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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Las cosas van mejor pero todavía hay mucha pobreza

José Manuel Otero Lastres el

Hay quien se desconcierta cuando oye que nuestra economía va mejorando, pero que aun así sigue habiendo 13 millones de personas en España que están en el umbral de la pobreza.

Por extraño que parezca ambas afirmaciones pueden ser ciertas. Nadie discute los datos económicos que reflejan que España ha iniciado el camino de la recuperación y eso es algo que no sólo lo dicen nuestros analistas, sino también los de los organismos internacionales más rigurosos.

Pero también son totalmente fiables los datos del Instituto Nacional de Estadística que indican que hay casi 13 millones de personas en España, que están en el umbral de la pobreza, de los cuales 5 millones están en exclusión severa y que somos el segundo país en pobreza infantil de la Unión Europea.

Ante esta situación tan contradictoria me surgen varias reflexiones. La primera es la enorme dimensión que tuvo la crisis. Piénsese en que después de seis largos años de sufrimiento –no bien repartido del todo, ya que los que más la soportaron fueron los asalariados- para tratar de superar la crisis todavía no se han podido reparar los destrozos que originó aquella en las economías familiares más vulnerables.

La segunda es que a la hora de buscar los culpables que nos llevaron a tan pavorosa situación económica, convendría que no dejáramos de mirarnos también a nosotros mismos. Casi todos los que entonces tuvieron la oportunidad de hacerlo, vivieron por encima de sus posibilidades. Y si bien es verdad que había quien nos inducía a endeudarnos, omitiendo interesadamente que habríamos de devolver lo que nos prestaban, también lo es que cogimos alegremente lo que nos ofrecían y no tuvimos reparo alguno a la hora de disfrutarlo. Aunque pueda resultar antipático, no me resisto a afirmar que va siendo hora de que seamos sinceros con nosotros mismos y que asumamos la parte de culpa que tenemos. Lo de disculparnos siempre con los demás puede tener el efecto negativo de no hacernos extraer las conclusiones que deberíamos de lo mal que lo hemos pasado.

La tercera y última reflexión me lleva a la solidaridad y la  esperanza. Me parece justo recordar la lección de solidaridad que han dado durante todos estos años las instituciones benéficas que han socorrido, gracias a la generosidad de la ciudadanía de bien, a los más desprotegidos. A todas estas instituciones me atrevo a pedirles que no aparten sus ojos de las capas sociales donde todavía anida la pobreza y que continúen con su ejemplar labor humanitaria mientras no desparezca esta lacra.

Pero no me gustaría finalizar sin infundir ciertas dosis de esperanza. Desde que se originó la crisis pasó tiempo hasta que se sintieron sus efectos. Pues bien,  lo mismo está sucediendo con la recuperación: no es inmediata, va notándose poco a poco. Por eso, hay que confiar en que el Estado y las instituciones benéficas puedan aguantar socorriendo a los más necesitados hasta que se generalicen -esperemos que sea más pronto que tarde- los efectos de la recuperación.

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