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Blogs Jugar con Cabeza por Federico Marín Bellón

¿Por qué los alfiles no sonríen?

¿Por qué los alfiles no sonríen?
Federico Marín Bellón el

La revista «Peón de Rey», que dirige el gran maestro Miguel Illescas, ha organizado el concurso de relatos «Comparte tu talento con PDR», en colaboración con el torneo Magistral de León, uno de los mejores de nuestro calendario en España. El ganador ha sido Llorenç Vanaclocha, con «¿Por qué los alfiles no sonríen», que reproduzco aquí por cortesía de la publicación. El resto de finalistas y otras obras presentadas fuera de concurso se pueden ver en este enlace. Enhorabuena a Vanaclocha y a los promotores de la iniciativa.

Formaban parte del jurado Andrés Tijmann (editor y director de La Casa del Ajedrez), el periodista y escritor Antonio Gude, el biólogo y escritor Diego Rasskin GutmanHiquíngari Carranza (presidente de la Fundación Kasparov para Iberoamérica), el físico y escritor Juan José Gómez Cadenas, el periodista y escritor Leontxo García, el periodista y director de ajedrezsocial.org Manuel Azuaga, el profesor, árbitro y escritor Mario Tallarico, el periodista y escritor Miguel Ángel Nepomuceno, el citado Miguel Illescas y el autor de este blog.

A continuación, el cuento ganador, «dedicado a todos aquellos que alguna vez han sido acosados, a todos los docentes que día tras día se dejan la piel cuidando y educando a nuestros hijos», en palabras de su autor.

¿Por qué los alfiles no sonríen?

–Joel, nunca, nunca me hubiese esperado esto de ti, ¿pero te has vuelto loco o qué? –comentaba el profesor mientras los acompañaba al despacho del director– ¿Y tú, Víctor?, siempre igual…, estás en todos los follones. De verdad que…

–Quedaros aquí que ahora viene el director –les dijo el profe – os vais a enterar. Se os va a caer el pelo.

Joel y Víctor se quedaron solos en el despacho del director. Joel era un chico tranquilo, buen estudiante, disciplinado pero ese día había explotado. Víctor llevaba meses acosándolo, en clase, en el patio, a la salida del instituto. Eran pequeñas bromas, comentarios tontos que provocaban la risa de todos pero hoy había llegado al límite. Hoy ya no intentó ser más gracioso que Víctor, o hacerse su amigo, o ignorarlo, hoy simplemente se le echó encima y empezó a golpearle mientras lloraba lleno de rabia.

Mientras permanecían en silencio, en el despacho del director, Joel no pudo evitar fijar la vista en un tablero de ajedrez. Siempre se había preguntado porque los alfiles tenían tan mala cara, parecían permanentemente enfadados, como Víctor. Joel en los últimos meses de acoso había encontrado refugio en el ajedrez. Se le daba muy bien, y lo más importante, las reglas estaban claras desde el principio. No había sorpresas.

–¿Eh, tú? –le dijo Víctor– ¿Qué miras? No me digas que tus dos neuronas te dan para jugar al ajedrez.

Por un momento a Joel se le iluminaron los ojos, Víctor le podía ganar en todo, era más alto, más fuerte, más popular, pero ¿al ajedrez? Al ajedrez no. Ese era su reino.

–Me sobra una para ganarte –le contesto Joel con una mirada desafiante.

–Juguemos –respondió Víctor.

Al final el día no iba a ir tan mal. Seguramente los iban a expulsar del instituto por pelearse, pero al menos se iba a dar el gusto de machacar a Víctor al ajedrez. Pero no fue tan fácil, Víctor era un rival mucho más duro de lo que Joel podía suponer y se defendía como un gato panza arriba. La partida se alargó, tanto que acabaron perdiendo la noción del tiempo. Pasaron por la apertura, el medio juego y se vieron las caras en un final de alfiles de distinto color. Finalmente Joel, con una brillante técnica y un impecable uso de su alfil, logró vencer.

Víctor levantó la cabeza y lo miro fijamente a los ojos. Joel por un momento temió que le soltase un guantazo o alguna burrada, pero Victor, con voz tímida, se limitó a decir: ¿Y esa jugada?, ¿Me puedes explicar cómo lo has hecho?

El director un viejo aficionado al ajedrez, que llevaba un rato observándolos en silencio, viéndolos allí jugando y analizando la partida decidió no expulsarlos. Su castigo sería ir un mes durante la hora del recreo a su despacho a jugar una partida de ajedrez.

Los chicos salieron del despacho contentos, aliviados y comentando la partida. Joel se giró para despedirse del director y durante un segundo le dio la impresión, de que su alfil, sonreía.

 

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