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Blogs Jugar con Cabeza por Federico Marín Bellón

El timo de la lotería de Navidad (II)

Federico Marín Bellón el

Detesto la lotería desde pequeñito, sobre todo la Lotería de Navidad, que dejaba flotando en el aire un soniquete del que todavía no nos hemos liberado, pese a que los enanos de san Ildefonso ya no rematan cada verso con aquel insoportable «peseeeetaaaaaassss». Tiempo después, me tocó la condena anual de trabajar desde la sección de Madrid en una información que siempre recibe un despliegue absurdo. (Bien que siento opinar a contracorriente). Cada año es el mismo periódico y el mismo telediario. Se descorchan páginas enteras de champán del malo para narrar los agujeros que taparán agraciados con cantidades casi ridículas, superadas cada semana por otros juegos menos mediáticos.

Tras el fracaso de la privatización de las Loterías del Estado, Hacienda volverá a darse un festín a cuenta de nuestras crisis, que son muchas y variadas. Es el «impuesto de los tontos», con perdón. Este año, incluso es más difícil pillar el Gordo (una probabilidad entre 100.000, cuando antes era de una entre 85.000) Tanto da, la zanahoria (400.000 euros al décimo) está en nuestros morros y para la mayoría es irresistible.

Por otro lado, como explican con claridad en Microsiervos, de cada euro apostado se reparten 70 céntimos en premios. Cualquier jugador de poker sabe al instante que al valor esperado (EV) de estas apuestas no se agarraría ni un griego en el paro. Con los cambios introducidos este año, además, se acentúan las diferencias. Lejos de conseguir premios más repartidos, los que ganen se llevarán más. Es el signo de los tiempos y una razón más para que el sorteo de marras expanda su gloria.

El anuncio es un primor; eso no se lo quita nadie

El argumento principal es el de la envidia. Mejor gastar como un poseso que permitir que el compañero de oficina compre su billete hacia la falsa felicidad en exclusiva. Decía Woody Allen que las palabras más bonitas que nos pueden decir no son «Te quiero», sino «es benigno». La peor noticia, para más de uno, es descubrir que todo su departamento se ha enriquecido con un décimo que él rechazó en el último momento. Sé que Dios o el Diablo me castigarán tarde o temprano y me quedaré solo en la redacción, mientras a mi alrededor se prejubilan hasta las impresoras, aunque sea con 10.000 euros. Como Míchel, me lo merezco.

«Lo raro es que no te toque», un lema que a otro anunciante menos poderoso nunca le habrían permitido

Y en medio de una regulación aprobada a sospechosa velocidad por un Gobierno moribundo con la excusa de proteger al ciudadano, tenemos que soportar una publicidad que ojalá solo fuera engañosa. «Lo raro es que no te toque», nos vendían hasta hace poco en una trola manifiesta no solo tolerada por el Estado, sino nacida en sus entrañas.

Los niños, vícimas y cómplices del juego de azar favorito del Estado. Compárese con la legislación que obliga a emitir otros juegos a partir de la una de la madrugada

Se siguen usando niños en piezas publicitarias, de la mayor calidad, eso sí, auténticas obras de arte de las mejores agencias (Grey en esta ocasión). Eso no es nada al lado de la utilización de los pequeños como minicrupieres cantores de Viena. Imagino que encima será un orgullo para sus familias e incluso que habrá tortas por entrar en el dichoso colegio. No sé qué pensarían si los vieran manejar la ruleta en un casino.

No espero vuestra comprensión con esta entrada, que me permito escribir por segunda vez. Perdonad mi excentricidad y mi perenne pobreza.

Juego
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