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Y el hombre voló a la velocidad del sonido

José Manuel Nieves el

Al final lo consiguió. El austríaco Felix Baumgartner cumplió su sueño y saltó desde la increíble altura de 39.068 metros, muy por encima de los 36.576 previstos inicialmente. Durante su descenso, batió tres records mundiales, aunque no pudo con el cuarto, que sigue en manos de su mentor, Joe Kittinger, el hombre que desde 1961 detentaba el récord de salto, con una altura de 31.333 metros.

Aún así, y a falta de que se confirmen oficialmente las cifras, Baumgartner ha conseguido saltar con éxito desde 39.068 metros, que además es la mayor altura a la que nadie ha conseguido subir con un globo. Y también rompió, por primera vez, la barrera del sonido durante los casi cinco minutos de caída libre, llegando a la increíble velocidad de 1.173 km. por hora (a esa altitud, la velocidad del sonido ronda los 1.100 km./h.).

Es decir, que pulverizó tres de los récords conseguidos por Kittinger, que a sus 84 años dirigió las operaciones desde tierra y no dejó ni por un instante de dar instrucciones a Baumgartner ni de animarle con sus palabras. Sin embargo, no consiguió superar al veterano en su récord de mayor tiempo en caída libre. Baumgartner, en efecto, desplegó su paracaídas 4 minutos y 22 segundos después de saltar de la cápsula, 20 segundos antes de que lo hiciera Kittinger en 1961.

¿Ha querido el piloto austríaco dejar esa marca intacta como muestra de respeto hacia el hombre que más le ha ayudado en su hazaña? ¿O se vio, por el contrario, obligado a abrir el paracaídas antes de tiempo? Puede que en las próximas horas sea el propio Baumgartner quien lo aclare, aunque todo parece indicar que habría podido esperar tranquilamente los veinte segundos que le faltaban para superar también ese récord.

"A veces tienes que subir realmente alto para darte cuenta de lo pequeño que eres", dijo Baumgartner justo antes de saltar, mientras observaba brevemente el desierto de Nuevo México muy por debajo de sus pies.

El austríaco no dejó de hablar con el control de la misión en ningún momento, aunque el contenido de sus palabras aún no eran públicos en el momento de escribir estas líneas.

Seguido en todo momento por cámaras telescópicas, Baumgartner empezó durante su caída a girar rápidamente sobre sí mismo, uno de los principales riesgos de la misión, ya que en esas circunstancias es muy fácil desorientarse o incluso perder el conocimiento. Pero el piloto supo reaccionar y logró estabilizarse, adoptando la postura recta y boca abajo que le permitió superar la velocidad del sonido. Por lo demás, el salto fue perfecto.

El único contratiempo fue la avería de la placa térmica frontal de su casco, detectada durante el largo ascenso en globo y que estuvo a punto de dar al traste con la misión. Baumgartner, sin embargo, insistió en continuar, y a pesar de que durante la caída el visor se le empañó, parece que el sistema finalmente funcionó como debía.

Cuatro minutos y 22 segundos después de haber saltado, Baumgartner abrió su paracaídas y el centro de control estalló en vítores y aplausos. Lo peor había pasado y el piloto ya no tenía más que llegar a tierra con su paracaídas, un juego de niños para un hombre que ha saltado ya miles de veces.

Jugando con las corrientes y disfrutando, sin duda, del descenso, Baumgartner dirigió con habilidad el paracaídas para tomar tierra exactamente en el punto previsto. Al final de su trayecto fue seguido de cerca por un helicóptero, que aterrizó junto a él y en el que viajaba uno de los tres equipos médicos de la misión. Después, el piloto austríaco cayó unos segundos de rodillas, presa de la emoción. Pero se recuperó de inmediato. Se incorporó, se quitó el casco y empezó a abrazar a los médicos y técnicos que se acercaban corriendo hasta él. Cinco años después de planteárselo, lo había conseguido.

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