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El Renacido, los tramperos y la verdad del negocio de la piel del castor

J. F. Alonso el

La historia se desarrolla en la frontera, una palabra que, más allá de su significado literal, nos hace imaginar un mundo salvaje de horizontes lejanos, naturaleza sin domar y hombres duros… o muertos. El Renacido, la película que compite seriamente por los premios grandes de la noche de los Oscar, nos arroja sin compasión a unos días (la historia en la que se inspira la película ocurrió en 1822) de tramperos, indios y sangre fácil. El Oeste sin compasión. El único refugio eran aquellos fuertes que en el viejo Hollywood parecían una construcción Disney, pero que González Iñárritu recrea como un barrizal donde apestaba a suciedad y alcohol. Y puertas afuera, la inmensidad, la vida feroz.

El guion de “El Renacido” se centra en la vida de los tramperos, pero algún espectador quizá no termine de enterarse de por qué la piel de los castores era tan valiosa. Más valiosa que la vida. ¿Por qué unos cientos de kilos de pieles merecían un esfuerzo sobrehumano? Y la respuesta es tan sencilla que, con los ojos de hoy, puede parecer ridícula. Aquel afán respondía a la necesidad de alimentar el inmenso negocio de los sombreros en Europa. Lo explica Montserrat Cubría Piris, especialista en la historia de la colonización de América y autora de “Castores, sombreros y expansión colonial en el siglo XVII”: “Los humanos han cubierto y adornado sus cabezas desde tiempos remotos y los estilos y las formas han cambiado a lo largo de los siglos, pero lo que se mantuvo constante hasta el XIX fue el material: el fieltro de lana. La lana para fieltro puede provenir de varios animales pero desde principios del siglo XV la de castor, por sus características, ha sido la más apreciada“.

En la Europa de los siglos XVII, XVIII y XIX triunfaban los sombreros hechos de piel de castor. Francia dominó el mercado durante mucho tiempo, también en nuestro país, cuando las modas francesas se impusieron con la llegada de Felipe V. En París, a finales del siglo XVII, se producían unos cien mil sombreros al año, lo que da idea de la magnitud del negocio. Y esa explotación de las reservas en el nuevo continente tuvo sus consecuencias en la relación con los indígenas. El choque entre la avaricia y la tradición se refleja constantemente en la película de Alejandro González Iñárritu.

“En el contexto de la expansión colonial y de su período de mayor auge a lo largo del siglo XVII, el principal objetivo comercial de las potencias del norte de Europa en América del Norte fue el castor, prácticamente extinguido en el Viejo Continente. La piel de castor, parangonable al oro que motivó la colonización de las monarquías lusa y española en África y América, desencadenó una serie de cambios, hechos y circunstancias que afectaron enormemente al comercio y los mercados, las industrias peletera y sombrerera y a todos los implicados, pueblos indígenas y europeos. No sería impensable poder seguir el rastro, a mediados del XVII, de una piel de castor desde lo que hoy es Canadá hasta Inglaterra pasando por Rusia vía Ámsterdam y de ahí hacia España y sus colonias de ultramar y, en el apasionante trayecto, encontrar todos los elementos que caracterizaron la Edad Moderna”, se lee en el texto de Montserrat Cubría Piris.

 

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