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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

El novelista: su experiencia y visión del mundo

José Manuel Otero Lastres el

En la colección Millenium, al prologar la obra de Marcel Proust “Por el camino de Swann. En busca del tiempo perdido”, Andrés Amorós pone en boca de Proust: “El novelista es como una esponja que se ha empapado de realidad y que vuelca en el papel su personal visión del mundo”. Y finaliza sus palabras introductorias indicando: “La obra de Proust es, por último, un ejemplo de lo que llamamos la novela summa, la novela total: la que nos da, en síntesis, la experiencia y sabiduría adquiridas a lo largo de una vida. (En esto, como en todo, El Quijote sigue siendo la referencia básica).”

Como buen crítico taurino que es, Andrés Amorós me puso en suerte un morlaco con el que deseaba vérmelas desde hace bastante tiempo. Y es el papel que desempeña en el género de la novela la experiencia vital del novelista.

Perdónenme que me atreva a suscitar este tema, pero lo hago no para hacer aportación alguna, sino para aprender; no puedo ofrecer conclusiones, sino que busco que las sugieran quienes de verdad saben del tema. Si logro este objetivo –y no desconozco lo inalcanzable que pude parecer-, me daré por satisfecho.

Debo confesarles que personalmente en las novelas advierto, cuando menos, dos tipos de obras. Hay unas, que tienen la gran virtud de captar de inmediato la atención del lector, provocando en él un deseo irrefrenable de proseguir su lectura hasta llegar al desenlace final. Pondré tres ejemplos de novelas de este tipo relativamente recientes: la trilogía “Millennium” de Stig Larson, “Vestido de novia” de Pierre Lemaitre, y “La verdad sobre el caso Harry Quebert” de Joël Dicker. Lo característico de estas obras, más allá de cualquier virtud literaria en la que no entro, es que indiscutiblemente intrigan, entretienen, interesan y divierten, lo que no es poco. Pero en ellas no logro ver la sabiduría, la experiencia, en definitiva la visión personal del mundo de sus autores.

Hay otras, en cambio, en las que el lector por encima de cualquier cosa encuentra reflexiones y pensamientos que condensan la visión que tiene el autor de la vida humana y de su complejo protagonista: el hombre. Hace poco he citado en este mismo blog algunas obras que yo considero de este tipo, como “El amor en los tiempos del cólera” de García Márquez, “La fiesta del chivo” de Vargas Llosa, “La impaciencia del corazón” de Stefan Zweig, o “El último encuentro” de Sandor Marai.

No planteo esta diferenciación esperando que se inclinen por unas u otras. Me parece que sería tanto como preguntarles a quién prefieren a mamá o a papá, cuando no hay razón alguna para quedarse solamente con uno de los dos. Por el contrario, mi intención es llegar a saber si alguien sin experiencia vital, sin tener todavía una visión personal del mundo –y que conste que no es algo que ligo necesariamente con la edad- puede llegar a escribir una buena novela.

Me gustaría conocer las opiniones de muchos lectores. Razón por la cual, les adelanto la mía. Creo que la experiencia del novelista y su visión personal del mundo son imprescindibles para escribir, además de una de esas escasísimas obras que podrían calificarse de “novela summa” de las que habla Amorós, las que yo denomino “novelas-esponja”: esas en las que el autor ha exprimido, al menos algo, de su valioso yo. Son, si me lo permiten, novelas docentes: en las que al leerlas se aprende, porque es como si enseñaran la universidad de la vida.

Pero la experiencia y la visión del mundo pueden faltar, al menos en su dimensión global, en las novelas que persiguen algo tan importante como entretener, como divertirnos y estimular nuestro ánimo. O dicho más directamente, hacernos pasar buenos ratos.

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