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Spassky-Fischer: 40 años de la mejor batalla de la Guerra Fría

Federico Marín Bellón el

«Estados Unidos quiere que vayas y derrotes a los rusos». La exhortación, pronunciada por Henry Kissinger un año antes de ganar el Nobel de la Paz, fue la mecha que hizo posible la gran explosión del ajedrez mundial, hace ahora 40 años. Bobby Fischer, llamado a disputar frente a Boris Spassky el campeonato del mundo de ajedrez, no paraba de poner piedras en su propio camino, como si no quisiera atravesar la última puerta que lo separaba de la gloria. Pero aquellas diez palabras fueron efectivas. Robert James voló hasta Reikiavik y arrebató el título al ruso, que inmediatamente cayó en desgracia. El americano fue recibido como un héroe, título efímero, como el tiempo ha demostrado. El ajedrez vivió su momento de oro. TODO EL MUNDO empezó a jugar y los tableros se agotaron en las tiendas, incluso en España.

Spassky-Fischer, el duelo del siglo

El árbitro del encuentro, el alemán Lothar Schmid, ha confirmado en la prensa alemana, a sus 84 años que aquello fue «una guerra entre el Este y el Oeste», como si el mundo no tuviera entonces suficiente con Vietnam, el Watergate y la matanza de los Juegos de Múnich. Y si la mecha la tendió Kissinger, secretario de Seguridad Nacional, el detonante fue el banquero británico Jim Slater, quien harto de las continuas exigencias que improvisaba Fischer -algunas sensatas- añadió 50.000 libras a la bolsa de premios y lo dejó sin excusas. En aquel Mundial de 1972, como cuentan David Edmonds y John Eidinow en el libro «Bobby Fischer se fue a la guerra», también participaron Nixon, la CIA, el FBI, el KGB y el Comité Central del Partido Comunista.

La película de las horas y días previos al encuentro es una novela de espías no menos apasionante que las partidas. El 2 de julio se alzó el telón, pero Fischer ni siquiera estaba en la isla. La Federación Internacional (FIDE) y el árbitro fijaron un nuevo comienzo para el día 4, sin saber siquiera si los rusos aceptarían. El lobo estepario aguardaba junto a su único ayudante, el buen clérigo y discreto ajedrecista William Lombardy, lo que agrandaba el carácter épico de la lucha. Enfrente tenía un equipo armado hasta los dientes, en el que probablemente hasta el cocinero era gran maestro.

¿Hipnotizaba Fischer a sus rivales, como sostenía el equipo ruso?

El 6 de julio, mientras los rusos exigían algún castigo para Bobby, este realizó su primera jugada maestra. Conocedor de la deportividad de Spassky, le escribió una carta personal en la que reconocía su «irrespetuosa conducta» y sus ofensas a la Unión Soviética. Así, el duelo pudo comenzar el día 11. Lo hizo con un error infantil de Fischer, mil veces analizado, un alfil glotón se dio el capricho de un peón casi envenenado que puso el marcador a favor del campeón.

Entonces ocurrió lo peor. Bobby no se presentó a la segunda partida, esta vez encolerizado contra el ruido de las cámaras de televisión (de las que por otra parte cobraba derechos). Con 2-0 en el marcador, nadie daba un duro por el Mundial. Un periodista resumió el sentir general: «Todo el mundo odiaba a Bobby. Se había sentado en una silla eléctrica y todos habrían accionado el interruptor. Pero nadie podía permitir que el hijo de puta se friera».

En aquellas horas cruciales se vivieron escenas surrealistas. El maestro de Chicago reservó asiento en todos los vuelos que salían de la isla, mientras la CIA vigilaba las carreteras para evitar su fuga. El KGB, entretanto, presionaba para evacuar a su jugador y envió a un psiquiatra para persuadirlo. Hasta el árbitro lloró, convencido de que «había destruido a un genio» al darle la partida por perdida.

Una de las escasas imágenes en color que se conservan del encuento, del documental «Bobby Fischer contra el mundo»

Una nueva soflama de Kissinger («Eres nuestro hombre contra los rojos») y un ejército de manos izquierdas reactivaron el milagro. Fischer aceptó jugar, pero solo en una salita sin público, detrás del escenario. «Ambos jugadores eran más altos que yo», recuerda el árbitro, «pero los agarré de los hombros, los empujé hacia la salita y les exigí: Ahora, jugad». El resto es historia. Bobby ganó la siguiente partida e inició una remontada imparable. Con 2-1 en contra, ni Spassky dudaba de su derrota final, que se fraguaría por 12,5 a 8,5, sin necesidad de jugar las últimas tres partidas.

Spassky, Fischer y el árbitro, el alemán Lothar Schmid, cuya mediación fue determinante para que el Mundial pudiera celebrarse

El ruso admitió después que aquella capitulación psicológica, jugar sin público para apaciguar a Fischer, le costó la partida y el título, aunque sus ayudantes acusaron al americano de recurrir a oscuros dispositivos electrónicos y a su «mirada hipnótica». Incluso desmontaron las sillas, la mesa y las lámparas en busca de pruebas. El hallazgo de unas pocas moscas muertas no fue evidencia suficiente.

Leonidas Breznev, entonces ministro de Interior, bramó desde Moscú contra su propio equipo: «Si de mí dependiera, irían todos a la cárcel». Fischer, mucho antes de caer en la locura y en su propia desgracia, dio el parte de guerra a la BBC: «Los rusos han sido aniquilados. Ya se habrán arrepentido de haber empezado a jugar». Después, desapareció.

Spassky y Fischer, en su encuentro de revancha en 1992. El gesto del americano, quizá casual, lo dice todo

Veinte años después, la necesidad de dinero propició un tragicómico match de revancha en la antigua Yugoslavia, que volvió a ganar el americano, con una increíble bolsa de cinco millones de dólares. Fischer no solo se saltó el embargo internacional en Montenegro. Respondió a la carta de prohibición de su gobierno escupiéndola en público y pasando en apenas unas de héroe a enemigo público.

Después de un largo arresto en Japón, acabó sus días, medio chalado, en la isla donde conoció la gloria, que le dio refugio y lo libró de la cárcel. Murió en 2008 a los 64 años, uno por cada casilla del tablero.

Aquí descansan los restos de Fischer, no siempre en paz

Spassky tiene 75 años, es ciudadano francés y da conferencias y sesiones de simultáneas por el mundo, a menudo en España, aunque su delicado estado de salud le ha obligado a bajar el ritmo desde hace ya bastantes meses. Siempre será recordado por su derrota ante Fischer, pero es un campeón de leyenda.   

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