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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

El inaprensible significado del amor

José Manuel Otero Lastres el

Estaba esperando a que el semáforo se pusiera en verde para poder cruzar la amplia avenida que desembocaba en una de las vías principales de aquella gran ciudad. Caía el atardecer, momento en el que, por intensificarse el tráfico de salida, el disco tardaba en cambiar para que tuviera prioridad la circulación de la calzada que llevaba a las afueras. Mientras esperaba, se situó a su lado un hombre mayor de cuyos orificios nasales salían unos tubitos de plástico transparente que iba sentado en una silla de ruedas guiada por una joven que escuchaba música con unos pequeños auriculares blancos aplicados a los oídos.

Aunque el ruido de los coches no permitía percibir con claridad su conversación, el transeúnte entendió que el transportado acababa de rogar a su cuidadora que lo dejara fumar. Ella se inclinó sobre él, le dio un abrazo y con una amplia sonrisa le respondió: «Sabes perfectamente que lo tienes terminantemente prohibido». Al contemplar aquella escena creyó haber comprendido lo que era la ternura.

Cuando llegó a casa, abrió el diccionario para ver si la definición de ternura reflejaba con exactitud y precisión el modo en que la joven había tratado al viejo fumador discapacitado. Leyó que ternura significaba «cualidad de tierno». Y le pareció que si esas eran las palabras más adecuadas para expresar lo que había presenciado, el resultado era muy pobre. Como no podía admitir que la ternura fuera solamente eso, confió en que habría sido en la palabra tierno donde los académicos de la lengua habrían volcado sus mejores esfuerzos para fijar un sentido que se correspondiese con aquella hermosa acción.

Leyó ansiosamente las distintas acepciones de tierno y se paró en la quinta: «afectuoso, cariñoso y amable». Era cierto que la joven había sido afectuosa, cariñosa y amable al negar el cigarrillo a su interlocutor. Pero había algo más en su proceder que no quedaba descrito con esas palabras. Su gesto, la mirada y la cadencia suave de su respuesta rebosaban incluso los ya de por sí amplios límites del afecto, el cariño y la amabilidad. Y empezó a dudar sobre si la escena que había visto era un acto de ternura o de amor.

Volvió a coger el tomo primero del Diccionario y al llegar a la tercera significación de amor leyó: «sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo». Y le pareció que el trato de la joven, sobre todo por el sentimiento de entrega que implicaba, era más de amor que de ternura. Aunque la diferencia de edad entre ambos no era un dato determinante, la relación que habían reflejado no parecía de pareja, sino más bien la de un padre y una hija o una nieta. En ese momento tuvo para sí que a pesar de que la palabra amor tenía solo cuatro letras era una de las más grandes e inaprensibles que había concebido el ser humano. Y pensó que tal vez por eso el hombre lleva escritas una multitud de páginas sobre tan enigmático sentimiento sin haber podido acercarse aún a todo lo que significa.

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