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Noventa años dando Guerra

Noventa años dando Guerra
Federico Marín Bellón el

Manuel Guerra Arnáez (Santander, 1926) fue campeón absoluto de Vizcaya en 1967, cuando la mayoría de vosotros no habíais nacido. Un día menos lejano, en 1993, fue capaz de ganarle una partida rápida a Vladimir Kramnik, antes de que el ruso se proclamara campeón del mundo. La proeza ocurrió en el Club Escuela de Ajedrez de Alcobendas, que el propio Manolo fundó en 1975 junto con Paco Cebolla y donde sigue participando como jugador federado, con 90 años, en todas las competiciones oficiales. La Federación Madrileña de Ajedrez le rindió el viernes pasado un merecidísimo homenaje, al que asistieron compañeros de equipo, amigos y familiares llegados de toda España. «Hay mucha gente, caramba», exclamó el protagonista con asombro. Nueve hurras por él y por su cabeza privilegiada. Qué menos.

Manolo Guerra ganó a Kramnik una partida de cinco minutos, aunque luego el ruso se vengó en una sesión de simultáneas, a la que corresponde la imagen

«Empecé a jugar porque me enseñó mi padre», cuenta este guerrero incansable, una de las mejores personas que pueden encontrarse en los tableros madrileños, pero todavía un rival temible. Su relato, adornado casi siempre con una sonrisa, está desprovisto por completo de maldad o rencor, incluso cuando habla de los sucesos más terribles. «Yo creo que tenía trece años», prosigue. «Esto no lo suelo contar nunca, pero fue después de la guerra. Como mi padre luchó en el bando republicano, estuvo en la cárcel por una cosa política. Él aprendió a jugar allí y al salir me enseñó a mi».

Al padre de Manolo le echaron doce años y un día, pero salió a los dos años en libertad condicional. «Creo que él no tuvo tanto interés, pero yo le cogí gusto y sí jugaba bastante. Luego, de chaval, ocurrió que viví en casa de una de mis abuelas, que tenía una casa de huéspedes. Allí acudía gente que jugaba al ajedrez y yo practicaba con ellos».

Manolo Guerra levanta orgulloso su placa, que le acaba de entregar el presidente de la Federación Madrileña, Agustín García Horcajo

Después de estudiar la carrera de comercio en su ciudad natal, en 1950, Manolo Guerra se trasladó a Madrid, para llevar la administración de una empresa. «Aquí estuve del 50 al 58, aunque no me federé todavía, pero jugaba con frecuencia en los bajos del Callao. Luego me casé en el año 58 y concursé porque había hecho una oposición como tesorero, que entonces se llamaba depositario de fondos y administración local. Concursé y me dieron el Ayuntamiento de Guernica, en Vizcaya. Estando allí me apunté al club Peña Rey Ardid de Bilbao. Ahí ya me federé y empecé a jugar en equipos e individualmente». Con bastante éxito, habría que añadir.

«Quedé campeón individual de Vizcaya y también por equipos. Estuve catorce años allí, del 58 al 72, cuando volví a concursar y me vine a Alcobendas. Me gustaba el sitio, más cerca de Madrid. Ahí fundé con otros compañeros el actual Club Escuela de Ajedrez de Alcobendas, al que sigo perteneciendo y donde sigo jugando». Y ganando partidas… «Ganando partidas y también perdiendo», responde con modestia, «porque la verdad es que en los últimos años no tengo tanto interés en estudiar ajedrez y revisar las partidas como hacía antes, y ha bajado un poco mi nivel. El primer Elo que tuve fue de 2080, que era bastante importante y ahora tengo 1770».

Por supuesto, Manolo Guerra no piensa todavía en la retirada. Quizá después de los cien.

Manolo Guerra, con otros «grandes maestros» de Alcobendas y con Miguel Illescas

«No pienso dejarlo todavía. Estoy más perezoso, porque no estudio como antes, pero la cabeza no está mal». ¿No nota ningún achaque sobre el tablero? ¿Tan bueno es el ajedrez para el cerebro? «Lo que noto a veces es que tengo tendencia a jugar deprisa y eso es malo. Si hubiera pensado un poco más, me daría cuenta de las meteduras de pata que cometo. Por eso quizá las partidas rápidas se me dan bien. Pero hay que pensar. Y ahora me han sorprendido con esto. Me he quedado helado. Que me hagan un homenaje a mí».

En el acto, el presidente de la FMA, Agustín García Horcajo, le entregó una placa conmemorativa y Manolo aprovechó para leer unos versos de agradecimiento. La poesía es otra de sus grandes aficiones. No hay celebración en el club en la que falten sus rimas. ¿Qué otras pasiones tiene ? «Por ejemplo, el sexo», responde resuelto. «Ya no lo practico, pero me gustaba mucho. También me gusta leer y echo partiditas a otros juegos. Pero videojuegos no; yo solo mato jugando al ajedrez. Y me gustaban la papiroflexia. Y la encuadernación… Las tengo abandonadas ahora. Se hace uno perezoso con la edad».

Entre sus encuentros con grandes jugadores, Manolo comenta que Arturito Pomar le ganó en unas simultáneas. «Ya ni me acuerdo. Era un chaval. Pero gané una partida rápida a Kramnik. Todavía no era campeón del mundo, pero lo fue a los dos años. Hay algo que no suelo añadir y es que luego Kramnik jugó unas simultáneas y me ganó». En el campeonato de Vicaya que se llevó, destaca asimismo una victoria sobre la campeona de España Pepita Ferrer, que remató con un bomito mate, como el que le dio a Kramnik.

Manolo Guerra lee sus versos en el homenaje que le dio la FMA

Sobre sus lecturas, recuerda la «amplísima biblioteca» que tenía su padre. «Tenía muchas novelas de Blasco Ibáñez y las leía todas, y a Pérez Galdós y muchos otros autores». Por supuesto, era buen estudiante, una de las pocas cosas de las que presume sin disimulo: «¡Muy bueno, qué coño! Sacaba muchas matrículas de honor».

Después de casado, Guerra tuvo la energía de hacer la carrera de Económicas por la UNED, además de las oposiciones que fue ganando (este hombre lo ganaba todo), como depositario de fondos y como interventor de fondos, aunque nunca ejerció este último cargo. Su cuñada apunta que a veces se pasaba las noches sin dormir, hasta que cuadraba la última peseta. «No me acuerdo de eso, pero sí, algunas veces, para cuadrar, tienes que andar inspeccionando hasta que encuentras el error», añade Manolo.

Manolo, además de todo, siempre ha estado enamoradísimo de su mujer, su gran ausencia ahora. «Nunca tuvimos ningún conflicto. Ha sido una mujer maravillosa. Ella era muy religiosa y yo no, pero me respetaba siempre que no fuera a misa, y yo la respetaba a ella. Jamás nos hicimos la menor objeción y nos hemos llevado muy bien. Incluso yo creo que, sin querer, ella influyó en mí y me ha acercado bastante a la religión». El peor momento fue la muerte de su primer hijo. «Tardamos en tenerlos, lo menos tres años, y justo el primero, que era varón, se nos murió apenas al nacer. Luego vino Mari Pepa y luego Ana y todo bien, pero fíjate…».

«Con esto vas a escribir una novela», anuncia, antes de salir a recibir su placa. La ha escrito él.

 

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