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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Tribulaciones de un votante

José Manuel Otero Lastres el

Empleo la palabra “tribulación” en su primera acepción gramatical: “congoja, pena, tormento o aflicción moral” y me sitúo en los dos siguientes momentos por los que pasa todo votante: el de la decisión del sentido del voto y el del resultado electoral.

En todas las elecciones, ya sean para el Congreso, las Comunidades Autónomas o los Ayuntamientos, nuestra Constitución establece el mismo sistema: sufragio universal, libre, igual, directo y secreto.

Todas estas características, como no podía ser de otra manera, se refieren al modo de ejercitar el derecho de voto, no a su contenido. Aunque los requisitos de que el voto sea libre y secreto confieren la máxima libertad al votante a la hora de votar, éste puede escoger la lista que considere más conveniente.

Es evidente que la ley no puede imponer el voto “responsable” (¿quién diría lo que es responsable y lo que no?), y aunque puede haber algún votante que se incline por opciones más o menos pintorescas, lo cierto es que casi todos los ciudadanos meditan con detenimiento las razones por las que han de inclinarse por una determinada opción y no por las demás.

Desde hace poco tiempo, a las opciones que se habían consolidado en los treinta y siete años de democracia se han añadido otras dos: una más situada al centro y otra que parece haber fagocitado a la izquierda más radical.

Pues bien, la primera congoja que sufrirá el votante es decidir si se mantiene en su opción habitual o cambia por una de las nuevas formaciones emergentes. El cambio de voto podría estar justificado por el severo deterioro sufrido por las formaciones tradicionales en la gestación y el manejo de la crisis. Pero actuar de este modo sería otorgar toda la confianza a partidos sin experiencia de gobierno y eso supondría tal vez un riesgo excesivo en las actuales circunstancias.

¿Qué hacer? se preguntará sin duda el ciudadano que desea acertar con su voto. Lo único que parece aconsejable es que reflexione más que nunca y que valoren los pros y los contras de cada una de las opciones que se le ofrecen al votante.

Pero a lo dicho hay que añadir en esta ocasión –y esta es la segunda angustia por la que va a pasar el votante- algo nuevo. Parece que vamos indefectiblemente a una política de pactos. Todo induce a pensar que apenas existirán mayorías absolutas y que los futuros gobiernos autonómicos y municipales surgirán de convenios postelectorales entre los partidos contendientes.

Y por aquí surge, a mi juicio, otra importante reflexión. Cuando los partidos gobernantes en los municipios y las comunidades rindan cuenta –en las inminentes campañas electorales- del cumplimiento de sus programas, habrá que valorar –y esto es lo relevante- no solo el grado de cumplimiento de lo prometido, sino también si podrán alcanzar solos o acompañados, y en este caso con quién, las nuevas ofertas que nos hacen para el próximo período electoral. Porque si no existe una razón clara y manifiesta que acredite que gobernarán mejor en coalición, lo lógico parece seguir dándoles la confianza en solitario.

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