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¿Somos todos marcianos?

José Manuel Nieves el

En febrero de 2009, y bajo este mismo título, ABC publicaba un artículo sobre esta inquietante posibilidad. Entonces, H. Jay Melosh, profesor de Ciencias Planetarias de la Universidad de Arizona y una de las máximas autoridades mundiales en el estudio de impactos de meteoritos contra la Tierra, defendía la hipótesis de que la vida podría haberse originado antes en Marte que en nuestro propio mundo, para viajar después hasta aquí a bordo de meteoritos. Ahora, investigadores del Massachussetts Institute of Technology (MIT) y la Universidad de Harvard, están terminando de desarrollar un instrumento capaz de zanjar la cuestión.

La idea, aunque puede parecer descabellada, tiene en realidad una lógica aplastante. Para muchos biólogos y geólogos actuales, en efecto, no cabe duda de que en Marte hay, o por lo menos hubo alguna vez, vida. Casi cuarenta misiones no tripuladas han sido enviadas hasta ahora al planeta rojo, una buena parte de ellas con la misión específica de encontrar agua (cuya presencia allí ha sido repetidamente confirmada) y rastros de algún tipo de vida orgánica, ya sea presente o pasada.

Y es que la historia de Marte es muy similar a la de nuestro propio mundo. Sabemos que, igual que en la Tierra, allí hubo mares y océanos que, sin embargo, se perdieron por carecer el planeta de una atmósfera capaz de retener y reciclar el agua evaporada por el Sol. Al ir evaporándose el agua de los mares, simplemente se fue perdiendo en el espacio.

Sin embargo, resulta más que plausible pensar que, mientras esos mares existieron, llegaron a albergar alguna forma de vida orgánica. Un proceso, además, que pudo tener lugar incluso antes que en la propia Tierra, según se desprende del análisis de los datos enviados por las naves actualmente en órbita marciana y por los vehículos robotizados Spirit y Opportunity, que han pasado largos años “paseando” y analizando su polvorienta y árida superficie.

Y después están los asteroides y cometas, que chocan continuamente con todos y cada uno de los mundos del Sistema Solar, salpicando sus superficies de cráteres que son visibles durante muchos millones de años. Cuando uno de estos “vagabundos espaciales” choca contra un planeta, levanta una gran nube de escombros y piedras que, a su vez, son lanzadas al espacio y pueden chocar (de hecho lo hacen) contra otros mundos del mismo sistema planetario. Aquí, en la Tierra, se han encontrado ya un buen puñado de meteoritos que han resultado ser fragmentos de suelo marciano.

Si se llega a demostrar que, en efecto, la vida se desarrolló antes en Marte que en la Tierra, no sería muy arriesgado suponer, aseguraba Melosh en 2009, que pudo “trasladarse” hasta nuestro propio mundo aprovechando alguna de esas “carambolas cósmicas”. Aquí, en la Tierra, aquellas primitivas moléculas prebióticas o, quién sabe, incluso microorganismos funcionales, encontraron un caldo de cultivo más favorable en el que desarrollarse y prosperar.

Sin embargo, y a pesar de que la mayoría de los investigadores están convencidos de que la vida floreció alguna vez en el planeta rojo, no existen aún pruebas irrefutables de que, en efecto, fue así. Ahora, Christopher Carr, científico del MIT, y Gary Ruvkun, biólogo molecular de la Universidad de Harvard, proponen una estrategia completamente nueva para resolver la cuestión: buscar en Marte fragmentos de ADN o ARN, en especial determinadas secuencias de esta molécula que están presentes en la inmensa mayoría de las criaturas terrestres y que pueden, por lo tanto, considerarse como universales.

Si se encuentra ese material genético en Marte, Carr y Ruvkun aseguran que, gracias a un instrumento desarrollado por sus equipos, podrían determinar si están o no relacionadas con las formas de vida de la Tierra.

La idea se basa en un buen número de hechos bien establecidos. Primero, cuando el Sistema Solar era aún joven, los climas de Marte y de la Tierra eran mucho más parecidos entre sí de lo que son hoy, de forma que la vida que surgiera en cualquiera de los dos mundos podría haber sobrevivido fácilmente en el otro. Segundo, se estima que han llegado ya hasta la Tierra cerca de mil millones de toneladas de rocas procedentes de Marte, arrojadas al espacio tras el impacto de meteoritos sobre la superficie marciana. Tercero, se ha demostrado que algunos microbios son capaces de sobrevivir a estos tremendos impactos y, lo que es más, pueden mantenerse “en suspenso” durante los cientos, o miles de años de duración de su travesía espacial.

Por lo tanto, la idea de que la vida surgiera en uno de los dos planetas para ser después “transportada” hasta el otro, resulta más que plausible. Por último, la dinámica orbital de Marte y de la Tierra hacen que sea cien veces más fácil para una roca viajar de Marte a la Tierra que al revés. Por lo que si la vida efectivamente surgió primero allí, algunos microbios habrían podido “trasplantarla” hasta la Tierra, de modo que todos seríamos sus descendientes.

Si las cosas sucedieron de esta forma, podríamos aprender importantes lecciones sobre nuestro propio origen biológico estudiando la compleja bioquímica de nuestro planeta vecino, en el que las primeras huellas de la vida, desaparecidas sin remedio aquí en la Tierra, se habrían conservado gracias a su gélido ambiente.

El ingenio desarrollado por el MIT tomaría muestras del suelo marciano y sería capaz de aislar cualquier organismo viviente o resto biológico que contenga ADN para después separar el material genético y analizar sus secuencias con las técnicas estandar. “Es un disparo muy largo – concede Carr- pero si vamos a Marte y encontramos formas de vida que estén relacionadas con nosotros, podría ser que nuestro origen fuera marciano. O bien, si la vida empezó aquí, podría haberse transferido a Marte”.

“En ambos casos -concluye el investigador- estaríamos relacionados con la vida de Marte”.

Hay otro punto en el que, en general, los científicos están de acuerdo. Si efectivamente sigue habiendo algo vivo en Marte, es muy probable que ese algo no esté en la superficie, demasiado fría y seca, sino debajo de ella. “En Marte, hoy -asevera Carr- el mejor sitio para buscar vida es en el subsuelo”. Por eso el ingenio que está desarrollando el equipo del MIT está especialmente diseñado para obtener muestras subterráneas.

Los investigadores creen que el primer prototipo funcional de su ingenio estará listo dentro de dos años.

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