejemplo, las actitudes dispares de madre e hija ante la desaparición del cuerpo resultan creíbles y certeras. Corresponden a distintas épocas vividas, a distintos momentos en la vida de cada una de ellas… son muy acordes al tiempo, época y sociedad en la que se definen. A una le importa saber si realmente es hijo, a la otra, si puede hacerse con parte de la herencia.

La sutileza está presente en cada detalle. Podríamos encajar a cada una de las dos protagonistas del pasaje en cuestión en función de la loza que utiliza cada una de ellas, o del vocabulario empleado, sin necesidad de que nos digan cuál pertenece a cuál.)

Es primordial, por tanto, cómo cuenta la historia, lo que de ella dice y lo que de ella calla. Desde un principio podemos intuir el hilo conductor de la misma, lo que entraña mayor dificultad para el narrador. Por eso, precisamente, podemos decir que es un gran narrador, indicativo de gran valor.

Se nota que son novelas muy pensadas, en esos paseos que (contó una vez) realiza dándole vueltas y vueltas a la historia y a los personajes antes de sacarlos fuera. Felices paseos, José Manuel, para ti y para nosotros.

Esa debe de ser la razón de tener una distribución tan acertada, con una estructura que se mueve a través del tiempo y del espacio con total soltura, cambiando de época en tiempos muy bien medidos (e incluso destacando pequeños apuntes políticos del momento).

El libro es mucho más que contar la historia de la desaparición de un cuerpo enterrado. Va más allá incluso de la definición de una época y una sociedad. Es un tratado sobre las relaciones entre las personas, y de las personas consigo mismas.

Este análisis se hace en dos grados, uno directo y explícito, y otro a través de sutilezas.

La descripción de la época se pone de manifiesto a lo largo de las acciones y actitudes propias de otro tiempo. La existencia de muchos hijos en familias de bajos recursos económicos, la facilidad de desprenderse de éstos a edades muy tempranas cuando era necesario… y también la superioridad que muestran otras familias, o personas, como es el caso del párroco, tan influyente en las distintas clases sociales (poder que iguala en parte a las personas, pero que mantiene las diferencias en la distinta manera de acercarse a unos y otros).

La disparidad de la celebración de un acto social, como podía ser la Comunión, es una evidencia clara de las diferencias sociales existentes.

Con todo, nos hace sonreír y olvidar estos malos momentos cuando llama a los protagonistas por los hipocorísticos, o mismo por sus motes, algo muy común en esta zona, y que en parte también se está perdiendo.

También cuando se para en una taberna, y no sólo nos dice cómo es esta y sus dueños… puede hacernos sentir dentro de ella en el momento en que nos descubre qué estarán pensando de nosotros (o de los personajes que en ese instante están allí) los viejos del lugar. ¿Qué mejor descripción de nosotros como colectivo? Somos así, reconozcámoslo. ¡Maravillosa fotografía!

Una de las cosas que más me agradó encontrar fue la imagen global del mundo que se puede tener desde cada recoveco, una visión sencilla y al mismo tiempo clarificadora de la globalización en la que nos movemos actualmente. También la visión a pequeña escala que tenemos en las villas de nuestros propios vecinos, muchas veces poco transigentes a la hora de evaluarlos.

La creación de los personajes

Volvamos sobre la habilidad del autor para crear personajes. Y aquí entrañará, posiblemente, mi disparidad de criterio. El gran protagonista de esta historia, bajo mi punto de vista, no es Romualdo, o Mualdi. Mi figura a destacar es la de Luis Ramón.

Con todo, debo hablar aquí de El Bayetas, pues merece una mención especial. Se trata de un personaje esperpéntico, del que solo se nos cuentan pocos detalles. Algunos de ellos pueden llegar a ser atroces, pero… de nuevo la medida justa de las descripciones, y de una balanza invisible y omnipresente que equilibra lo bueno y lo malo, nos evita los peores tragos con ellos. El Bayetas es un personaje digno de mención por la descripción que de él se hace, por lo logrado que está, por conjugar la maldad y bondad de toda una comunidad con maestría.

Pero vayamos con los grandes protagonistas de la historia.

Se nos presenta la figura de Mualdi desde pequeño, con ese respeto por los padres, y esa lealtad a la amistad, o la inocencia. Mualdi crece y cambia, pero permanece infranqueable en ciertos valores, como el de la amistad y el respeto. El trabajo. El esfuerzo. Creer, confiar, ayudar, no pedir…

Pero si para mí el gran protagonista es Luis Ramón, lo es precisamente por todo lo contrario. Por la complejidad de hacerlo pasar de un a otro estado anímico, sin perder la coherencia de quién es.

Se nos acerca a su etapa infantil mediante la relación con su abuelo, una relación tierna en la que yo creo fielmente. Resulta un recurso estupendo para posteriormente imprimirle un giro, o muchos giros, a media que el tiempo vaya avanzando.

Luis Ramón se enfrenta a una vida acomodada que, con todo, no lo satisface. Se sumerge en una adicción complicada, la del juego. Y sus idas y venidas a la responsabilidad son continuas a lo largo de su vida.

Consiste en una lección para quien la quiera leer. Yo creo en el amor, el motor del mundo. Y apostaría a que José Manuel Otero Lastres también, por eso, al fin y al cabo, esta novela es una historia de amor, o de varios amores, o de amores distintos… pero AMOR en todo caso, que es quien da sentido a todo.

No esperen, por ello, encontrarse ante una novela romántica… solo (ni más ni menos!) ante una novela REAL. Luis Ramón es esquivo, incluso duro (como lo fue con su madre en el lecho de muerte), pero se convierte en un personaje al que no puedo dejar de querer, por la realidad que entraña. Es un hombre atormentado, por un sentido del deber un tanto especial, que se culpa a sí mismo de gozar de unos privilegios que otros no tiene. Disfrutarlos, según su criterio, sin merecerlos, lo atormenta. Y esta actitud hace pensar al lector. ¿Quién merece lo que le pasa en la vida? ¿Quién lo decide? ¿Es justo?

Las preguntas quedan flotando en el aire, invitándonos a la reflexión.

Luis Ramón lucha con sus propios sentimientos. Continuamente. A veces con valor, a veces con cobardía. Batallas desiguales en las que hay vencedores y vencidos a partes iguales. (Como también les ocurrió al párroco o a su abuelo, que de un u otro modo muestran una lucha interna que parece común en las personas)

Es el ave fénix que resurge de las cenizas, pues en el último momento, cuando se debe enfrentar a su propia muerte, pelea, decide, determina… y le da el sosiego a su conciencia que hasta el momento no había encontrado. Aun sabiéndose solo en la lucha, lo hace, por voluntad propia, con una fortaleza que había mantenido escondida a lo largo de todos los años previos.

Es consciente de que la posibilidad de cambiar su vida ya pasó, pero aun así, confía en el más allá para darse a sí mismo una nueva oportunidad. Ciertamente, nunca es tarde.

Entre Mualdi y Luis Ramón, hermanos, existe una realidad que los separa, como una grieta. Viven en dos mundos paralelos, pero completamente diferentes, y distanciados.

Quisiera recordar aquí las sutilezas que aparecen continuamente para darle frescura a la lectura. Recuerdo, por ejemplo, la venganza de la mujer de Romualdo, una venganza tan terrible para ella como salarle la comida o resecarle los puros. Pero eso sí, haciendo una defensa a ultranza de él ante los hijos. ¿A quién esto no le arranca una sonrisa?

O una madre pidiendo al hijo que la lleve a visitar unas médiums, rogándole discreción hasta con las hijas, que se suponían confidentes…

Sutilezas completamente necesarias para dosificar lo que se cuenta de cada una de las vidas que se nos cruzan en este libro, porque en novelas así, que relatan la vida, es muy importante saber hasta qué punto nos debemos extender.

Qué provoca en mí:

Como siempre, lo más importante es lo que los libros provocan en sus lectores. Y yo puedo hablar de lo que me ha dejado esta lectura.

Siento pena por la gente que carece de buena suerte. Porque es injusto que las circunstancias en las que venimos al mundo determinen nuestra vida. Y sentí rabia en muchos pasajes de la novela al leer (y en cierto modo, vivir) situaciones en las que se producía un abuso de poder contra el más desfavorecido.

Es muy bueno que una lectura nos remueva las entrañas, y nos haga pensar, recapacitar… e incluso sufrir.

Por otra parte, se hace dulce y muy buena de llevar, pues hay descripciones tan logradas, con tan buen gusto, con la dosis exacta de observación y deleite, sin caer en una recreación excesiva, que más de una vez estuve tentada a levantarme para preparar una taza de café o chocolate caliente, dada la buena descripción del ambiente que se crea a su alrededor. Saber transmitir un olor es complicado, pero al recordarlo, hasta me parece que me llega de nuevo a la punta de la nariz.

Hay momentos inolvidables, por lo bien contados que aparecen, como es el caso en el que Romualdo y Luis Ramón se ven por primera vez. Parece que hubiéramos estado allí. Imaginar visualmente las escenas es contar con la seguridad de que fueron descritas con maestría.

Me provoca la posibilidad de dejar una puerta abierta. De pensar cómo conocer o desconocer partes de la propia historia puede cambiar la vida de las personas. Y me da pie a sospechar qué pasaría con cada uno de los personajes si su posición con respecto a este conocimiento hubiese sido otra, porque esto no se cuenta, sólo puede imaginarse. Es bueno que un libro te deje pensando un rato, o muchos ratos, o muchos días…

Capítulo aparte merecería la relación de las personas gallegas con la muerte, momento que gira en torno a la cabeza de los protagonistas en todo momento. Sin dramatizar, sin exagerar, con total naturalidad. Pero para más capítulos, aguardemos por la nueva novela de José Manuel Otero Lastres, que vendrá. Mientras, quédense con un final precioso, que cierra círculos, y abre puertas.

No desvelo más, que hay cosas que deben quedar en las sombras… en las Sombras de Ningurán.”

María Canosa

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