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El Hindenburg y el orgullo nazi ardieron hace 80 años

El Hindenburg y el orgullo nazi ardieron hace 80 años
J. F. Alonso el

Era casi tan grande como el Titanic (245 metros por 269). Tan poderoso e indestructible. Realizaba un recorrido parecido al del crucero, de Europa a Estados Unidos, con el Atlántico interminable en medio. Era un símbolo del orgullo nazi, y del poder de la tecnología. El 6 de mayo de 1937, a las 19.25 horas, bajo una fuerte lluvia, una chispa prendió el hidrógeno que impulsaba el LZ 129 Hindenburg. El fuego se extendió voraz, en el tiempo en que se esfuman los sueños. En 34 segundos ardió y cayó ante la mirada incrédula de periodistas y público, en la Estación Aeronaval de Lakehurst (Nueva Jersey, Estados Unidos).

Los dirigibles fueron los primeros artefactos capaces de volar bajo control en un trayecto largo. Aunque hay muchas experiencias anteriores, parece que el primero que funcionó fue construido para el ejército francés en 1884. Y en España, el que ideó el inventor cántabro Leonardo Torres Quevedo entre 1905 1906, en Guadalajara.

Estos globos, más grandes que tres aviones Boeing 747, llenaron los cielos europeos en el primer tercio del siglo XX. Se maquinaron como arma de guerra, con pocas víctimas enemigas en su curriculum. Y como vehículo de pasajeros. Los dos más grandes fueron el LZ 130 Graf Zeppelin II y su gemelo, el LZ 129 Hindenburg, destinado a pasar a la negra historia.

Visto con perspectiva, los constructores del Hindenburg cometieron demasiados errores como para confiar en la suerte, pero sobre todo uno: se creyeron invencibles, lo mismo que ocurrió en el Titanic. En este caso, la clave fue el gas que elevaba el dirigible. Se pretendió utilizar helio, inerte, inofensivo. Sin embargo, EE.UU. había decretado su embargo, por lo que recurrieron al altamente inflamable hidrógeno. Una bomba en el aire.

En 1936, el Hindenburg voló 308.323 kilómetros. Gastó la reserva de suerte. El 1 de agosto, en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Berlín, sobrevoló el estadio, una exhibición del poderío nazi. El 6 de mayo de 1937, tras cruzar el Atlántico, el Hindenburg quiso aterrizar en la Estación Aeronaval de Lakehurst (Nueva Jersey). Esperó una hora a que mejorara el tiempo. Al bajar, finalmente, ya cerca del suelo, una chispa prendió el hidrógeno, que devoró el dirigible a gran velocidad quizá debido a que una capa de nitrato de celulosa aceleró las llamas. Murieron 35 personas, trece pasajeros y 22 tripulantes.

La dramática narración radiofónica de Herbert Morrison, que no fue en directo, alimentó la leyenda. Sirvió de inspiración, por ejemplo, a la de Orson Welles en «La guerra de los mundos». O a la portada del primer disco de Led Zeppelin. Y la película Hindenburg (1975), protagonizada por George C. Scott y Anne Bancroft. El Hindenburg creció como icono, pero los dirigibles como vehículo de pasajeros murieron con el incendio.

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